Anna no estaba muy consciente, en realidad estaba más dormida que despierta, había atendido una llamada de manera automática, sin estar segura de lo que ocurría.
—¿Anna? —Escuchó al otro lado de la línea.
—Sí —musitó con dificultad.
—¿De verdad eres tú? —insistió la voz.
—¿Quién es? —preguntó ella que continuaba sin reaccionar por completo, tenía los ojos entrecerrados, había dejado la luz de la habitación encendida y sentía que le quemaba los ojos. Estaba durmiendo muy profundo y hasta su voz parecía la de otra persona.
—Soy yo, Alexander.
Anna se rio, no pudo evitarlo. Se quitó el teléfono de la oreja, y al ver que eran casi las dos de la madrugada se rio con más fuerza. Colgó la llamada, movió la cabeza para negar lo ocurrido. Estaba en el sofá de su habitación con la ropa lista para la cita. Le dolía el cuello y el brazo izquierdo, había dormido en una mala posición. Se incorporó sin mucho cuidado y rápido se dejó caer sobre la cama.
Abrió los ojos de nuevo, lo que consideró como un minuto más tarde, y se puso de pie.
Se dirigió hasta el baño, y al verse en el espejo se sorprendió al notar que estaba bastante despeinada. Acomodó su cabello con una cola alta y se quitó el poco maquillaje que se había aplicado.
Volvió a su habitación para cambiar su ropa por una de dormir y fue a la cocina con intenciones de buscar un vaso de agua fría.
«¿Me quedé dormida de tanto esperar? No puede ser», recapacitaba asombrada, sentía una mezcla de tristeza y enojo. «Fui una tonta, pensé que esta vez sí podría sucederme algo asombroso. Fue una buena suerte no haber encontrado mis llaves, si hubiera ido al cine… no sé…». Anna interrumpió sus pensamientos para tomar casi un vaso entero de agua, en dos tragos. Tenía la garganta muy seca.
—Qué bueno que no las encontré —mencionó y miró hacia la sala, se quedó impactada al descubrir que las llaves se encontraban sobre la mesa—. ¿Será posible? No puede ser, claro que revisé en esta mesa. —Estaba confundida.
Se devolvió a la habitación, apagó la luz y se acostó en su cama.
«Tantas ilusiones me hice, que hasta soñé que me llamó a las dos de la mañana. ¡Ja!, qué loca estoy».
Anna sintió una punzada en su corazón, ¿y si no fue un sueño?
«No, no puede ser, tuve que haberlo imaginado entonces».
Con las manos comenzó a buscar su celular que debía estar en alguna parte del colchón. Revisó las llamadas entrantes, y al ver una de hacía pocos minutos ahogó un grito de sorpresa.
—¡Oh, por Dios! ¿Fue cierto? —murmuró y marcó enseguida sin pensarlo—. ¿Alexander? Eres tú, ¿verdad? —preguntó ya despierta por completo.
—Sí, soy yo ¿Estás bien?
—Sí, lo estoy —respondió extrañada—, ¿tú estás bien?
—No estoy seguro —murmuró la voz—. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no fuiste al cine?
—Es vergonzoso, yo… perdí mis llaves —confesó forzando la voz, le costaba admitirlo, se sentía tonta—. Pero ya las encontré.
—Eso puedo entenderlo, me ha pasado, pero ¿tu teléfono no funcionaba? Te estuve llamando.
Anna, que estaba más tranquila después de escuchar que él también había perdido sus llaves al menos una vez, habló con Alexander. Se explicaron lo que le ocurrió a cada uno. La mala suerte parecía acompañarlos, a pesar de eso, Anna sintió una inmensa felicidad que le llenaba el corazón, al darse cuenta de que la realidad era otra diferente a la que hubo imaginado.
—De verdad siento no haber podido llegar —se disculpó ella por tercera vez.
—Ya no te preocupes por eso —insistió Alexander—. Ya pasó. Lo importante es que estás bien, pensé que te había ocurrido algo, o que me habías dado el número incorrecto.
Anna rio con fuerzas.
—¿De verdad pensaste eso? —preguntó asombrada.
—Vamos, no te burles —pidió Alexander que, a juzgar por su voz, también quería reír.
—De acuerdo, es que es gracioso que lo hayas pensado. Me hubiera gustado verte —confesó. Ahora su voz se escuchaba entristecida—. O al menos desearía haber hablado por teléfono contigo y que hubieras venido hasta acá.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Y si voy ahora? —La voz de Alexander sonaba emocionada.
—¿En este instante? —preguntó con mucho asombro.
—¿No te parece buena idea?
Anna sonrió. No tardó en dar la dirección de dónde vivía.
»Voy para allá, no tardaré. —Escuchó antes de colgar el teléfono.