El Angel de su alma gemela

Capítulo 23: Hawái.

Anna subió al avión ignorando la advertencia, pensó que no podía decirle a su novio que había escuchado una voz diciéndole que no fuera, Alexander pensaría que estaba loca, además, él ya había gastado mucho dinero como para que entonces le dijera que había cambiado de opinión. «¿Cuántos no han tenido un mal presentimiento antes de irse de viaje? No es nada, solo una mala jugada de mi cerebro», pensaba.

Una cosa fue escuchar a Alexander durante horas hablar de cómo era Hawái, y otra muy distinta fue verlo por su cuenta. Llegaron a la isla y, esta vez, Anna parecía más asombrada que todas las veces en las que había visto cosas nuevas desde que conoció a Alexander. Hawái era un verdadero paraíso natural, más de diez horas de viaje habían valido la pena, no paraba de sonreír y su novio se complacía solo con mirarla.

Se alojaron en el hermoso Four Seasons Resort Hualalai. En la opinión de Anna era excesivo, pero a pesar de eso se acomodó bien, era muy afortunada de tener una pareja que pudiera darle tales comodidades.

Pronto se cambiaron de ropa por una más ligera, y bajaron a uno de los restaurantes del hotel para deleitarse con la comida típica de la zona.

Anna no podía dar crédito a lo que veía, los alimentos exhibidos le parecían demasiado raros, y al ver los nombres en el menú se sintió más confundida. No sabía qué ordenar, así que, al igual que en París, Alexander lo hizo por ella.

Anna se deleitó con un loco moco que consistía en arroz, carne, champiñones y huevo frito. Alexander había pedido para él un kalbi ribs, unas costillas de cerdo cocidas con salsa de soja y sésamo. Quizás Anna ya estuviera tomando el gusto a comer de todo y en grandes cantidades, no pasó mucho tiempo para que le pidiera a su novio que le dejara probar su platillo.

Pasaron el resto del día recorriendo los alrededores del hotel, se bañaron en la playa y caminaron por su orilla. Casi no había momentos de silencio, hablaban de muchas cosas, la mayoría de ellas relacionadas con el nuevo viaje.

Por la noche, después de cenar, fueron a dar un último paseo.

Ambos caminaron descalzos por la arena blanca frente al mar hasta que Anna quiso sentarse un momento para disfrutar de la vista. Ella no dejaba de sonreír, estaba muy contenta, no podía creer que estuviera allí, era demasiado perfecto para ser real.

De pronto, Alexander se puso de pie.

—¡Espera! —dijo Anna lamentándose—. No quisiera marcharme todavía, ¿tú sí?, ¿estás cansado?

—No nos marcharemos, solo ven a bailar conmigo —le dijo.

—¡¿Qué?! ¡¿Bailar?! No, no no no —repitió Anna varias veces, moviendo la cabeza espantada—. Yo no sé bailar.

—No hay nadie aquí. Ven —insistió.

—¿Aquí?, pero no hay música.

—Yo te cantaré una canción —aseguró, y la ayudó a ponerse de pie.

Una vez frente a frente, sintió cómo Alexander la tomaba con suavidad por la cintura y la acercaba a su cuerpo. Casi enseguida escuchó en su oído la canción As Time Goes by, de la banda sonora de Casablanca. Anna se estremeció, de inmediato la reconoció, de todas las películas en blanco y negro, esa era su favorita. Entre tantas cosas que le había dicho, no recordaba haberle comentado sobre eso.

Era un baile lento, apenas se movían, y para Anna era una tortura estar así tan cerca de él y siempre tener que decirle que no quería ir más allá. Ella cerró los ojos y recostó su cabeza en él mientras hacía un esfuerzo en prestar atención a la canción y dejar sus pensamientos a un lado.

Anna no pudo luchar contra lo que sentía, esa noche sería la noche. Opinaba que sin importar cuánto se sintiera atraída por un hombre, debería de esperar un tiempo para conocerlo mejor antes de tener relaciones, pero Alexander ya no era un desconocido, habían estado un mes hablando todos los días, visitado otro país juntos, dormido uno al lado del otro más de una noche en la misma cama y él no había intentado sobrepasarse con ella. No pensaba que acostarse con él sería un premio por haberse portado tan bien, la verdad era que lo deseaba con locura y no quería continuar luchando contra esos sentimientos que cada vez se hacían más intensos.

Interrumpió la canción dándole un beso diferente a como solía hacerlo, y lo miró como nunca antes lo hizo, de manera que él entendiera con claridad que quería algo más. Alexander captó el mensaje con rapidez, y sin dudarlo un instante dio por terminado el baile y la canción.

Apenas entraron a la habitación, Anna fue invadida por los nervios.

—No sé qué hacer —titubeó.

—No tienes que hacer nada si no quieres, solo déjame tocarte —él respondió.

Anna vio como Alexander se acercó a ella, y con delicadeza le quitó la camiseta que llevaba. Comenzó a besarle el cuello con una lentitud que llegó a desesperarla, más de lo que en algún momento hubiera imaginado. Sintió como las manos de él bajaron por su espalda hasta su cintura, y en ese momento su corazón se aceleró a un ritmo desconocido. Anna sentía que enloquecía, el placer que experimentaba se mezclaba con el miedo de no actuar de la manera correcta frente a él. No tuvo mucho tiempo para pensar, Alexander la apretó más a su cuerpo y se dispuso a quitarle la falda.

El teléfono de la habitación sonó y Alexander suspiró irritado.




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