El Angel de su alma gemela

Capítulo 8: una noche difícil.

Alexander abrió los ojos con dolor al escuchar unos gritos lejanos, enseguida los entrecerró, al parecer había estado en la oscuridad un largo tiempo.

Las puertas estaban abiertas y una voz desconocida le hablaba. Intentó, sin éxito, ponerse de pie. Estaba desconcertado, no sabía qué había ocurrido.

—Cariño, ¿te encuentras bien?

—Creo que sí —respondió sin poder aclarar su visión por completo.

—Deja que te ayudemos a levantarte —dijo otra voz.

Sus vecinos, una pareja de hombres, hicieron el mejor intento de ponerlo en pie, y sin mucha dificultad lograron sacarlo del ascensor.

—¿Qué ha pasado? —titubeó Alexander. No sabía qué pensar, ¿se había desmayado?

—¿Te refieres a qué pasó contigo?

—Sí —respondió todavía turbado.

—No lo sé cariño, «nosotras» solo llamamos al ascensor. ¿Estás ebrio?

—¿Necesitas ayuda? —cuestionó el otro hombre.

—¿Qué hora es? —preguntó, tratando de abrir por completo sus ojos.

—Son pasadas las once —respondieron al unísono.

—¡¿Qué?!

—Sí, cariño, las once y trece para ser exacta.

—Gracias —se limitó a responder en voz baja.

Alexander les dio la espalda y tratando de no tambalearse empezó a caminar a paso lento de regreso a su apartamento.

—¡Pero, cariño! ¡¿Seguro que estás bien?! —Escuchó en un tono muy intranquilo.

Alexander no contestó con palabras, solo alzó el brazo derecho y asomó el pulgar de su mano para darles a entender a ambos que estaba bien.

Sacó las llaves con sus manos casi temblorosas, estaba preocupado.

«¿Qué demonios ocurrió?», se preguntaba.

Después de entrar se sentó en una de las sillas de la cocina, colocó ambas manos sobre su rostro, apoyando los codos en la mesa. «Tal vez Anna siga esperándome. No, tonterías, seguro creyó que la dejé plantada y se marchó. Aunque tal vez aún pueda llegar, tal vez la encuentre y…, ¿y si no está? No puede ser que me haya esperado tanto tiempo», pensaba.

—Tengo al menos que intentarlo —repuso en voz baja.

Fue rápido al refrigerador, destapó una botella de agua, tomó un gran sorbo mientras que se acercaba al fregadero y, sobre este, se echó lo que quedaba en el rostro para despertarse.

Salió lo más rápido que pudo, sin siquiera secarse. Tomó de nuevo el ascensor.

Al llegar al estacionamiento corrió a su auto, pero al girar la llave para encenderlo, este no le respondió.

—Pero ¿qué pasa? ¡Enciende!

Esto jamás había pasado, era un auto nuevo, no hizo esfuerzo en intentar buscar la falla, no sabía nada de mecánica, así que salió del edificio, dispuesto a tomar un taxi.

—¡Taxi! ¡Taxi! ¡Taxi! —Ninguno se detenía, era como si él fuera invisible. No entendía qué pasaba—. ¡Taxi!, ¡taxi! —gritaba haciendo gestos desesperados cada vez que veía acercarse uno.

El resultado era el mismo, se encontraba ahora más irritado y sudado. Se pasaba las manos por el cabello a cada instante, tenía la garganta seca por gritar con tanta fuerza.

Perder una cita no es la gran cosa, pero Alexander temía haber perdido la oportunidad de reencontrarse con quien logró hacer latir su corazón como si fuera la primera vez. No sabía dónde vivía Anna ni dónde trabajaba. No tenía forma de encontrarla, desconocía su apellido. Jamás se había sentido tan idiota en toda su vida, sabía que era alguien muy importante, tuvo que haber tomado más precauciones.

»No puede ser que vaya a hacer esto —murmuró pocos segundos antes de lanzarse a la calle en el momento en que uno de los automóviles amarillos se acercaba. Fue una idea peligrosa, mas no creía tener otra opción.

El sonido del vehículo al frenar fue ensordecedor, más de uno volteó a ver qué ocurría, incluso un par de mujeres gritaron con la voz característica de una damisela en apuros. En cuanto a Alexander, quien no se movió ni un centímetro, apretó los ojos con terror al imaginar que sería arrollado de la manera más absurda posible, pero no sintió el impacto. Su sorpresa fue encontrar al auto a un centímetro de sus piernas, un verdadero milagro. Temblaba como si la temperatura hubiera bajado a menos cero grados de un golpe, no obstante, en medio del espanto se apresuró para adentrarse en el vehículo.

—Pero ¡¿qué ha pasado?! —preguntó el conductor al que le faltaba el aliento y le tiritaban las manos al sostener el volante con más fuerza de la requerida—. ¡¿Cómo se va a atravesar de ese modo?!

—Tengo que llegar rápido a un lugar —contestó Alexander sin prestar mucha atención a la pregunta del hombre.

—Bien bien. De acuerdo, ¿a dónde necesita ir? —indagó el taxista, haciendo un visible esfuerzo en calmarse.

—A Fajitas Mex, en la Av…

—¿El restaurante? —interrumpió el taxista.

—El mismo —respondió Alexander aliviado de no tener que explicarle la dirección.

—¿Tiene mucha hambre? —preguntó el taxista con mucha sorpresa.




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