El Angel de su alma gemela

Capítulo 7: Anna.

El día que Anna conoció a Alexander fue uno muy especial, había regresado a su hogar con una sonrisa que casi le causaba dolor en las mejillas. Esa tarde la pasó desempacando las últimas tres cajas de la mudanza, hacía apenas dos semanas que logró establecerse sola en un apartamento de espacio reducido en la gran ciudad de Nueva York.

Su vida que últimamente había dado un giro muy importante parecía estar a punto de dar otro. Se acostó a dormir pensando en Alexander e imaginando cómo sería su encuentro al día siguiente.

Descansaba tranquila, hasta que en algún punto de la madrugada tuvo un sueño alarmante con una criatura de alas negras que la dejó con fuertes palpitaciones y no logró conciliar el sueño hasta el amanecer.

Horas más tarde, mientras desayunaba, trataba de alejar las imágenes que recordaba, había sido el sueño más real que jamás hubo experimentado en su vida.

Por la tarde, ya parecía que el asunto del sueño quedaba en el olvido, y, mientras almorzaba con retraso, miraba por la ventana y pensaba en lo inusual que le resultaba todo el asunto de la cita.

«Me dejará plantada», se decía mientras masticaba con extrema lentitud.

«¿Para qué me voy a molestar en ir? Lo más seguro es que no llegue y yo me quede como una tonta esperando. Los clientes me mirarán con lástima, y dirán: “pobre mujer, la dejaron sola”. Tendré que ocultar el rostro avergonzado tras mi libro. Seguro el mesonero vendrá varias veces a preguntar si espero a una persona, y me dirá que si no ordeno algo tendré que salir de allí».

Anna contaba las horas, y esto le creó la ilusión de que el tiempo no avanzaba, necesitaba distraerse.

Después de comer, se vistió lo más rápido que pudo, tomó las llaves y salió de su apartamento.

Caminó a paso muy lento durante unos treinta minutos en línea recta, hasta que decidió entrar en un centro comercial. Allí se entretuvo mirando las vitrinas con las cosas que vendían, estuvo a punto de comprar algunas, pues se dejó llevar por la publicidad y comenzó a sentir que eran indispensables para ella.

Perdió la noción del tiempo, se dio cuenta de la hora y el corazón le dio un brinco en su pecho, se regresó a su apartamento con tanta velocidad que parecía que trotase en vez de caminar.

Estaba sofocada, pero a pesar de eso trató de alistarse lo más rápido posible, arregló su cabello para llevarlo suelto como siempre, se colocó zapatos cómodos, volvió a tomar su bolso que solía llevar de medio lado y salió decidida a la calle.

Llegó al restaurante a las siete y cincuenta y cinco minutos. Se aseguró de que Alexander no estuviera sentado en otra mesa y se dirigió hasta donde habían acordado verse. Ahora solo tenía que esperar.

Si Alexander era puntual debería de llegar en los próximos cinco minutos, no faltaba mucho, aun así, Anna estaba tan nerviosa que no podía controlarse, se apretaba las manos, las tenía frías y sudorosas.

Sacó el libro de su bolso e intentó concentrarse. Leía cinco líneas, se fijaba en la puerta y luego en la hora de su reloj. Hizo esto repetidas veces hasta que le dio dolor de cabeza. El camarero fue hasta ella dos veces a preguntar si quería ordenar algo. Avergonzada, tardaba unos segundos en contestar, pretendía estar absorta en la lectura.

—Estoy esperando a alguien, no debe tardar —respondió la primera vez. Se arrepintió enseguida, ahora si no llegaba sabría que la habían dejado plantada.

Anna logró avanzar varias páginas y, aunque era un libro que ya había leído, notó que no tenía idea de por cuál capítulo iba, no prestaba nada de atención a la historia, solo eran palabras sin sentido en aquel momento tan inquietante.

El olor que llegaba a la mesa era delicioso, aun así, ni siquiera eso la distraía, por estar ansiosa de que llegara su cita. Quería ordenar, le daba vergüenza ocupar una mesa sin tener una cuenta por pagar, pero era incapaz de probar bocado.

Volvió a intentar leer; sin embargo, era imposible concentrarse en el libro. Lo cerró y lo guardó. Fijó sus ojos en una de las coloridas servilletas y se perdió en sus pensamientos. De alguna manera se le vino a la mente el sueño que tuvo y sintió escalofrío.

—Tengo que pensar en otra cosa —se dijo mientras que se sostenía la cabeza con ambas manos.

Continuó esperando. Una hora más tarde se sentía como una tonta.

Luego de unos minutos más cayó en cuenta de que Alexander ni siquiera le había pedido el número de teléfono. «Si de verdad quería verme de nuevo tuvo que habérmelo pedido», meditaba. No sabía qué sentir, la opción más obvia era odiarlo por haberla engañado de ese modo, también podría fingir que nada ocurrió y seguir con su vida, pero ¿y si tal vez le había ocurrido algo malo? Anna estaba casi segura de que la primera opción era la correcta. La lógica le decía que tenía que marcharse porque él era un verdadero imbécil, no obstante, su corazón le suplicaba que se quedara, algo impedía que se fuera, como si estuviera pegada a la silla.

Casi dos horas más tarde escuchó una voz a su espalda, pero no era Alexander.

—Disculpe, señorita, vamos a cerrar el local. Tiene que salir.

Ella se levantó con un nudo en el estómago. Eran las once en punto.




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