Una fuerte alarma sonó a las siete de la mañana, Alexander abrió los ojos y al mover la cabeza sintió un gran dolor en el cuello.
—¡Mierda! —se quejó con una mano en la nuca, y enseguida se percató de que Anna estaba allí frente a él con una expresión extraña en su rostro—. Te desperté, ¿verdad? Lo siento, es que este sofá me ha destrozado el cuello —explicó, tratando de entender cómo se había dormido en esa posición tan incómoda.
—No, no me despertaste —respondió con aspecto turbio.
—¿Estás bien?
—Sí, un mal sueño, es todo.
—Ya veo. Oye, ¿puedo usar tu baño para ducharme, o crees que es mucho pedir?
—El baño está justo allí —dijo al señalar una puerta blanca.
—¿Segura de que estás bien?
—Sí —respondió haciendo un esfuerzo en sonreír.
Alexander tuvo leves problemas para ponerse de pie, la espalda le dolía y también un poco las piernas por bajar tantos escalones la noche anterior.
Tomó el bolso, su traje, y se metió en el baño con intenciones de apresurarse en cuanto fuese posible, no quería causar molestias.
—Déjame invitarte el desayuno —dijo una vez que salió—. Yo estoy hambriento, necesito comer urgentemente. Ve a vestirte y te llevaré a un lindo lugar.
—De acuerdo, también tengo mucha hambre, anoche no cené —Anna dijo arrugando el rostro con cierto malestar.
Quince minutos después, ambos salieron del apartamento.
Cuando llegaron abajo, Alexander fue directo a su auto, abrió la puerta y al no sentir a Anna a su lado miró hacia atrás.
—¿Qué sucede? —preguntó—. Sube.
—¿Es tu auto? —interrogó Anna que estaba a pocos pasos de distancia, tenía en su rostro una expresión de asombro.
—Sí, ¿por qué?, ¿no te gusta?
—No sé nada de autos, pero me parece que se ve costoso —respondió en un tono sospechoso
—Lo es.
Alexander tuvo que dar unos pasos hacia donde estaba Anna y con suavidad la jaló por el brazo para hacerla entrar.
El camino transcurrió en silencio, Alexander se concentraba en manejar con precaución, y Anna observaba el interior del vehículo con curiosidad y sorpresa.
—No pensé que un arquitecto ganara tanto dinero —mencionó cuando terminó su inspección.
—¿Dónde quieres comer? —interrumpió Alexander, tratando de desviar el tema, no quería darle detalles aún de cuánto dinero tenía, ni de dónde había salido.
—Tú me dijiste que ibas a llevarme a un lugar —respondió pensativa—. ¿Cambiaste de opinión?
—Tienes razón, te va a gustar —aseguró.
Pronto llegaron a un pequeño café. Casi al instante de entrar, Alexander se dedicó a observar el menú. Treinta segundos después le preguntó a Anna qué quería comer, y ella respondió que desayunaba ligero.
—Yo voy a pedir dos sándwiches de pollo y queso, también dos jugos de naranja.
—Me parece bien —respondió con aparente satisfacción y comenzó a observar el lugar.
Se sentaron en la mesa y pronto llegó la comida.
—Se equivocaron en la orden —dijo Anna sorprendida al ver lo que el camarero había traído, con una impresionante habilidad, cuatro enormes sándwiches de pollo y queso, y cuatro jugos de naranja.
—No se equivocaron —respondió Alexander mientras masticaba con alegría.
—¿Cómo qué no?, trajeron el doble de lo que pediste —insistió no menos confundida.
—Te dije que iba a pedir dos sándwiches de pollo y queso, y dos jugos de naranja. Me dijiste que te parecía bien, y pedí lo mismo para ti.
—¡Te dije que desayuno ligero! —exclamó sofocada al observar la comida por segunda vez.
—Esto es ligero ¡Es pan con pollo! —argumentó despreocupado.
—Ok, pero ¿dos?
—Sí —respondió con la boca llena.
Para Anna no le quedaba de otra, empezó a comer, pero solo pudo con un sándwich, y eso porque hacía muchas horas que no ingería nada. Pidió el resto para llevar.
No pudieron charlar mucho, Alexander debía darse prisa para llegar al trabajo.
Se despidieron frente al auto, de nuevo con un apretón de manos y la misma sonrisa nerviosa que indicaba que ambos querían algo más. Anna dijo que iría a caminar y a leer un libro en el Central Park. Alexander conduciría hasta el trabajo y se verían de nuevo por la noche, solo que esta vez no acordarían encontrarse en ningún lugar, él la buscaría.
Camino al trabajo, Alexander sintió un vacío al encontrarse solo de nuevo y recordó el suceso aterrador vivido hace unas horas. Ya después de haber dormido al menos un poco, con el estómago lleno y a plena luz del día, estaba seguro de que todo aquello había sido producto de su imaginación, la pregunta era: ¿Qué había causado aquella reacción? No podía dejar de preguntárselo, y no pensó en otra cosa hasta que entró en su oficina.