Alexander condujo con tanta prisa que estuvo a poco de arrollar a un perro y a dos ancianas que iban con sus bolsas de compras. El animal solo gimió y apuró el paso con el rabo entre las patas, pero las señoras les dirigieron unas miradas asesinas que lo acompañaron el resto del camino.
Estacionó el auto muy mal, pero si se lo llevaban no importaba, si salía bien la presentación, tendría también altas esperanzas para un ascenso.
Entró al edificio y corrió lo más rápido que pudo hacia uno de los ascensores, trataba de no llevarse a nadie por delante, pero era un lugar muy concurrido. A pocos pasos del elevador, tropezó con una joven muy hermosa que llevaba una gran cantidad de carpetas con papeles, todos volaron por el aire. En otra ocasión se hubiera sentido mal y sin dudar ayudaría a recoger, pero esta vez no permitió que le afectara, la oficina estaba casi en la última planta del enorme edificio.
Justo en el momento en que las puertas del ascensor iban a cerrarse se adentró en él haciendo una extraordinaria maniobra. Los que estaban dentro quedaron sobresaltados, Alexander solo carraspeó, colocó su maletín entre las piernas, sacó un pequeño peine de su bolsillo, y después de asumir que había quedado bien, empezó a hacerse el nudo de la corbata como si nada hubiera sucedido.
No despegaba la vista de su reloj, no podía estar más impaciente, el elevador se detuvo varias veces. Cuando ya no quedaba nadie y faltaban solo cuatro pisos, el aparato se detuvo de nuevo y quiso gritar de lo alterado que estaba, más aún, al ver que cinco ancianas, con maquillaje extravagante eran las que habían solicitado el servicio. Alexander no podía imaginar quiénes eran esas mujeres y a dónde se dirigían, ¿a los pisos de arriba? ¡Imposible!
Ya casi se disponían a entrar, pero dos de ellas cargaban caminador, parecía una eternidad. Las señoras, al notar su inquietud, le reclamaron alborotadas y de muy mal humor, que ellas no eran jóvenes como él.
«Pero ¿qué le pasa hoy a la gente de la tercera edad?», pensó. Pasaron unos segundos y no pudo soportarlo más.salió en busca de las escaleras de emergencia, intentó lanzar la goma de mascar en una papelera del pasillo, pero esta cayó afuera, se hizo el que no lo vio y comenzó a brincar los escalones de dos en dos. Corrió a la sala de conferencias con toda la prisa que pudo, lo cual provocó miradas atónitas de sus compañeros. Se deslizó por la puerta que su jefe estaba cerrando en aquel preciso instante.
—Alexander, por un momento pensé que habías olvidado mi advertencia. Creí que no querías ser parte de la compañía —reclamó su jefe que lo observaba sin pestañear y alzaba una ceja. Era un señor muy exigente de penetrantes ojos azules, y muy viejo como para estar perdonando los errores de los demás.
Alexander no pudo responder, apenas lograba respirar, por dentro jadeaba como perro, aun así, tenía que aparentar estar bien, así que solo asintió con la cabeza y dio gracias en su mente por no haber desayunado, pues hubiera vomitado.
Cuando fue a sentarse en su silla, no pudo doblar las piernas muy bien y cayó sobre el asiento de manera tan brusca, que el ruido fue suficiente para que todos voltearan a verlo enseguida. Él no se percató de esto, sudaba, y mientras que intentaba secarse con la manga de su saco, parecía que la habitación se movía, trataba de sostenerse de la silla con la otra mano, por unos segundos perdió la conciencia de lo que ocurría.
Enseguida comenzó la reunión y los potenciales nuevos clientes dejaron de inspeccionar al recién llegado para prestar atención a las explicaciones de cómo iba a ser invertido su dinero. Por suerte, el tiempo fue suficiente para que Alexander pudiera reponerse, y cuando le llegó el momento de hablar pudo hacerlo sin problemas.
Comenzó a dar los detalles del plan de negocios, se le veía muy profesional y seguro de sí, aunque un poco despeinado, el esfuerzo había valido la pena. Hubo un momento en que cruzó la mirada con su jefe, el hombre parecía asombrado de su desempeño y esto aumentó su confianza.
Terminada la reunión, Alexander se encontraba todavía en la sala de conferencias, revisaba unos papeles cuando escuchó la voz de su jefe que lo llamaba. El señor Erick estaba de pie en la puerta.
—Felicidades, todo salió a la perfección, debo admitir que me sorprendiste —dijo al tiempo que le daba tres palmadas en la espalda—. Pronto tendrás ese ascenso al que aspiras. Ha sido dura la batalla, pero para ganar mucho hay que trabajar bastante. Por eso te exijo de este modo, tienes que trabajar fuerte como yo si quieres llegar a la cima.
—Sí, señor —respondió complacido—. Muchas gracias, si no le importa iré a decirle a Mary que me compre el desayuno.
—No hay problema, de hecho, te puedes tomar el día libre, hemos acabado por hoy.
—Gracias, señor —dijo y trató de disimular su emoción. No había tenido un día libre en mucho tiempo.
Alexander terminó de arreglar los papeles con satisfacción y salió de la sala de conferencias dispuesto a comer en cantidad.
Una vez afuera, notó sin demora que su auto se lo habían llevado, no se preocupó, lidiaría con eso más tarde, necesitaba comer.
Caminó unas tres cuadras, buscaba un lugar interesante para celebrar.
Se detuvo al encontrar un restaurante donde vendían comida mexicana, se había mantenido alejado de ella toda la vida, pero tuvo una corazonada. Tal vez el destino quería decirle algo, o a lo mejor era solo que tenía mucha hambre.