El Angel de su alma gemela

Capítulo 9: los pensamientos de Alexander y el sueño de Anna.

Alexander se quedó observando a Anna mientras caminaba por la calle hasta que se perdió de vista. Hacía una lista mental de todas las cosas que le gustaban de ella. Le encantaba su manera de hablar, su voz era dulce, suave y pausada. También le agradaba mucho que Anna fuera de estatura alta, apenas unos diez centímetros por debajo de él, Alexander medía 1,85 cm. En cuanto a su manera de vestir, consideraba que era muy sencilla, pero le gustaba, la hacía diferente a las mujeres que conocía en los clubes que de vez en cuando frecuentaba, todas ellas usaban vestidos muy cortos, tacones demasiado altos, mucho maquillaje y, por si fuera poco, peinados llamativos, claro que suponía que esa era la forma de vestirse para ir de fiesta, no podía imaginar a esas mujeres vestidas de ese modo en una oficina o tomándose un café. Una parte de él le decía que ya no necesitaría a ninguna de ellas, sentía que Anna, quien era bella al natural y no necesitaba de adornos, tenía todo lo que él pudiera querer y necesitar. No había nada que quisiera cambiarle o agregarle. La encontraba perfecta.

Alexander comenzó a caminar por las calles concurridas de New York, no dejaba de pensar en Anna, el amor no suele razonar, y él se estaba dejando llevar por sus emociones demasiado rápido.

Ya era pasada la media noche cuando se devolvió a su apartamento en un taxi, sin inconvenientes de ningún tipo.

Cuando llegó se dio cuenta de que, como casi siempre, tenía mucha hambre.

Fue a la cocina y revisó el refrigerador. Se sirvió jugo de naranja en un gran vaso, hizo una mezcla de frutas con queso y comió mientras esperaba la orden de su cena adicional.

Más tarde, cuando ya se había cambiado de ropa, se sentó en el sofá y sacó su teléfono del bolsillo. Allí, en la lista de contactos, aparecía Anna de primero. Sonrió un instante al verlo y, casi enseguida, su rostro palideció, sintió una fuerte presencia a su espalda, no podía haber nadie más allí, aparte de él, aun así, le dio terror mirar hacia atrás para comprobarlo.

Por suerte, el servicio a domicilio era veloz, en ese momento sonó el timbre de la puerta. Al instante la presencia desapareció y no volvió más por esa noche.

Anna regresó a su apartamento con las mejillas adoloridas, no había parado de sonreír en casi todo el camino. No podía dejar de preguntarse si aquello era amor o solo emoción.

Se quitó los zapatos, colocó su bolso sobre la mesa, caminó hasta su cama y se dejó caer sobre ella mientras repasaba lo vivido en las últimas horas.

No tenía intenciones de dormirse; sin embargo, no pudo evitarlo. Pocos minutos más tarde, su cuerpo descansaba sobre el colchón y en su mente ocurría un sueño agitado.

Veía una multitud de personas, no distinguía el rostro de nadie, las caras estaban borrosas y eso la inquietaba. Entre la muchedumbre, pudo ver a un ángel vestido de negro, no pasó mucho tiempo para que se diera cuenta de que era quien había aparecido en sus sueños la noche anterior, no podía distinguir la forma exacta de su rostro, su piel brillaba casi como si fuera de diamante; sin embargo, de alguna forma sabía que era el mismo. Estaba lejos de ella, pero su mirada era poderosa, se acercaba más y más con pasos firmes.

Anna quiso correr lejos, pero ya había comprendido que se trataba de un sueño y sintió curiosidad, el «ángel» era extraordinario, quería verlo más de cerca. Las alas de este ser oscuro eran inmensas, su presencia se sentía muy fuerte, casi palpable, y su mirada era indescriptible, era tan intensa que parecía que pudiera ver más allá de los ojos de Anna, como si pudiera atravesarla hasta ver su alma.

Pronto estuvo frente a ella. Anna sintió paz y terror al mismo tiempo, sentimientos que no sabía que podían experimentarse juntos.

El ángel movió su brazo hacia ella, estaba cubierto por la túnica, al levantarlo sobresalió su mano, le brillaba con tanta intensidad que Anna entrecerró los ojos y sintió un calor que emanaba de él.

Aterrorizada, se dio la vuelta para echar a correr, y él le tomó con fuerza la muñeca derecha.

Aunque era un sueño, Anna soltó un grito de dolor como nunca antes en su vida. Se despertó en su cama, bañada en sudor frío, respiraba agitada y la muñeca le dolía muchísimo.

Se puso de pie apenas pudo y encendió la luz. Notó que la piel en donde le dolía estaba enrojecida. No podía explicar qué acababa de ocurrir.

En eso sonó el timbre, volteó enseguida a ver el reloj sobre su mesita de noche y notó que no transcurrió mucho tiempo desde que había llegado.

Corrió alarmada hasta la puerta. Estaba tan asustada que hasta pensó en buscar un cuchillo en la cocina antes de acercarse. Lo pensaba, era poco probable que un ladrón tocara antes de entrar. En eso escuchó voces del otro lado.

—¡Mi niña, escuchamos un grito! ¡¿Estás bien?!

Anna respiró aliviada. Se llevó la mano derecha a la espalda, abrió la puerta con rapidez y observó con gran asombro que tres personas, y contando, se acercaban.

—¿Estás bien? —repitió su vecina de al lado, una señora rechoncha y de baja estatura. Resultaba tener su habitación justo detrás de la pared del cuarto de Anna, por lo que logró escuchar con claridad el escalofriante grito.

—Lo siento, yo estoy bien, fue…, fue una pesadilla —murmuró con vergüenza mientras se quitaba el cabello del rostro con la mano buena—. Una muy mala pesadilla.




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