El Angel de su alma gemela

Capítulo 11: visita inesperada.

La mañana siguiente del segundo encuentro con Anna, Alexander estaba predispuesto a ir en taxi al trabajo, porque la última vez que intentó encender su auto no le había funcionado de forma correcta y no tuvo tiempo de mandarlo a revisar. A pesar de eso, decidió hacer un intento sin esperanzas y, para su sorpresa, este encendió como si nada.

Una vez en la oficina, le pidió a Mary que, por favor, no le pasara llamadas a menos que fuera de carácter urgente; tenía que terminar unos asuntos importantes.

De repente, se oyeron unos gritos afuera de la oficina.

«Un cliente enojado —pensó Alexander— pero ¿quién será?»

—¡Señor Miller, no puede pasar! ¡Señor!

—¡¿Cómo que no puedo pasar?! —exclamó la voz del hombre, y Alexander la reconoció enseguida, aun cuando dudó de que fuera quien pensaba, a pesar de haber escuchado el apellido con claridad.

Pasaron unos segundos y la puerta de la oficina se abrió de un manotazo. Alexander escuchó estupefacto la voz dramática de James, que le exigía algo que no comprendía.

—Bien, explícate.

—James, ¿qué haces tú aquí y a esta hora? ¿Ocurrió algo, amigo?

Alexander sabía que James, ahora que había al fin inaugurado el club, debía dormir hasta pasada la hora del almuerzo si no quería caer enfermo por falta de sueño.

—¿Amigo? —preguntó alterado—. ¡Ja! En los doce años que llevamos siendo amigos jamás, repito, ¡jamás!, me habías colgado una llamada. Ahora llega esta tal Anna y de repente me gritas por teléfono y me dejas hablando solo.

—James, perdón, no pensé que te afectara tanto —dijo levantándose de su silla.

—Estoy exagerando, pero sí que me molesté —aclaró en un tono más calmado—. ¿Qué fue lo que pasó?

Alexander se dirigió a la puerta para cerrarla, y James se sentó en una de las dos sillas que había frente al escritorio.

—De verdad que estaba alterado, a ver… ¿Por dónde empiezo? —preguntó Alexander—. ¿Te cuento todo?

—Claro que tienes que contármelo todo. Como te dije, esto nunca había pasado —argumentó de nuevo con esa voz extraña. Se había cruzado de brazos; sin embargo, Alexander sabía que no era tan en serio su actitud y que lo hacía por dramatizar.

—Bueno, bueno. Está bien —dijo asintiendo con la cabeza. Se sentó frente al escritorio y comenzó a narrar—. Me pasó de todo, primero...

—¡Señor!, ¡¿está todo bien?! —Se escuchó gritar a Mary detrás de la puerta.

—¡Sí, Mary! ¡Todo bien! —gritó Alexander de vuelta—. ¡Gracias!

—¡No me va a despedir! ¡¿Verdad, señor Blanchet?!

—¡No! ¡¿De dónde sacas eso?! ¡Claro que no!

—¡Gracias, señor! —respondió ella más tranquila, aunque sin dejar de gritar para hacerse escuchar.

—¿Dónde me quedé? —le preguntó Alexander a James.

—En realidad, no has dicho nada aún —respondió su amigo con la expresión más seria posible.

—Ya, déjame contarte. Anoche cuando iba saliendo a la cita, no me lo vas a creer—. Hizo una pausa para tratar de generar interés.

—¿Qué? —increpó James con tal expresión, que parecía que iba a enojarse de verdad si Alexander no se apresuraba a narrar los hechos.

—Me des-ma-yé —acotó separando la palabra en sílabas.

—¿Te desmayaste? —preguntó entrecerrando los ojos como quien no entiende nada.

—¡Me desmayé! Tal como lo oyes. Fue la cosa más rara, podría jurar que sobrenatural, pero sabes que no creo en esas cosas —señaló mientras movía la cabeza de un lado a otro—. No sé qué pasó, estaba caminando por el pasillo hasta al ascensor y te lo juro, pude sentir que había alguien más allí.

—¿Y lo había?

—¡Claro que no! Además, cuando entré en el ascensor me desmayé, no recuerdo casi nada. Desperté en el suelo.

—Te dije que esa comida te haría daño, y eso que te di la pastilla. Ya ves el resultado: alucinaciones y pérdida de conocimiento —aseguró James como si fuera un médico experto.

—¿Alucinaciones de qué? —vaciló.

—¿No me acabas de decir que sentiste que había alguien y no viste nada?

—Pues sí, pero te dije que no creo en esas cosas.

—¿¡Y por qué me lo comentas entonces!? —exclamó James casi en un grito.

—¡Porque se sintió muy real! —respondió Alexander en el mismo tono.

—¿¡Ves!? ¡Alucinaciones!

—Bueno, bueno, ya. Olvídate de eso, no había nadie. Lo que más me interesa es saber por qué me desmayé, yo...

—Si no fue esa comida, fue culpa de Anna —interrumpió James.

—¿Anna?, pero ¿qué tiene que ver ella con esto?

—Pues, si no hubieras tenido una cita con ella, habrías estado tranquilo en tu apartamento.

—¿Estás queriendo decir que me desmayé porque conocí a Anna? Eso no tiene sentido.

—Te desmayaste porque te dio un ataque de ansiedad —dijo a la vez que agitaba los brazos en varias direcciones—. ¡Te desmayaste porque esa mujer te tiene loco! —razonó de nuevo en voz alta.

—¡Ah! —murmuró Alexander—. Bueno, déjame continuar, escucha esto. Después de que me recuperé, pensé que había perdido la oportunidad de verla, y aunque ya habían pasado tres horas, decidí ir a ver si por casualidad estaba aún en el lugar acordado. Presta atención a esto —acotó para llamar la atención de su amigo, a pesar de que este continuaba mirándolo casi sin parpadear—. Corrí a mi auto y no quiso prender. ¡¿Puedes creerlo?!




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