El Angel de su alma gemela

Capítulo 5: uno enamorado y el otro resentido.

Alexander siguió a Anna con la mirada hasta la salida del restaurante, después de eso se quedó con la vista fija en la mesa, trataba de asimilar lo que había ocurrido.

Repasaba en su cabeza algunas partes de la conversación que acababa de tener, el extraño sentimiento no se apartaba de él. Transcurrió una hora y terminó por pedir que le arreglaran unos chilaquiles para llevar.

El encuentro con Anna hizo que cambiara todo lo que antes había pensado de una relación. «Estoy loco, son tonterías», se decía a cada instante, pero su corazón latía con tanta fuerza que algo real tenía que haber allí. Sentía las famosas mariposas en el estómago, por un momento, llegó a pensar que la quesadilla era la culpable del malestar, tal vez los chilaquiles no eran buena idea.

Cuando estuvo lista la nueva orden, agradeció la rapidez, estaba desesperado por marcharse, las sillas le estaban causando dolor de espalda desde hace rato.

Al cancelar la cuenta pidió el número del lugar y se prometió a sí mismo que, si la comida no le causaba malestar estomacal, llamaría a menudo para encargar servicio a domicilio.

Se dirigía a la salida cuando sintió una vibración, tardó unos segundos en darse cuenta de que venía de su maletín. Era su teléfono, no recordaba haberlo dejado allí, y no lo vio tampoco cuando sacó los papeles en la empresa. Se dio cuenta de que le quedaba muy poca batería. James estaba llamándolo, lo más probable, sería para saber cómo había resultado la presentación. Atendió, en efecto, James, todo preocupado, quería saber cómo le había ido en el trabajo. Alexander procedió a contarle lo ocurrido con lujo y detalles, no sin antes advertir que el aparato podría apagarse en cualquier momento.

Su amigo lo escuchaba con atención, de vez en cuando expresaba un… «¡Oh!», «¡ah!», al enterarse de los problemas que tuvo para llegar al trabajo esa mañana. Luego de eso, James quiso saber cómo le había ido con las mujeres que le presentó en el club, y al escuchar el número dos no pudo contenerse.

—¡¿Cómo lo haces?! ¡Nunca lo entenderé! —exclamó, sobresaltado, al otro lado de la línea.

—Creo que ya no lo haré más —se atrevió a decir, se sentía muy raro de solo pensar en la posibilidad.

—¡Dios mío, Alex! ¡No me digas ahora que eres gay! —gritó perturbado—. Porque no me sentiría nada cómodo con esto. ¡No puedo creer que tus intenciones sean otras conmigo!

—¡¿Cómo crees?! ¡James! ¡Yo no soy gay! —dijo en voz alta y entre enormes carcajadas al escuchar aquel disparate, sabía que su amigo bromeaba, aun así, algunas personas en el restaurante lo observaron de manera extraña al escucharlo, y tuvo que bajar el tono—. No es eso, es que he conocido a una mujer y creo... —Suspiró—. Creo que estoy enamorado.

—¿Enamorado tú? ¡Ja! Te caíste en las escaleras mientras subías a la sala de conferencias, ¿verdad? Tiene sentido, te diste un golpe en la cabeza y no lo recuerdas, por eso no me lo contaste.

—No, no me he caído —se defendió Alexander. James había dicho aquello con tanta seriedad que se confundió por un momento.

—Alex, ¿has tenido alguna vez interés sentimental en una mujer?

—No, tú sabes que no.

—¡Entonces! ¿Por qué ahora de pronto dices que estás enamorado? Puedes decir que te gusta alguien, pero ¿enamorado?, ¿así de rápido? Por cierto, ¿de quién estamos hablando?

—¿Estás en tu apartamento, cierto?, ¿puedo ir para allá?

—Sí, sí, puedes venir, pero más te vale que no vengas a hablar de romance —advirtió James en un tono burlón.

—¡Oye! ¡Espera!

—¿Qué?

—¡Mi auto! —gritó Alexander—. ¿Puedes venir a buscarme para ir por él?

—Claro, ¿dónde estás?

—En Fajitas Mex.

—¿Qué es eso? —preguntó extrañado.

—El restaurante Fajitas Mex, aquí cerca de donde trabajo.

—¡Con razón estás hablando cosas raras!, ¡no te caíste por las escaleras, lo que te pasó es que comiste comida mexicana! A ver, ¿comiste eso? —preguntó con la voz que recordaba a una madre enojada.

—Sí —respondió Alexander incómodo—, con ella.

—Bueno, bueno. —Suspiró—. Ya voy para allá. Te llevaré algo para el estómago.

—¡Espera!

—¿Y ahora qué sucede?

—No sé dónde está mi auto. Voy a ir a donde lo dejé estacionado, justo frente a las oficinas de la compañía, ve a buscarme allí y...

El teléfono se apagó.

Alexander confió en que James había entendido donde tenía que ir a buscarlo y salió del local de comida.

No tardó en encontrar el adhesivo en el asfalto, con el número de teléfono para hacer el reclamo. Solo bastaba una llamada para saber dónde estaba su auto, pero tendría que esperar.

Como era habitual, James se tardó demasiado en llegar, por eso, apenas vio que trataba de estacionarse, lo cual también llevaba mucho tiempo, se subió desesperado.

—¡Maldición, Alexander, ¡te he dicho más de cien veces que no hagas eso!, ¡debes esperar a que me detenga por completo! —reclamó James.




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