El Angel de su alma gemela

Capítulo 32: una agradable interrupción.

Ya había transcurrido dos meses desde que Anna viera a Alexander por última vez esa noche en el club, se encontraba mejor, había logrado reponerse un poco, pero aún pensaba en los bonitos momentos que tuvieron juntos y se ponía melancólica con frecuencia. A veces le daba por extrañarlo, a pesar de lo malo, quería volver a estar con él, pero con el Alexander que ella conoció, el que charlaba con ella todas las noches, el que era cariñoso y divertido, no con el imbécil del club.

Anna imaginaba algunas veces, que un día él aparecería en su puerta implorando perdón, pero los días pasaban y esa ilusión no podía estar más lejos de la realidad, no había llamado ni enviado un mensaje o correo. Por momentos, sentía que tenía serios problemas al estar todavía enamorada de un hombre que le había partido el corazón en diminutos pedazos, pero a veces el corazón puede más que la razón, y ella no podía sacarlo de sus pensamientos. Desde que él la dejó trataba de enfocarse en sus horas laborales lo más que podía, sin embargo, al abandonar su puesto en la empresa se ponía a pensar en él a menudo y sentía un vacío muy grande, odiaba sentirse de ese modo.

Un viernes por la tarde salió del trabajo, no tenía ganas de ir a lamentarse en la soledad de su apartamento, y tampoco le apetecía otra noche de chicas, lo que quería era una buena compañía, sentirse tranquila y feliz como cuando estaba con Alexander.

Caminó varias calles sin tener en mente un lugar exacto a dónde ir. Dio unas vueltas por el parque hasta que no soportó más el hambre. No tenía ganas de cocinar, quería llegar directo a dormir y que no le diera tiempo de llorar, así que decidió ir a un café.

Se sentó en la última mesa, alejada de todos. Recostó la cabeza contra el cristal que permitía observar toda la calle a través de él. Pidió el platillo más sencillo que vio en el menú, y un té de durazno para acompañarlo.

Cuando llegó su orden se dedicó, inconscientemente, a observar el plato al tiempo que suspiraba, era difícil, hasta la comida le recordaba a él.

Una vez que terminó de cenar, sintió una pesadez en las piernas. Quería, por arte de magia, cerrar los ojos y aparecer en su cama. Abrió su bolso y sacó un libro, era el que Alexander le había comprado en aquella ocasión en la que fueron al cine juntos por primera vez: Un árbol crece en Brooklyn, por Betty Smith. Le había encantado, aunque por momentos sentía que lo detestaba, debido a cómo llegó a sus manos, a pesar de eso, consideraba que era un buen libro y no tuvo valor para tirarlo. Como si no fuera ya lo bastante difícil para ella tenerlo entre sus manos, al abrirlo cayó sobre el mantel un clavel rojo, seco. Lo había guardado allí para tenerlo de recuerdo, se había olvidado de ese detalle, era del primero de los muchos ramos de flores que Alexander le obsequió.

—Malos recuerdos —murmuró y tiró sin cuidado la flor marchita al suelo.

Estuvo un rato intentando concentrarse en la lectura, pero no dejaba de pensar en su exnovio.

—¿Es aburrido ese libro? —dijo una voz masculina a su espalda. Anna alzó la mirada.

Alexander era un hombre muy atrayente, no era posible que alguna persona pudiera decir lo contrario, pero este sujeto desconocido, que se encontraba de pie junto a la mesa, lo superaba en apariencia, a pesar de que usaba una chaqueta vieja y desgastada. Tenía el cabello rubio, liso y unos ojos que impactaban a primera vista.

—No. No es aburrido —opinó Anna muy asombrada por la presencia del extraño.

—Pero tienes más de quince minutos con él en la mano y no has pasado ni una página —señaló.

Anna cerró el libro poco a poco al darse cuenta de que era cierto. Suspiró con fuerza.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—No lo sé —respondió Anna sin mirarlo.

—¿Te importa que me siente?

Anna no respondió, se mostraba contrariada.

—Entonces… —dijo el extraño e hizo una muy larga pausa—, ¿me voy? —inquirió con cortesía.

—Lo siento, es solo que… yo… —Suspiró de nuevo, no sabía qué palabras utilizar.

—Está bien —interrumpió el hombre rubio—. No tienes que darme explicaciones, los malos momentos son comunes, es muy normal, ya pasará —aseguró con optimismo.

—Tienes razón —ella respondió después de unos segundos de reflexión y le dirigió la mirada con una débil sonrisa—. ¿Por qué no te sientas?

—Gracias, eres amable —acotó mientras que se acomodaba frente a ella, a pesar de que mostraba una simpática sonrisa se le notaba nervioso—. Yo soy Anthony, ¿tú eres…?

—Soy Anna.

—Gusto en conocerte, Anna. ¿Vienes aquí a menudo?

—Creo que es la primera vez —respondió pensativa al tiempo que observada su alrededor.

—Eso me hace ver que no eres de por aquí, ¿o me equivoco?

—Estás en lo correcto —contestó sorprendida—. Soy de Virginia. Me mudé hace unos meses.

—Ya decía yo —coincidió Anthony con una sonrisa—. ¿Te gusta la ciudad?

—Es otro mundo, pero sí, me encanta, sobre todo el parque.

—Yo doy paseos por el parque todo el tiempo, tal vez nos hayamos cruzado alguna vez.

—Es posible —asintió con una débil sonrisa—, a veces hay muchas personas.




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