El Angel de su alma gemela

Capítulo 41: ocasión perfecta.

James se encontraba en el club, hacía media hora que había empezado la jornada de trabajo, observaba muy complacido desde el bar cómo el lugar estaba repleto de clientes. En eso, sintió su teléfono vibrar en su bolsillo. Se extrañó cuando vio que el nombre de Anna aparecía en la pantalla.

—¡Qué raro! —murmuró.

Se dirigió a su oficina a paso rápido, allí no iba a poder escuchar nada.

Cuando llegó, la llamada aparecía como perdida, se sentó en su silla verde manzana y marcó para hablar con ella.

—¿James? —dijo una voz desconocida al otro lado de la línea.

—Sí ¿Quién es? —preguntó desconcertado.

—Es Amanda, soy amiga de Anna, verás, ella no se siente muy bien, ¿podrías venir a buscarla?

—¿Cómo que no se siente muy bien?, ¿dónde está?

—No es nada grave, bueno…, se ha desmayado, estamos en un bar y bebió demasiado.

James escuchó con atención la dirección, la anotó en una hoja pequeña, por si acaso, tomó su chaqueta, las llaves del auto y salió de su oficina.

—¡Tengo que salir! —le dijo a Alexander que estaba en el bar.

—¡¿A salir?! ¡¿Adónde vas?!

James se quedó en silencio, pensó en la posibilidad de contarle, pero consideró que no era el momento apropiado.

—Luego te cuento, ¿podrás quedarte a cargo?

Después de acordar con su amigo unos detalles, fue hasta la entrada del club e informó a los guardias que tendría que salir y no sabía a qué hora volvería. Se dirigió a su auto que estaba estacionado a media cuadra de distancia.

El corazón le palpitaba con fuerza, las personas se emborrachan todos los días, pero él sabía que Anna no bebía, si estaba ebria debía ser porque algo había ocurrido, y si se había desmayado, entonces, debió de haber bebido en exceso, esperaba que no fuera grave y tuviera que llevarla al hospital. Debido a su preocupación se atrevió a pisar el acelerador solo un poco más de lo acostumbrado.

Se estacionó no muy lejos del bar, corrió hasta la entrada y comenzó a buscar entre la multitud. Al no verla, le preguntó a un cantinero, sin embargo, obtuvo una negativa por respuesta.

Sacó su teléfono para llamar y enseguida Amanda le dijo que se encontraban en el baño de mujeres.

Apenas entró, vio a Anna recostada de la pared en el piso, acompañada de una multitud de chicas, una de ellas, que estaba abanicándole la cara con una libreta y se la entregó a otra para que continuara echándole aire, se le acercó de inmediato.

—¿James?

—Sí.

—Hola, soy Amanda, intentamos despertarla, pero no se siente bien.

—¿Qué fue lo que le ocurrió? —preguntó y enseguida se dispuso a levantarla.

—Solo bebió unos tragos —explicó—, pero parece que no tolera bien el alcohol. Debes llevarla a su casa para que descanse ¿Sabes dónde vive?

—Sí. Gracias por cuidarla mientras llegaba —dijo forzando la voz.

James tuvo que cargar a Anna para sacarla de allí, era claro que ella no se encontraba en condiciones de caminar.

Una vez afuera, la subió en su vehículo, tuvo que reclinar el asiento un poco hacia atrás y le colocó el cinturón de seguridad, dio las gracias de nuevo al grupo de mujeres que lo observaban con preocupación y se puso en marcha.

Cuando llegó a la zona donde vivía Anna, redujo la velocidad para estacionarse, no había lugar disponible frente al edificio, y tuvo que hacerlo varios metros hacia adelante. Una vez que apagó el auto, hizo un esfuerzo en despertarla.

—Anna —dijo en voz baja—, llegamos a tu apartamento ¿Anna? ¡¿Anna?! —La sacudió con suavidad, luego con más fuerza, pero fue inútil.

James suspiró.

»¿En qué piso vives? —preguntó sabiendo que no obtendría respuesta—. Vamos, Anna, no creo poder contigo, subiendo las escaleras.

Volvió a suspirar.

Decidió esperar a ver si se despertaba.

Treinta largos minutos después, aceptó la realidad. Suspiró de nuevo.

»Vaya, ¡sí que te hace efecto el alcohol! Vamos a ver…. —Se bajó y abrió la puerta del otro lado, la tomó por el brazo y lo puso sobre su hombro—. Vamos, Anna, tienes que ayudarme.

Fue difícil, casi se caen al bajarla del auto, aun así, con mucho esfuerzo lo logró.

Una vez subidas las cortas escaleras hasta a la puerta del edificio, James la apoyó en la pared con cuidado, y buscó en su bolso las llaves, le llevó bastante trabajo, no podía creer la cantidad de cosas que tenía metidas allí dentro. Abrió la puerta y, como pudo, subió con ella el primer piso. Recordaba que Alexander le había dicho que la puerta de su apartamento era la única pintada de amarillo, así que la dejó sentada en las escaleras y recorrió el pequeño pasillo, pero no era en ese piso. Era pasada la medianoche, dudaba de que hubiera inquilinos paseándose por las escaleras, así que dejó a Anna allí sentada y comenzó a subir.

Cada vez que abandonaba un piso, rogaba que la puerta amarilla no se encontrara en el último. Cuando llegó al número cinco, pudo vislumbrar, con suma alegría, el llamativo color y celebró alzando los brazos.




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