Los días transcurrían y Anna era feliz. El trabajo era emocionante, cada día aprendía cosas nuevas y tomaba nota de todo, se esforzaba como nunca, le resultaba distinto a lo que estaba acostumbrada, pero le encantaba. Daba lo mejor cada día, convencida de que si ponía todo su empeño lograría un puesto fijo.
Hizo buenas compañeras en el trabajo, todas eran muy amables. Con el tiempo le confesaron que, al principio, se sintieron obligadas a tratarla, pues era la sobrina de la señora Elisa, pero notaron que era una persona muy agradable y sencilla, así que les terminó por caer bien. En el grupo destacaba Amanda, sus escritorios estaban juntos, así que era con la que más conversaba, ella era delgada, alta y morena. Eran muy distintas en comportamiento, y en la manera de vestir, ni hablar. Al contrario de Anna, ella usaba ropa muy ajustada que hacía desviar las miradas de todos los hombres, no obstante, eso no era razón para impedir que fueran amigas, Anna decía para sí misma, que Amanda tenía un buen corazón.
Cuando tocaba almorzar, Anna se reunía con las chicas. Al principio le preguntaron si Alexander no tenía un hermano, o un amigo igual de apuesto que pudiera presentarle a una de ellas para hacer una cita doble. Ella contestó en ese entonces, que su novio no tenía hermanos y que no conocía a sus compañeros. Las miradas sospechosas hicieron que se cuestionara por qué aún no conocía a nadie, él ya las conocía a todas ellas. Creyó que los amigos de Alexander eran empresarios importantes que vestían siempre de traje y corbata, al igual que él, y como ella parecía más bien una mujer de estilo hippie, se avergonzaba de tenerla como pareja.
Una noche, después de cenar, Anna se armó de valor y lo confrontó.
—¿Por qué no me has presentado a ninguno de tus amigos? ¿Te avergüenza que alguien como yo sea tu novia? —dijo en el tono más tranquilo posible, no quería sonar alterada ni paranoica, la pregunta ya era bastante fuerte por sí sola.
—Perdona que te conteste con otra pregunta. ¿Acaso estás loca? Jamás me avergonzaría de presentarte a mis amigos. Si quieres vienes conmigo al trabajo mañana mismo y los conoces a todos.
—Si no tuviera que trabajar, iría —respondió apenada, pero se sintió aliviada al escuchar su respuesta.
Fuera de esa minúscula discusión, todo iba muy bien en la relación de ambos. En los primeros días de noviazgo es normal que no haya disgustos ni peleas graves, por lo general, se ceden a las peticiones del otro sin refunfuñar, el mundo parece mágico, perfecto, y no quieres separarte de esa persona, cuando te despides sientes que es una tortura su ausencia y que solo cuando la ves de nuevo estás completo.
Anna y Alexander cenaban juntos todas las noches, él la iba a buscar al trabajo por las tardes y después de dar un corto paseo iban a comer en Fajitas Mex, o en algún otro restaurante, a veces era comida china, otras; pizza o hamburguesas. La dieta era muy variada y ella se estaba acostumbrando, la mayoría de las veces hacía un sobresfuerzo en resistirse a los postres de Alexander, temía muchísimo engordar.
La intimidad con su novio había mejorado bastante, aun así, Anna seguía sin querer llevar la relación a otro nivel, así que solo dejaba que Alexander la tomara de la mano, le diera besos y abrazos. Estaba muy agradecida de que él no la forzara y le diera su tiempo.
Seguía soñando con el ángel todas las noches, aunque por lo menos ya no se despertaba sobresaltada. Muchas veces pensó en buscar un significado a los sueños, tal vez consultar con una vidente o algo parecido.
Una mañana, Anna decidió preguntarle a Amanda, sin revelar detalles, ya que siempre estaba leyendo el horóscopo, a lo mejor, algo de eso tenía que ver.
—Cariño, no malgastes tu dinero —le aconsejó ella—. Busca en Internet, es gratis y más rápido.
—Tienes toda la razón —respondió Anna. Era una excelente idea, además, estaba corta de dinero.
Esa misma noche se propuso a investigar y se horrorizó al ver el primer resultado «El ángel de la muerte».
—¡¿Acaso me voy a morir pronto?! —murmuró sofocada y con la respiración agitada.
Más tarde, después de leer innumerables artículos y testimonios, decidió que el ángel solo trataba de darle un mensaje y, como fiel creyente de lo paranormal, resumió que lo mejor era seguir durmiendo hasta que se descubriera por sí solo, no podría soñar con lo mismo todos los días de su vida, algún día tendría que acabar.
Por otro lado, Alexander, que se encontraba completamente enamorado de Anna y le regalaba flores a menudo, estaba aterrado de llevarla al trabajo y de que alguna boca suelta fuera a decir algo que revelara su fama de mujeriego, trataba de mantener la relación lo más secreta posible, solo su mejor amigo sabía de la existencia de la pelirroja.
Continuaba asombrado de todo lo que compartía con su novia, no quería dejar de hablar con ella, todo lo que decía le parecía interesante; sin embargo, era una tortura para él mantener las manos alejadas de su cuerpo. Alexander trataba de estar lo más calmado posible, después de todo, unas semanas sin sexo no iban a matarlo, el momento llegaría, solo debía esperar.
Alexander no volvió a escuchar aquella voz que lo atormentó en las escaleras, las luces del pasillo y los ascensores estaban funcionando a la perfección. Pero una noche, mientras se encontraba en su apartamento arreglando unas cosas del trabajo, sintió que no estaba solo. No hacía falta revisar el lugar, lo que lo atormentaba se sentía justo detrás de él, aun cuando no había nadie visible a su espalda.