El Angel de su alma gemela

Capítulo 22: de nuevo a preparar las maletas.

Alexander y Anna no solo se dijeron el esperado «te amo» en París, también tuvieron oportunidad de conocerse mejor, fue la primera vez que pasaron tanto tiempo juntos.

Estaban muy enamorados, ya iban a cumplir su primer mes desde el día en que se conocieron y no habían tenido el primer desacuerdo fuerte. El resultado del viaje fue tan positivo que Alexander quiso repetirlo al ir a otro hermoso lugar, sin imaginar que esta vez las cosas no saldrían como lo planeaba.

El viernes en la mañana, antes de ir al trabajo, Alexander sorprendió a Anna apareciéndose en su apartamento.

—Pero ¿qué haces aquí? —preguntó ella—. ¿Tienes el día libre?

—¿Qué te parece si vamos esta noche a Hawái? —Anna no pestañeó.

—¿A Hawái?, pero si acabamos de volver de París. ¿No es demasiado costoso? — preguntó con culpa.

—Mi vida, no tienes que preocuparte por el dinero.

—Entonces, sí quiero —dijo emocionada y después de pensarlo unos diez segundos—. Una oportunidad así no se puede desaprovechar.

—Esperaba que no te negaras, no iba a aceptar un no por respuesta —manifestó Alexander en un tono de broma—. Ten —agregó mientras buscaba algo en su bolsillo—. Tómala, compra lo que quieras, no te limites, traje de baño, bloqueador, lo que necesites.

—Pero...

—Tómala —insistió acercando más la tarjeta de crédito. Anna tragó saliva y la aceptó con nerviosismo.

Apenas se hizo la hora de salida en el trabajo, Anna salió lo más rápido que pudo a una tienda cercana. No tardó en encontrar un traje de baño que le gustara, era de una pieza, aunque con mucho estilo, no le gustaba exponerse al sol demasiado, era muy blanca y podía quemarse con facilidad. También compró un bloqueador solar que la protegiera por completo, el que usaba a diario no sería suficiente en la isla, no le gustaban las pecas, y no quería que algún día llegaran a salirle. Adicionalmente, adquirió un sombrero y unas gafas oscuras para resguardarse más y otros productos, pero solo los que consideró necesarios, no quería abusar, observaba con cuidado los precios y sentía culpa al gastar ese dinero. A pesar de eso, con lo poco que conocía a Alexander, tenía el presentimiento de que él le reclamaría no haber adquirido más cosas, así que decidió comprarse un helado de vainilla de doble porción para que no tuviera cómo reprocharle.

Cuando llegó a su apartamento, empezó a hacer la maleta justo después de haberse dado un baño muy breve, estaba radiante de felicidad. Alexander le había dicho que cenarían en el aeropuerto para no perder tiempo y no se preocupó por la comida.

Miró la hora en su celular y se dio cuenta de que tenía que apresurarse, faltaba poco para que Alexander viniera a buscarla. Con rapidez metió todo lo que faltaba, había elaborado una lista durante la hora del almuerzo.

Al estar preparada, entró al baño para lavarse las manos y miró su reflejo en el espejo, con el apuro había quedado despeinada, así que se volvió a peinar, y una vez convencida de que su apariencia no dejaba nada que desear, se dispuso a buscar sus maletas. Al instante escuchó una voz gruesa pronunciando con desespero las siguientes palabras.

—¡No vayas!

Tuvo la impresión de ver un reflejo oscuro en el espejo durante menos de un segundo. De inmediato se giró espantada, pero no alcanzó a ver nada. El susto fue terrible y se le puso la piel de gallina, tenía que salir de allí.

Justo al poner un pie fuera del baño escuchó tres golpes fuertes, se sobresaltó aún más al pensar que era la puerta a su espalda, pero no, era Alexander quien había llegado. Suspiró aliviada y deseó que él hubiera tocado el timbre.

Abrió la puerta y su sorpresa fue tan grande que quedó con la boca abierta.

—¿Lista para pasar el mejor fin de semana de tu vida?

La cómica apariencia de su novio, hizo que olvidara el sentimiento desagradable, enseguida soltó una carcajada. Estaba vestido como un auténtico turista: bermuda playera con flores coloridas, camisa manga corta a juego, sandalias, sombrero de paja hawaiano, lentes de sol, collar de flores y un bolso amarillo que colgaba en su espalda.

—¡¿Qué haces vestido así?!

—Quería hacerte reír —respondió Alexander divertido.

—¿Te irás vestido de esa manera? —preguntó temerosa de su respuesta y aguantando las ganas de estallar de nuevo en risas.

—¡Claro que no! Ya logré lo que quería, ahora, dame un segundo para cambiarme.

Alexander entró al apartamento y fue directo al baño.

Unos minutos después, salió con una ropa más adecuada, que no incluía saco y corbata.

—¿No viste nada raro? —le preguntó Anna aún temerosa cuando lo vio salir.

—¿En el baño?

—Sí.

—No, ¿por qué? ¿Cambiaste la decoración? —respondió extrañado.

Anna movió su cabeza en negación y salió en silencio del apartamento, seguida por Alexander quien llevaba la maleta. El susto había regresado.

Mientras bajaban las escaleras del edificio, Anna permaneció callada, minutos después, continuaba repasando en su cabeza, una y otra vez, lo ocurrido. Alexander, que ignoraba su malestar, comenzó a contarle acerca de lo hermoso que era Hawái, de modo que terminó por olvidar el asunto.




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