La música ensordecedora lastimó los oídos de Anna apenas entraron al club, pero la temperatura la reconfortó y al poco tiempo dejó de temblar con tanta intensidad.
Había un pasillo corto de paredes negras cubiertas con una tela suave, no tenía iluminación, aunque no hacía falta, al final se encontraba la pista de baile y el resto del lugar, pero desde allí solo se podían distinguir luces, la mayoría azules, y sombras que se movían.
Anna se detuvo en el momento que James lo hizo. Él sacó un manojo de llaves y se dispuso a abrir una cerradura, Anna se dio cuenta de que estaban junto a una puerta muy bien camuflada de color negro.
—¡Te vas a enfermar si no te cambias esa ropa! —exclamó James y le hizo señas después de abrir—. ¡Entra aquí y ponte algo seco! ¡No te preocupes está limpia, la mandé a lavar!
Anna asintió con la cabeza, y en ese momento Oscar se acercó a James para decirle algo que ella no escuchó.
—¡Espérame, ya vuelvo! —le dijo cuando Oscar se hubo marchado.
Asintió de nuevo y entró a la habitación. James cerró la puerta tras ella y el ruido disminuyó a tal punto que la música parecía muy lejana.
Observó a su alrededor, parecía estar dentro de un gran armario, había una gran variedad de prendas, abrigos, cinturones, y una sorprendente cantidad de zapatos a los que a la mayoría les faltaba el par.
Buscó y rebuscó con desaliento, las prendas femeninas eran muy reveladoras para su gusto. Miró entre los abrigos y no tardó en encontrar uno bastante grande, era marrón y parecía imitación de piel. Tomó una minifalda que parecía más bien un pedazo de tela y un top rojo que no dejaba nada a la imaginación. Se vistió sobre su ropa interior empapada por la lluvia y dejó el resto de sus prendas sobre una silla que estaba en una esquina. Se cubrió con el abrigo para no dejar ver nada y salió.
Al final del pasillo había una escalera que descendía, estaba forrada del mismo material que cubría las paredes. A los lados se podía ver una especie de camino que rodeaba el club, con forma de rectángulo gigante y una barandilla de metal. Grandes luces multicolores alumbraban el lugar, a pesar de eso, el ambiente era bastante oscuro. Abajo y al fondo, se podía apreciar a los que estaban encargados de la música, había un bar y muchas mesas. James todavía no llegaba, y Anna se puso a observar a las personas, algunas bailaban con movimientos muy sensuales. Observó cantidades de rostros y, a la distancia, todos parecían divertirse sin detenerse a pensar en lo que hacían. Podía ver a las personas riendo mientras bebían, otros; besándose como si nadie los pudiera observar, también vio hombres rodeados de varias mujeres.
En su inspección encontró a Alexander, la verdad no esperaba hallarlo en la pista de baile, muchos menos tan rápido entre aquella multitud. Se había dicho a sí misma que lo más seguro era que cuando viera a su exnovio sentiría un profundo odio, pero no fue así, fue peor, tuvo ganas de morirse. Anna experimentó una punzada en su pecho al ver aquella escena, una rubia estaba bailando con él, y no solo eso, sus manos la tocaban a ella y a cada momento sus rostros se acercaban, a tal punto que parecía que iban a besarse. Un cosquilleo desagradable invadió el cuerpo de Anna, no sabía si interrumpirlos a gritos o marcharse y continuar llorando desconsolada en su apartamento, si es que conseguía contener las lágrimas hasta llegar allá.
Era cierto que ya no eran novios, porque él había terminado con ella, aun así, Anna se preguntaba si acaso todas las relaciones funcionaban de esa manera. ¿Solo uno debe querer terminar y eso es todo? Sin al menos discutirlo juntos, solo irse sin dar la cara. ¿Era normal que en menos de veinticuatro horas ya se estuviera con otra persona?, ¿o acaso Alexander había resultado ser un mentiroso y esa mujer era su otra novia? Anna no concebía la idea de que ellos estuvieran bailando de ese modo sin conocerse muy bien.
—¡Ya volví! —dijo James, pero ni su voz ni su presencia fueron suficientes para interrumpir sus pensamientos—. ¡Perdona, tuve que atender un asunto y…!
Anna no prestaba atención, tenía los ojos clavados en Alexander y en esa mujer. En eso sintió que una mano la tomó por el brazo y alzó la vista. James le decía algo que no podía comprender, por un momento era como si todo hubiera quedado en silencio.