El Angel de su alma gemela

Capítulo 39: la decisión de la señora Elisa.

Anna subía en el ascensor blanco después de la jornada de trabajo. Se encontraba muy nerviosa, los días de prueba acabaron, no había visto a su tía desde la entrevista y, en esta ocasión, iba a reunirse con ella para recibir la respuesta que tanto esperaba.

Cuando entró a la majestuosa oficina, percibió un aroma delicioso a galletas recién horneadas y no pudo evitar sorprenderse al ver que la señora Elisa vestía un traje deportivo color violeta, tenía sus pies cubiertos con unas medias del mismo color, sin zapatos.

—¿Qué esperas para venir hasta acá? —preguntó, Anna se había quedado pegada a la puerta.

—Lo siento —se disculpó enseguida y se aproximó hasta el escritorio.

—Me han llegado rumores de que tu estado de ánimo cada día es peor —señaló cuando Anna estaba frente al escritorio.

—¿Perdón? —preguntó con voz entrecortada y pestañeando muy rápido.

—Siéntate —le ordenó su tía mientras que se sacudía de manera despreocupada unas migajas de galleta—. Me refiero a cambios de humor, asumo que es debido al hombre ese que te dejó en Hawái —opinó con desprecio.

—¿Cómo sabe de Alexander? —preguntó Anna con los ojos bien abiertos, no podía creerlo, ni sus compañeras de trabajo sabían ese detalle.

—Sam me lo contó —respondió acomodando su espalda en el respaldar del asiento.

Anna tardó unos segundos en comprender que se refería a su madre, no por eso dejó de estar más extrañada, ellas no se hablaban desde hacía décadas, ¿acaso ahora hablaban con frecuencia?

»A tu madre le preocupaba mucho que tu rendimiento durante este período de prueba se viera afectado —añadió—. Conociste a Alexander aquí en New York, así que todo te recuerda a él ¿Sabes qué debes hacer?

Anna movió su cabeza de manera negativa.

—Irte —respondió mientras comenzaba a comerse otra galleta.

—¡¿Me está despidiendo?! —preguntó sin poder contener un chillido, parecía que iba a llorar.

—No, no —aclaró la señora Elisa haciendo un gesto despreocupado con la mano libre—. Sí tienes el empleo.

—¡¿De verdad?! —preguntó Anna en el mismo tono de voz.

—Sí, pero te irás a Tokio.

Anna arrugó el rostro, pocas veces en su vida había estado tan confundida.

»Lo he estado pensando, te voy a transferir.

—¿A Tokio? —preguntó Anna.

—Es lo que acabo de decir —respondió.

—Pero… pero eso es en ¡Japón!

—Sé muy bien dónde está —respondió sin inmutarse.

—Pero, pero ¿por qué?, yo… yo no quiero ir hasta allá —se atrevió a decir y se sorprendió de sí misma, no entendía de dónde había sacado la valentía para decir esas últimas palabras contradiciendo a su tía.

—Será solo un mes, dará tiempo de que te recuperes —explicó—. Hay un artículo sobre Tokio que necesito y prefiero la perspectiva de una mujer americana, me ha gustado tu trabajo, sé que te has esforzado mucho. Quisiera enviarte a ti, estar lejos te ayudará a despejar tu mente.

—¿Le ha gustado mi trabajo? —preguntó incrédula.

—Sí. Verás, Anna, hay mujeres, que, como tú tienen talento y saben desenvolverse bien en este trabajo, pero casi siempre las cosas cambian cuando llega un maldito imbécil y le rompe el corazón a una de mis chicas. Yo no puedo permitirme perder empleadas valiosas por asuntos de este tipo —explicaba con gran firmeza—. Yo necesito que, mientras que formen parte de mi empresa, todas trabajen fuerte y me ayuden a hacer esta revista más grande de lo que ya es, por eso, el sueldo es excelente, les doy muchas oportunidades y beneficios, además de unas vacaciones por las que muchos matarían.

Anna se sentía intimidada, se aferraba con fuerza a la silla y trataba de mantener la espalda lo más recta posible.

Hubo un silencio muy largo, Anna no se atrevía ni a hablar ni a moverse. En eso ocurrió algo que nadie podía esperar. La Señora Elisa pareció entristecerse, su mirada severa se ablandó y dijo unas palabras en un tono de voz muy bajo.

—Sé cómo se siente.

Anna observó cómo su tía se puso de pie y se colocó junto a la gran ventana, no parecía observar nada en específico.

—¿Cómo se siente qué? —preguntó Anna llena de curiosidad.

—Que te rompan el corazón —respondió en voz baja.

Anna estaba casi segura de que había escuchado aquello, le costaba creerlo. Aquella mujer parecía tener unos sentimientos de piedra, no imaginaba cómo alguien podría hacerle daño, no era posible. Ignoraba que su tía se había obligado a sí misma a ser de ese modo.

—¿Tu madre te contó por qué me fui del pueblo? —preguntó sin mirarla.

—No, no lo hizo.

—¿Conoces a Lorenzo? —preguntó, esta vez fijando su mirada en Anna.

—¿El panadero? —preguntó ella extrañada.

—Sí. Cuando era joven fui su novia —comenzó a contar todavía de pie junto a la ventana, esta vez sí parecía observar el paisaje—. Yo era tonta e inocente en aquel entonces, creí todas las cosas que me dijo, todas aquellas promesas de amor eterno, que nos iríamos juntos del pueblo y conquistaríamos la ciudad, el tarado ese sigue vendiendo pan en el mismo lugar. —Rio con malicia—. Estuvimos juntos un par de años hasta que llegó el día de mi cumpleaños número dieciocho. Lo descubrí en una tienda besándose con Eleonor. No había forma de que ella hubiera intentado robarle un beso, y yo estuviera por mala suerte observándolos en ese momento, era un beso de verdad, me quedé lo suficiente para asegurarme de que él le correspondía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.