Eran casi las siete de la mañana cuando Anna se levantó y se metió al baño para arreglarse.
Al salir, le fue a dar un beso en la mejilla a Alexander para despedirse y en ese instante sonó el despertador.
—Buenos días —dijo ella.
—Buenos días —respondió soñoliento— ¿Qué sucede? Ya estas vestida, ¿la pasaste mal?
—No, no es eso. Es solo que tengo que ir a la entrevista.
—¡¿Qué hora es?! —preguntó Alexander sobresaltado y sentándose en la cama de un golpe.
—Son las siete, tranquilo —explicó apresurada, al tiempo que le colocaba una mano en el hombro para impedir que se levantara—. Es solo que quiero llegar temprano.
—Me hubieras… despertado… —dijo bostezando—, con gusto te habría llevado a tu apartamento —agregó al tiempo que se frotaba los ojos con ambas manos.
—No, no quería molestarte, tú tienes que ir a trabajar. Nos vemos más tarde, ¿te parece?
A Anna no le costó mucho convencerlo, el rostro de Alexander cayó sobre la almohada y ella se tomó la molestia de colocar la alarma para que sonara diez minutos después, por si acaso.
Emprendió el recorrido a su apartamento, estaba tan impaciente que de no ser por el trasnocho se hubiera despertado más temprano para comenzar a alistarse. La entrevista la tenía muy nerviosa, no podía fallar o se vería obligada a volver a Virginia y trabajar en el periódico donde estuvo laborando los últimos años, si es que la aceptaban de vuelta. Anna estaba segura de que no podría vivir de sus ahorros mucho tiempo más, ya había gastado una buena cantidad de dinero en varios meses de alquiler por adelantado y en unos pocos muebles que compró. Se sentía bajo presión, sería difícil buscar otro empleo como redactora, había enviado solicitudes a varias revistas un par de días antes de mudarse a la ciudad, a la fecha no la habían llamado para ninguna entrevista.
Consideraba encontrarse con su tía casi como su última opción si quería trabajar en algo que la apasionara, por eso era mejor llegar horas antes, a correr el riesgo de llegar tarde.
Cuando estuvo en su apartamento, lo primero que hizo fue ducharse. Luego preparó un desayuno exprés y buscó la ropa que tenía preparada para la ocasión, una falda que le llegaba a los tobillos con hermosas flores y una camisa ancha con mangas bien largas que cubrieran la marca en su muñeca. Notó con mucho asombro que la quemadura ya casi había desaparecido por completo, se estuvo colocando una crema que su madre le dio antes de mudarse y no creyó que él efecto fuera tan rápido.
Una vez lista tomó los papeles que tenía preparados, sus mejores artículos, currículo y referencias ya los había enviado todos en digital al correo personal de su tía, sin embargo, trataba de pensar en todo.
Para llegar a su destino prefirió tomar el metro. Todo el camino estuvo ensayando las respuestas a las preguntas que pensaba que le harían. Movía los labios y hacía gestos extraños, trataba de encontrar la manera perfecta de reaccionar ante cualquier comentario. Había realizado esto muchas veces en la privacidad de su apartamento frente al espejo, esta vez las personas en el tren se le quedaban mirando de manera extraña, mas ella se encontraba tan concentrada que no lo notaba.
Cuando llegó y vio el elegante edifico tuvo una corazonada, como si estuviera destinada a trabajar allí. Las palabras: Me and Me se encontraban en la cima de la construcción, y se detuvo un instante a contemplarlas. Más abajo, sobre la entrada, decía: The woman's magazine.
Entró al lugar tratando de convencerse de que sería un éxito.
Faltaba hora y media, por lo que aprovechó para dar un breve paseo y conocer mejor el área. Era enorme, con elegantes cuadros artísticos, le recordaba a un museo. Todo, en su mayoría, era de color blanco y daba la sensación de estar en el cielo, se veía impecable. En medio del vestíbulo había un escritorio monumental de color negro y de forma circular, donde estaban sentadas varias mujeres, que parecían estar dedicadas a la atención del cliente, no tenían tiempo de descansar, los teléfonos sonaban a rabiar y sin parar.
Anna pudo observar cómo las personas iban de aquí para allá, en su mayoría del sexo femenino, entraban y salían de los seis ascensores de puertas negras. Había un séptimo elevador que llamó su atención, estaba al final y las puertas eran blancas, mientras que los otros estaban en uso, ese aparentaba estar descontinuado, porque nadie lo usaba.
Cuando faltaban quince minutos, preguntó a una de las ocupadas secretarias en el gran escritorio, en qué piso quedaba la oficina. Quedó sorprendida cuando ella le dijo, con una expresión muy extraña, que tenía que subir en el ascensor blanco.
Se dirigió a él con los nervios de punta, se veía amenazador, como si estuviera enojado.
Al entrar, se sorprendió al ver que el interior de este aparato parecía ser más blanco que el resto del lugar. Con su mano temblorosa y fría, marcó el número del último piso y se puso a mirar ansiosa cómo los pequeños cuadros con números se alumbraban a medida que llegaba a su destino.
No pudo disimular su reacción cuando se abrieron las puertas, todo lo que había visto era espectacular, pero ese lugar lo era aún más.
Enseguida apareció una joven muy guapa con cabello oscuro, parecía ser de su edad.