Con mucha emoción, Alexander colgó la llamada. Introdujo todos los paquetes de dulces vacíos dentro de la bolsa, procedió a limpiar el chocolate de sus manos y del teléfono.
Se colocó un jean azul, se perfumó en cantidad y buscó una franela blanca que acompañó con un suéter del mismo color. Tomó su billetera, teléfono, llaves y salió apresurado sin terminar de calzarse bien los zapatos.
Mientras trotaba por el pasillo, recordó el tenebroso episodio que había sufrido la noche anterior. Su imaginación parecía ser poderosa, pues las luces volvieron a titilar y Alexander se obligó a creer que no era más que una ilusión. Parpadeó varias veces y se detuvo a la espera de que sucediera de nuevo. Se quedó parado un par de minutos y nada ocurrió.
—Lo imaginé, no pasa nada —se dijo.
Reanudó la marcha y alguien pasó a su lado. Volteó al momento, esta vez las luces estaban bien encendidas y no vio a nadie.
»¿Pero qué mierda es esto? ¡¿Qué pasa?! —gritó.
Pocos segundos después, sentía su corazón en la garganta. Fue extraño, estaba muy seguro de haber sentido una presencia muy fuerte, como algo con brazos y piernas que caminaba junto a él, había percibido una brisa caliente a su lado.
No sabía qué hacer. Pensó en llamar a los vecinos, pero nadie iba a creerle lo que acababa de ocurrir.
Corrió hasta el ascensor, una parte de él temía quedarse encerrado de nuevo, sin embargo, no podía quedarse allí para siempre, igual tendría que ir a trabajar por la mañana.
Estaba de pie frente al elevador, el corazón continuaba latiéndole con fuerza, tenía la frente sudorosa y las manos frías. Miraba a todos lados mientras no dejaba de marcar el botón, como si con ello pudiera lograr que el aparato llegara más rápido.
Caminó unos pasos hacia la izquierda, pulsó el botón del otro elevador y esperó.
Nada. Alexander dio un tercer vistazo a su reloj de mano, no había duda, por primera vez en los años que llevaba viviendo allí, los ascensores estaban descompuestos, ambos al mismo tiempo, ¿cómo podía ser eso posible?
Apoyó entonces la mano izquierda sobre la pared y recostó la cabeza en su brazo, respiraba lo más lento que podía, deseando calmarse. Él y muchas otras personas se habían quedado atrapadas en el edificio.
Se le ocurrió llamar al señor encargado de la vigilancia nocturna, sacó su teléfono y marcó, pero la batería amenazaba con agotarse y cumplió, a los dos segundos, su teléfono se apagó. Quiso tirarlo al suelo, ¿cómo podía haber sido tan descuidado? No podía creerlo.
¿Tendría que esperar hasta la mañana? Vamos, que él no era el único que tenía que llegar temprano al trabajo.
Se regresó a su apartamento con intenciones de llamar al encargado desde el teléfono de la cocina, pero este tampoco funcionó.
Completamente irritado y confundido se dirigió entonces hacia el primer apartamento vecino, no podrían molestarse con él por despertarlos a esa hora, seguro que todos, o al menos la mayoría, necesitarían usar el ascensor a la mañana siguiente.
Frente a la puerta, tocó. Primero al timbre, luego con la mano.
«Qué raro, no están», pensó extrañado y luego dudó. «A lo mejor tienen el sueño pesado».
Tocó la puerta continua del mismo modo, primero el timbre y luego con la mano. Nada. Caminó hacia la tercera y última residencia.
—¡¿Hola?! ¡Ayuda! —gritó con fuerzas mientras que comenzaba a dar golpes—. ¡El ascensor se ha dañado! ¡¿Hola!? ¡¿Hay alguien allí?!
El silencio era tal, que cuando Alexander dejaba de gritar y golpear, resultaba ensordecedor.
»Maldita sea, no puede ser —murmuró—. ¡¿Qué no vive nadie en este lugar?! —exclamó con todas sus fuerzas mientras que golpeaba todas las puertas.
Alexander se asustó después de decir aquello, tuvo la idea descabellada de que solo él habitaba el edificio. Tal vez estaba muy cansado, a lo mejor era la sobredosis de azúcar que lo hacía alucinar, pero no recordaba haber visto a nadie, ni siquiera sabía dónde vivía la pareja que lo había ayudado cuando se desmayó.
Una idea alumbró en su cerebro confundido.
«La alarma contra incendios», pensó desesperado.
Corrió hasta ella. Quebrar el vidrio que la protegía parecía ser una locura, sin embargo, él estaba alterado, todo aquello le parecía absurdo. Lo pensó varias veces, la mano que sostenía el martillo pequeño casi le temblaba y parecía resistirse al golpe.
Cerró los ojos como un cobarde y con firmeza destruyó el vidrio delgado. Metió la mano con cuidado de no cortarse y se dispuso a bajar la palanca. El ruido que esperaba escuchar no llegó a sus oídos.
—¡¿Qué?! ¡Maldición! ¡Maldita sea, funciona! ¡Suena! ¡Vamos! —Exclamaba con furia mientras que juntaba todas sus fuerzas para mover una y otra vez la palanca—. ¡Ouch!
Alexander desistió, era inútil. Se había cortado el pulgar derecho con uno de los vidrios.
Se recostó de la pared mientras que intentaba respirar con fuerza para calmarse, lo que estaba viviendo no parecía otra cosa que una pesadilla, aun cuando estaba bien despierto.
Caminó cabizbajo hacia su apartamento mientras que se apretaba el pulgar con fuerza, en ese momento, deseó haberse colocado un suéter oscuro, la sangre, aunque poca, resaltaba sobremanera en la tela blanca.