James se encontraba en un supermercado haciendo sus habituales compras un día sábado. Estaba muy concentrado leyendo la etiqueta de una nueva marca de yogurt, cuando le pareció reconocer a una persona que pasaba a su lado.
—¿Anna?
—¿Sí? —preguntó ella dándose la vuelta un tanto despistada para ver quién la llamaba.
—¡Vaya!, esto sí que es una coincidencia ¿Te acuerdas de mí?
—¿Cómo podría olvidarte? Eres James, el amigo de Alexander —respondió con una sonrisa de asombro y los ojos bien abiertos.
—Exacto —dijo feliz al ver que ella lo reconoció—. ¿Cómo has estado? —indagó, la imagen de Anna llorando en el club lo atormentó durante unos días.
—Mejor —respondió, aunque no parecía muy segura—. Oye, discúlpame por esa noche, yo no estaba pensando bien.
—Estabas alterada, es comprensible —aseguró encogiéndose de hombros.
—Sí... —dijo con tristeza contenida—. Gracias por entender, no quisiera que pensaras que soy así todo el tiempo.
—Me doy cuenta, ya no tienes los ojos hinchados. —Ambos rieron.
—Ha sido difícil —murmuró Anna, al parecer no muy segura de decir eso en voz alta.
—No lo dudo —dijo mirándola con sentimiento, ella estaba cabizbaja y observaba los productos que tenía en la mano—. Oye, ¿solo vas a llevar eso? —preguntó señalando un paquete de avena y otro de leche descremada.
—Sí —respondió, parecía apenada, sobre todo al ver que James tenía su carrito repleto de mercancía—. La verdad solo entré para ver cómo era.
—¡Qué casualidad!, yo vengo aquí todos los sábados, creo que es una suerte encontrarte.
—¿Lo crees? —preguntó extrañada.
—Sí, la verdad es que quisiera hablar contigo ¿Tienes prisa? ¿No quisieras ir a caminar un rato? Tal vez podamos comer algo.
—¿Co… como en una cita? —preguntó temerosa— ¿Me es… estás… invitando a salir?
—¡¿A salir?! —preguntó James en voz alta— ¡Dios! Anna, eres la exnovia de mi mejor amigo. Hay reglas para eso —explicó alarmado.
Anna se quedó inmóvil y retuvo la respiración, se veía muy apenada.
—Lo siento —mencionó después de soltar el aire, y empezó a caminar—. Es que desde que Alexander terminó conmigo he recibido varias invitaciones a salir, a comer, al cine…, no estoy alardeando, es la verdad —aseguró mirando con seriedad a James que caminaba a su lado empujando el carrito—. Es como si tuviera un cartel pegado en la frente que dijera «disponible», es muy raro. No me siento cómoda con eso.
—No puedo imaginar lo difícil que debe ser. Recibes invitaciones a salir porque tu belleza llama la atención a kilómetros de distancia —acotó James en un tono soñador. Suspiró y agregó—. Tan solo pensar que hay mujeres por allí, algunas bastante feas, que se duermen después de llorar porque no consiguen ni que su mejor amigo, si es que tienen, les invite un helado. Pobres mujeres. Tu situación es una verdadera desgracia.
Anna miró a James con muchísimo asombro, comenzó asomando una débil sonrisa y no demoró mucho en soltar unas carcajadas.
—Tienes toda la razón, debería sentirme halagada en lugar de molesta —murmuró Anna que parecía debatir con ella misma—. Lo siento, es que no estoy acostumbrada a que los hombres se me acerquen, si tan solo supieras que antes de Alexander nunca había tenido una cita.
—Lo sé, él me lo dijo. Tengo que admitir que al escuchar eso le dije que se alejara de ti, me parecía muy extraño que una mujer como tú no hubiera tenido novio en su vida.
—Creo que no puedo culparte por eso —opinó pensativa.
—Solo por curiosidad, ¿has aceptado alguna de esas invitaciones? —Anna lo miró sin responder—. No tienes que decirme si no quieres.
—No tengo novio, si eso quieres saber.
James asintió complacido y continuaron la marcha hasta una de las cajas registradoras.
—James, no tienes que hacerlo —dijo Anna al ver que él se ofreció a pagar por la leche y la avena.
—Sé que no te están pagando, déjame ayudarte un poco, además, no es mucho.
—Sabes mucho sobre mí —murmuró ella asombrada.
—No tienes idea —respondió volteando los ojos al recordar cómo Alexander solía mencionarla todo el tiempo.
—¿Y bien? ¿Me acompañas un rato, o tienes prisa? —Anna se quedó pensativa.
—¿No sería raro? —murmuró.
—Anna, por Dios, ya te dije que no es una cita.
—Lo sé, pero, ¿qué dirá Alex?
—No tiene que saberlo —respondió sin vacilar.
—De acuerdo —respondió Anna después pensarlo un poco más.
—Vamos, mi auto está por allá.
Ambos salieron de la tienda y se subieron al vehículo.
—Espero que no te moleste mi forma de conducir —dijo James al minuto de arrancar—. Debes haberte acostumbrado a como conduce Alexander.
—¿Qué tiene tu manera de conducir? No veo nada malo.
—Gracias por decirlo —aclaró complacido—. En comparación a Alex parezco una tortuga sin patas, él maneja demasiado veloz.