El Angel de su alma gemela

Capítulo 12: las preocupaciones de Alexander.

Faltaba cada vez menos para la cita, Alexander estaba trabajando, cuando llegó la hora del almuerzo, se dirigió al reducido espacio que estaba destinado para esto; una pequeña habitación en donde se encontraba distribuido de manera muy ingeniosa, para aprovechar el espacio, un pequeño refrigerador y una mesita con un microondas, acompañado de una cafetera. Para comer estaba dispuesta una mesa de tamaño moderado en donde solo cabían seis personas, adicional había cuatro sillas más. Siendo una empresa tan grande, nadie entendía por qué el cuarto para almorzar era tan pequeño, al menos había uno por piso, si no, se armaría un alboroto de empleados hambrientos, comenzando por Alexander, que siempre era el primero en llegar cuando no estaba muy ocupado y decidía acompañar a los demás.

Mientras comía el almuerzo que su secretaria le había comprado, decidió escribirle a Anna un mensaje.

Transcurrió un tiempo considerable y ella no contestó. Alexander comenzó a hacer suposiciones: «Anoté mal su teléfono, o ella me dio uno incorrecto», pensaba. «Tal vez, como le pedí que saliéramos, así de pronto, se asustó y me dio un número falso». No se daba cuenta de que masticaba su comida, apenas cerrando la boca, tenía la mirada perdida y una expresión ridícula en su rostro.

«Algo malo le pasó», pensó Alexander en horas de la tarde, cuando firmaba unos papeles. En ese momento, Mary, quien estaba de pie frente al escritorio esperando, notó el semblante preocupado y vio que cuando terminó de firmar se quedó inmóvil sin mirar a nada en específico. Observó cómo su jefe sostenía con firmeza el bolígrafo de una manera inusual, con el puño cerrado y no se atrevió a pedirlo de vuelta.

A la hora de salida, Alexander estaba frente al ascensor, a la espera junto con varios de sus compañeros. «Su teléfono se dañó, eso tiene que ser, seguro lo metió en la lavadora por error o se le cayó en el inodoro, puede pasar; a mí me ha pasado. A lo mejor se lo robaron, o tal vez no tiene cobertura y por eso no caen las llamadas, ¡claro! —gritó en su mente— eso es, tuvo que irse de viaje de repente y como no le di mi número, porque soy un idiota, no pudo avisarme».

El ascensor abrió sus puertas y todos entraron, todos menos él, que en su mente continuaba. «¡Está muerta!». Se quedó paralizado, pensaba las cosas más horribles. Mientras tanto, sus colegas aparentaban tener problemas en decidir entre esperarlo o marcar la planta baja.

En eso apareció Mary sofocada como siempre. Todos desviaron su mirada hacia ella. Cargaba con su enorme bolso amarillo, tenía una especie de cuentas de colores como adorno. Este accesorio siempre causaba la curiosidad de todos, no sería exagerado decir que, el edificio entero se había preguntado, al menos una vez, qué llevaba allí dentro. Mary se dio cuenta de que su jefe continuaba en mal estado y lo tomó por el brazo para conducirlo al ascensor.

—Ha tenido un día difícil —explicó a los demás.

Cuando Alexander llegó hasta su automóvil tuvo que reñirse a sí mismo antes de poder conducir.

—¡Bah!, quédate tranquilo, te vas a volver loco, seguro estará en el cine a la hora acordada —se dijo en voz alta.

Llegó hasta su apartamento. No tardó en alistarse para la cita. A pesar de que tenía pensado llevar a Anna a cenar después del cine, hizo un improvisado sándwich y se lo comió con prisa. Tomó tres paquetes individuales de galletas, se las metió en los bolsillos y salió veloz, iba a buen tiempo, aun así, quería asegurarse de ser el primero en aparecer.

Faltaban quince minutos para las ocho cuando llegó al lugar acordado, se suponía que se encontrarían junto a la taquilla para comprar el ticket juntos, no habían hablado sobre qué película verían.

Se dio cuenta, con alegría, de que Anna no llegaba aún. No obstante, el sentimiento no le duró mucho, faltaban menos de cinco minutos para la hora y ella no aparecía.

—Seguro está algo retrasada, esperaré —dijo en voz baja. Eran las ocho y veinte minutos.

A las nueve en punto marcó el número de Anna, no había querido hacerlo antes para no parecer desesperado; sin embargo, una hora de retraso no era normal, al menos en una persona decente, y estaba seguro de que ella lo era.

Alexander tenía las manos húmedas y frías, había estado caminando de un lado a otro sin alejarse casi nada de la taquilla, sentía un cosquilleo desagradable que recorría sus piernas e intentaba moverse para hacer desaparecer aquella sensación. Más de una vez se agachó para flexionar sus rodillas, no estaba acostumbrado a estar de pie tanto rato sin moverse apenas, y le dolían las piernas.

Pensó en ir a descansar en su auto que se encontraba estacionado al otro lado de la calle, pero ella no sabía cómo era, ¿y si Anna venía caminando, y al no verlo a la distancia se daba la vuelta y se marchaba? No quería correr ese riesgo.

Tres horas transcurrieron desde el momento acordado y ya Alexander se había comido todas las galletas. Unas seis veces marcó al teléfono de Anna, pero al parecer se encontraba apagado. Ahora sí estaba convencido de que le había dado un número equivocado, no había forma de que lo hubiera anotado mal, en ese caso, ¿por qué ella no estaba allí? ¿Le habría ocurrido alguna desgracia? Sentía que su corazón se hacía añicos junto con su estómago que no lo dejaba tranquilo, un estremecimiento muy incómodo, como un nudo que lo mantenía nervioso.

Decidió al fin marcharse, el señor que atendía la taquilla tenía mucho rato que lo observaba de manera extraña. Alexander imaginaba que el hombre no dejaba de preguntarse: ¿quién era él? ¿O qué estaría esperando para comprar el ticket? Sobre todo, ¿qué película quería ver?, ¿acaso era esa película erótica que se había vuelto tan popular? Tal vez pensaba que no encontraba el valor de entrar.




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