Tres días después, James se hallaba en el ascensor que conducía el piso donde se encontraba el consultorio médico. Al abrirse las puertas del elevador, buscó en el pasillo largo y ancho, el consultorio donde debía entrar. Se sentía bastante nervioso, no sabía con qué se iba a encontrar, aseguraba que el lugar estaría lleno de individuos desequilibrados. Él era una de esas personas que siempre estaba pendiente de su chequeo anual con su médico de confianza, pero jamás había visitado a un doctor de este tipo.
No tardó en encontrar el consultorio, y apenas abrió la puerta volvió a cerrarla para mirar el número, quería asegurarse de que ingresaba al lugar correcto. Con mucha sorpresa comprobó que era el indicado y entonces sus miedos se apaciguaron. No solo había dos personas que se veían muy normales, el lugar no era lo que esperaba. Al ser un espacio visitado con frecuencia por pacientes con, según él, serios problemas mentales, creyó que se encontraría en una habitación triste, oscura y descuidada, sin embargo, se notaba que este doctor era más que un profesional, había dedicado tiempo en idear una sala de espera perfecta.
El lugar era muy acogedor, con una excelente iluminación, las paredes eran blancas con franjas de un agradable color rosa. Como decoración había unos árboles pequeños y artificiales con hojas de un verde manzana y hermosas florecillas rosadas, los troncos flacos estaban un poco torcidos para dar la impresión de ser reales y se hallaban sembrados en unas cestas de pequeñas tablas de madera llenas de piedras blancas muy grandes y brillantes. Las sillas, blancas también, se veían muy cómodas con un espaldar que moldeaba la espalda, hacían juego con una gran mesa que se encontraba en el centro de la habitación donde había toda clase de revistas, no solo de medicina, también de moda y deportes. Todo el lugar desprendía un olor a lavanda, una gran aliada de la relajación, y se escuchaba una música agradable, lo más probable destinada a calmar a las personas que iban tensas, James buscó con la mirada, parecía que el sonido salía de las cajas donde estaban los árboles.
«¡Con cuánta razón tiene buena reputación este señor!», pensaba. Y es que hasta la voz de la secretaria producía una sensación de bienestar, como si hubiera estudiado algún curso para aprender a moldearla de ese modo, o tal vez desarrollado por su cuenta después de lidiar con tanta gente irritada. Con tanta fama era poco creíble que solo hubiera una persona esperando, entonces opinó que los pacientes eran cuidadosamente organizados para que no se abarrotara el lugar, a él le dieron la cita a una hora específica, con minutos y todo.
Cuando el paciente que estaba en la consulta salió, James pudo observar que tenía una sonrisa de satisfacción, supuso entonces que el problema que presentaba no era muy grave. El próximo cliente se adentró en el consultorio y él se dedicó a ojear varias revistas.
Treinta y cinco minutos después, llegaba otro paciente y anunciaron su turno. Se puso de pie muy nervioso y apenas cruzó la puerta blanca, pudo notar que el consultorio era tan relajante como la sala de espera. Había un sofá de color negro, por si el paciente quería acostarse a contar sus penas, y un sillón del mismo color, por si prefería estar sentado. James optó por el sillón, después de todo, él no era el del problema.
El doctor Smith se sentó frente a él, era un hombre mayor, alto y de piel oscura, tenía unos característicos anteojos circulares y un bigote de esos que ya no se ven desde la época de los setenta.
—Bien, James, cuénteme, ¿qué lo trae por aquí? —preguntó el médico en un tono muy profesional. Sostenía en su mano una gran libreta y un bolígrafo que aguardaba impaciente por comenzar a escribir síntomas.
James respiró profundo, había llegado la hora de resolver su inquietante duda.
—Bueno, primero, quiero agradecer por recibirme tan pronto, esto es una emergencia, créame —comenzó a decir James mientras que cambiaba de posición en el sofá—. Verá, un amigo...
—Claro, un amigo —interrumpió el médico y enseguida su mano se puso en movimiento para anotar.
—Es verdad, es un amigo —insistió.
—Por supuesto que lo es, continúe.
James sintió que se estaba burlando de él, hizo un gesto de desaprobación al ver que el médico no paraba de escribir, aun así, terminó por obedecer.
—Un amigo —repitió con cuidado—, que nunca antes había tenido una relación seria en su vida, conoció a una mujer hace unos meses y se enamoró. Salió con ella durante treinta días y, de pronto, así no más, decidió finalizar la relación. Ahora asegura que no la recuerda.
—¿Su amigo ha tenido alguna lesión, un tipo de accidente?
—No —respondió sin pensarlo.
—De acuerdo ¿Ella es real?, ¿tiene manera de comprobarlo?
—Sí, yo la conozco —afirmó y sintió un gran alivio al reconocerlo, si no hubiera conocido a Anna esa noche en el club no habría tenido forma de justificar su existencia, Alexander no le había mostrado ni una foto de ella.
—Dice usted que nunca había estado en una relación seria…
—Sí, doctor —interrumpió James—. Condena al amor, créame que no exagero, yo mismo no podía creer que estuviera saliendo con alguien. Si usted lo conociera estuviera muy sorprendido. Ahora no recuerda ni el nombre de esa mujer, se llama Anna, por cierto. Estoy muy preocupado.