El Angel de su alma gemela

Capítulo 17: demasiado para Anna.

Alexander llegó al trabajo y todo transcurrió con normalidad. A la hora de almuerzo, aprovechó para enviarle unos mensajes a Anna. Le preguntó qué estaba almorzando y ella le respondió que el sándwich que había sobrado del desayuno, entonces pensó que ella comía muy poco, pero en realidad opinaba que todo el mundo comía muy poco, no se daba cuenta de que el que comía demasiado era él.

Al salir de las oficinas, Alexander fue directo a su apartamento. Se topó con el guardia de la tarde. Sin entrar en detalles, exigió que hicieran cuanto antes una inspección al sistema de electricidad de la construcción.

No encontró nada extraño en el camino a su residencia, no obstante, al pasar frente a la alarma contra incendios sintió escalofrío al ver el vidrio partido. Alguien había recogido los pedazos del suelo, imaginó un posible episodio de confusión durante la mañana por parte de sus vecinos, si es que alguien vivía allí, y las personas encargadas de la limpieza.

Entró a su apartamento. Después de organizar sus cosas y comer, empezó de nuevo la rutina de cambiarse de ropa y alistarse para la cita.

Una hora más tarde iba camino al apartamento de Anna. Decidió detenerse en una tienda, no quería llegar con las manos vacías, no por segunda vez, así que escogió unas hermosas rosas rojas y un oso de peluche.

Cuando iba a pagar se dio cuenta de lo típico que esto resultaba. «¿Un oso y unas rosas? Debe haber otra cosa» se dijo. Rebuscó en la tienda, tomó una oveja de peluche muy tierna y un ramo de claveles rojos. Recordó también que, en ocasiones, los hombres llevan una caja de bombones y la clásica botella de vino, entonces escogió en su lugar una cajita de goma de mascar de varios sabores y un jugo de durazno.

«No puede decir que no soy original», pensó muy contento mientras sacaba su tarjeta.

Al llegar al edificio estacionó en el mismo lugar que esa madrugada y subió las escaleras emocionado. Tocó la puerta, y una Anna muy contenta le abrió.

—Para ti —explicó Alexander con una amplia sonrisa.

—¡Oh, por Dios! ¡Me encantan todas estas cosas! —exclamó ella enternecida, sobre todo, al mirar la oveja. Tomó todos los obsequios, como pudo, con una gran sonrisa.

Una vez que llegaron al cine, no fue difícil escoger la película, estaban pasando una que había resultado ser muy taquillera, y por la que ambos sintieron curiosidad.

Alexander pidió el tamaño extragrande de palomitas de maíz y soda. En cambio, Anna pidió el más pequeño.

—Apenas te conozco, pero me da la impresión de que siempre comes de este modo —señaló Anna asombrada—. A ver, ¿cómo es que no tienes sobrepeso si consumes tanta comida?

—Tengo un metabolismo rápido, supongo —respondió mientas masticaba un puño de palomitas.

—Las modelos matarían por ser como tú —opinó Anna, que no dejaba de sorprenderse.

—Es posible —respondió Alexander, tratando de que no se le salieran las palomitas de la boca.

Cuando acabó la película, fueron a un centro comercial cercano. Caminaron un rato mientras observaban las tiendas. Al pasar por una librería, Anna se detuvo un instante a mirar los libros que exhibían allí. Alexander le preguntó si quería entrar a echar un vistazo.

Así hicieron, ella comenzó a buscar algo interesante y él se fue a ver los libros de recetas de cocina.

—¿Encontraste algo que te gustara? —preguntó Alexander al cabo de un rato.

—Sí, siempre quise leer este, voy a... —Le dio la vuelta al libro para ver el precio—. No, mejor no.

—¿Qué?

—No pensé que fuera tan costoso. Bueno, en realidad no lo es, es solo que no...

—Yo te lo compro —interrumpió sin dudar.

—¡No! No voy a dejar que hagas eso, ya me compraste cuatro cosas hoy —se quejó en voz baja—. Además, el cine y las palomitas. Es demasiado para mí.

—Ja, ja, ja, ¿demasiado? Esto no es nada. Dame, te lo voy a comprar —insistió mientras se lo quitaba con suavidad de las manos.

Al pagar, Anna salió de la tienda, pero él se quedó paralizado en la puerta.

—¿Qué ocurre? —examinó ella después de haberse dado la vuelta y notar que no avanzaba.

—¿Quisieras ir a mi apartamento? —preguntó Alexander con dificultad, estaba casi seguro de que ella respondería de forma negativa.

—¿Ahora? —preguntó con inquietud.

Alexander asintió con la cabeza, y Anna se quedó en silencio mientras que lo pensaba un poco más.

—De acuerdo —dijo al rato, Alexander se sorprendió bastante.

—Bien —respondió muy emocionado y soltando un suspiro a la vez que se quitaba de la puerta, ya que había un cliente que esperaba por entrar.




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