El Angel de su alma gemela

Capítulo 2: Alexander.

El domingo por la tarde, Alexander estaba parado en el balcón de su apartamento, sostenía entre sus manos una poderosa taza de café que combinaba con su pijama azul marino. Muy desaliñado y con la mirada perdida recordaba con dificultad las horas anteriores.

La vista era majestuosa como siempre, pero no la disfrutaba, sentía que el sol le golpeaba el cuerpo, había bebido demasiado y casi podría estar seguro de que la cabeza se le reventaría en poco tiempo.

Terminado el café, se sentó un rato en una de las sillas que se encontraban allí. Habiéndose divertido lo suficiente en el club y con las mujeres hermosas, que, bien temprano antes de salir el sol, ya no se encontraban allí, no tenía nada por hacer el resto de la tarde. Cada vez faltaban menos horas para el inicio de una nueva semana laboral, lo mejor sería descansar.

Se dirigió entonces a la cocina. En la pared, al lado del refrigerador, había un teléfono y llamó para ordenar una pizza tamaño familiar, se había saltado el desayuno por haber dormido hasta tarde. Su estómago pedía a gritos algo rápido, estaba mareado, así que tomó una manzana para aguantar mientras esperaba su orden y fue a la sala.

Se dejó caer en el único sofá que tenía, uno enorme en donde podían sentarse a gusto ocho personas, todo de cuero negro y cojines color beige, era como sentarse en una nube de algodón. Encendió el televisor y se dedicó a cambiar los canales, pero no encontró nada que llamara su atención. Ya iba a desistir cuando comenzó, en el canal de películas clásicas, Casablanca, era la preferida de su madre. Decidió verla para recordarla, había muerto hacía menos de cinco años, en un viaje que salió mal. Junto a su recuerdo también dejó unos cuantos millones de dólares a disposición de su hijo único, la mayoría provenían de sus fracasos matrimoniales con millonarios excéntricos.

Mientras veía la película sentía un conflicto en su interior, nunca había creído en el amor, mucho menos en ese que muchos llaman «amor verdadero», no tenía planes de conseguir una novia estable y casarse. Para Alexander la idea de comprometerse con alguien durante años y convivir, para más tarde separarse, le parecía algo sin sentido, ¿todo ese esfuerzo invertido en una persona para saber que igual iba a terminar? No, gracias, no era lo suyo.

Opinaba que el matrimonio era una de las tantas maneras que existía de perder el tiempo, y es que su infancia estuvo repleta de discusiones, gritos, insultos y palabras que, a corta edad, no había necesidad de conocer su existencia. Él no participó en estos debates nunca, pero llegó a escucharlos con frecuencia. Sus padres se divorciaron cuando era un niño, ambos volvieron a casarse con otras personas, para luego separarse en repetidas ocasiones. Su padre, quien gozaba de una envidiable salud, había celebrado hace menos de un año, una nueva y muy costosa boda con una rubia considerablemente más joven.

Aquel domingo, la película clásica finalizó y Alexander, no había cambiado de opinión. Más tarde, en la noche, después de ver una película de acción, mirar las noticias más relevantes de ese día, y de comer hasta no poder más, decidió irse a dormir, así que entró a su habitación.

Se le antojó darse un baño de agua caliente para tratar de dormirse rápido, llenó la bañera y se sumergió por más de media hora, mientras miraba a su alrededor y disfrutaba de su soledad. La decoración en esta área del apartamento era casi nula, los colores en las paredes y suelo eran de distintas tonalidades de gris y blanco. Solo tenía lo básico; como un gran espejo y artículos de higiene personal, no tenía flores, velas, nada de adornos, a fin de cuentas, era un hombre sencillo y vivía solo.

Luego, relajado por completo, se colocó un pijama limpio y se acostó. Le gustaba dormir bien vestido, tenía varios modelos: de cuadros y rayas de diferentes colores. Su cama era de 193 cm × 203 cm, king size para ser exactos, la más espaciosa del mercado, él necesitaba completo bienestar. La verdad es que no le faltaba nada, tenía todas las comodidades que pudiera desear y, si llegaba a requerir algo muy costoso, solo debía utilizar parte de la fortuna que reservaba, por eso, nunca hubiera podido imaginar que esa paz y tranquilidad de la que disfrutaba, sería pronto interrumpida por algo que él no podría controlar; ni él ni su dinero.

Alexander cerró los ojos en un intento de conciliar el sueño, pero no fue sino hasta las dos de la madrugada que lo logró, incluso tuvo que ir a la cocina a buscar algo de comer. Hacía años que sufría de problemas para dormir, solía tomar pastillas para eso, en ocasiones como esas, en las que necesitaba descansar para rendir en el trabajo la mañana siguiente. Sin embargo, se le habían terminado y por algún descuido olvidó comprar más.

Al día siguiente abrió sus ojos por pura casualidad, estaba teniendo una pesadilla en la cual llegaba tarde al trabajo y su jefe crecía con el enojo hasta medir unos cuatro metros de alto. Al segundo de despertarse, sus ojos cansados vieron el reloj de mesa, la pesadilla se iba a volver realidad, eran ya pasadas las siete de la mañana, tenía que estar en la oficina a las ocho en punto para la presentación, con el estrés de no poder dormirse olvidó colocar la alarma.

Se levantó de un brinco, y sin ducharse se vistió con las prendas que hubo reservado, no necesitaba el agua fría, el susto había sido suficiente para ponerlo en estado de alerta.

Salió apresurado, sin desayunar y con su maletín en mano, por suerte había dejado todo preparado antes de la inauguración del club.




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