Mientras la vida parecía darle a Anna razones para sonreír, a Alexander le daba motivos para estar perturbado ¿Qué le había sucedido? Ni el mismo lo sabía. Después de lo que él consideraba como una terrorífica experiencia en Hawái, regresó a la ciudad tratando de pretender que nada ocurrió, que las cosas paranormales que vio en las afueras del hotel, al igual que todas las otras experiencias de ese tipo, fueron solo producto de su muy potente imaginación que lo había traicionado de nuevo. Esta vez se había salido de control y pasó a imaginar cosas mucho más reales de todas las pesadillas que pudo tener en su vida. Después de aquello no le costó nada la firme decisión de que, si volvía a experimentar otra cosa anormal, por más mínima que fuera, en cualquier lugar, incluso si tuviera la duración de un segundo, iría a ver a un psiquiatra, y no uno cualquiera, el más experimentado y más costoso de todos, así tuviera que viajar al otro lado del mundo para encontrarlo.
Por suerte, aquella noche en la paradisíaca isla fue la última vez que sucedió algo fuera de lo normal. La extraña presencia que estuvo sintiendo el último mes, parecía haber encontrado otra persona a quien atormentar.
Pasado ya un tiempo considerable y cero rastros de cosas extrañas, Alexander se sentía aliviado, pero otros problemas se empezaban a sumar a su vida. A pesar de que intentó llevar las cosas con normalidad, pocos días después comenzó a sentir que algo no encajaba. Las horas parecían estirarse y los días se hacían largos y aburridos, cualquier conversación, con quien fuera, la encontraba tediosa. No tenía el mismo ánimo de siempre. Uno de los cambios más impresionantes era que no tenía siquiera ganas de estar con una mujer, con el tiempo perdió el interés.
Todo comenzó cinco días después de su regreso. Alexander estaba pasándola muy bien con una rubia en el club, se divirtió tanto con ella que decidió llevarla consigo para disfrutar unas horas en su cama. Como era habitual, se besó apasionadamente con ella en el ascensor del edificio donde vivía, no despegaron sus bocas ni cuando Alexander luchó para abrir la puerta de su apartamento, ambos estaban muy apresurados. Al caer en la cama llenos de deseos, Alexander le quitó la blusa a la rubia con velocidad y comenzó a besarle el cuello cuando sintió un frío recorrer su cuerpo y se detuvo en seco. Fue poseído por un muy pensamiento anormal, su mente le decía que tener sexo con la despampanante mujer era un terrible error. Se sentó al borde de la cama para tratar de calmarse, no podía seguir tocándola, simplemente no podía. Intentó comprender el motivo, aun cuando era tan absurdo que le causó dolor de cabeza, y su compañera no estaba menos extrañada que él.
—¿Vamos a hacer esto o no? —preguntó irritada unos minutos después. Estaba acostada en la cama y se había terminado de quitar toda la ropa, al ver que Alexander tenía problemas, había decidido darle una mano.
Alexander volteó a mirarla, tenía que estar loco para rechazar a una mujer desnuda y, con ese cuerpo, acostada en su cama.
—No puedo —respondió casi en un murmullo, pero ella lo escuchó con claridad.
La hermosa mujer se puso de pie enseguida y comenzó a vestirse con velocidad, tenía las mejillas coloradas a causa del enojo. Se ató su cabellera en una cola alta, sostuvo sus zapatos de tacón en su mano izquierda y miró a Alexander con desprecio.
—¿Sabes? Eras mi venganza para mi exnovio. Muchas gracias, inútil —expresó con mucha seriedad.
Alexander observó muy alterado como la rubia se marchaba. Apenas escuchó la puerta cerrarse se puso de pie para ir a la cocina. Llenó un vaso con agua y lo llevó hasta su habitación. Abrió el primer cajón de su mesita de noche, allí estaban sus píldoras para dormir, había vuelto a comprarlas, su insomnio parecía estar peor que nunca. Sacó una y después de beber, casi en un trago, medio vaso de agua, se acostó a esperar a que hiciera efecto.
Esta escena se repitió dos veces con otras dos invitadas, los resultados fueron similares, las mujeres acababan desnudas, molestas, y Alexander sentado al pie de la cama con dolor de cabeza. Él no era de esas personas que van al doctor, pero ¡vamos, que esto era una emergencia! No lo pensó mucho.
En una semana acudió a tres sexólogos, los cuales le diagnosticaron ginofobia «miedo a las mujeres»; venustrafobia, «miedo a las mujeres hermosas»; y medolmacufobia, «pánico a perder una erección ya lograda». Todo esto hizo que se preguntara dónde se habían graduado esos hombres, él no tenía ninguno de esos problemas. Terminó por aceptar el diagnóstico de un cuarto médico, quien le dijo que solo era una «aversión sexual» y que solo debía aguardar, que con el tiempo pasaría, a menos que estuviera muy desesperado, y en ese caso le recomendó asistir a un psicólogo. Alexander decidió esperar, al escuchar ese diagnóstico se sintió más tranquilo.
Unas semanas después, Alexander llegaba al club a la una de la madrugada. No intentó buscar a ninguna mujer para bailar, se dedicó a ayudar a James con el trabajo; a supervisar que todo estuviera en orden. Eso hizo hasta que llegó la hora de cerrar, estaba tan despierto que invitó a James a ir a su apartamento para comer y ver una película, pero no pudo imaginar que su visita se convertiría en un interrogatorio que lo dejaría muy confundido y que haría que su amigo casi perdiera el control.