El Angel de su alma gemela

Capítulo 42: un café y una aspirina.

Unas cuatro horas después de la salida del sol, Anna por fin despertó, y no pudo evitar gritar al ver a un hombre en su sillón, no podía ver su rostro, pues, en algún momento, durante la madrugada, James se había dormido con varias almohadas encima.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué pasó?! —gritó desconcertado, abriendo los ojos de inmediato e incorporándose.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Anna muy asombrada.

—Me quedé dormido, lo siento —dijo más calmado—. Te traje del bar donde estabas con tus amigas, te desmayaste.

—¿Y tú qué hacías en el bar? —Quiso saber ella, que continuaba sin comprender.

—Tu amiga… Amanda, creo, me llamó para que fuera a buscarte —explicó mientras que se frotaba los ojos.

—¿Y por qué te llamaron a ti?

—Les pediste que lo hicieran —aclaró—. ¿No te acuerdas?

—¡No! —murmuró muy sorprendida, observaba a James atónita.

—¿De verdad no te acuerdas de nada?

—No.

—¿De nada?, ¿estás segura? —insistió.

—Bueno…, recuerdo haber llegado al bar —dijo pensativa mientras se sentaba en la cama—. Después de eso nada, ¿por qué?, ¿ocurrió algo?

James se quedó en silencio, observó a Anna y luego movió la cabeza de lado a lado.

»Lamento si fui una molestia, debe haberte costado mucho traerme hasta acá.

—Llevó su tiempo —mencionó James con una fingida sonrisa, que parecía más recordar un mal rato vivido.

—Lo siento —repitió.

—Lo importante es que ya estás despierta, no deberías de tomar más nunca, lo digo en serio, tu amiga dice que no lo toleras muy bien —añadió él en un tono gracioso.

—No te preocupes por eso, estoy completamente de acuerdo —aseguró ella.

—¡Vaya! —exclamó James al colocarse de pie—. Tienes que hacer algo con respecto a este sillón —sugirió con una dolorosa expresión.

—Sí, lo sé —respondió apenada—. Oye, no te vayas aún, déjame al menos prepararte el desayuno, como agradecimiento.

En eso Anna se puso de pie, pero lo hizo con mucha velocidad y cayó al piso como si alguien la hubiera empujado.

—¡Oh, por Dios! —gritó. La adrenalina que había sentido al despertar y ver a un extraño a su lado se había esfumado.

—Vamos, ¡A-rri-ba! —dijo James haciendo un esfuerzo para ayudarla—. Quédate aquí sentada, iré a prepararte un café. Tienes café, ¿cierto? —preguntó cuando salía de la habitación.

—No.

—Está bien, voy a ir a comprarlo.

—No hace falta, estoy bien —dijo Anna apenada.

—No…, no lo creo. Solo déjame usar tu baño e iré a comprarlo.

Anna señaló la puerta y James se dirigió hasta allá.

Una vez que James salió del apartamento, Anna decidió darse una ducha.

Mientras se lavaba el cabello, recordó lo ocurrido la tarde anterior y sintió una puntada desagradable en su pecho, había olvidado el viaje a Tokio. De pronto, ya no tenía ganas de bañarse, sintió frío. Se apresuró a quitarse el champú y el jabón del cuerpo para salir a vestirse.

Estaba de pie frente a la ventana peinándose el cabello, cuando James entró con una bolsa en la mano y dos vasos grandes.

—Es una suerte que haya una cafetería en cada esquina —dijo con alegría mientras que colocaba las cosas sobre la mesa y la llave que se había llevado—. Espero que puedas tomártelo, te hará bien. También te traje una aspirina, siempre llevo conmigo en el auto, y un sándwich de atún —agregó a la vez que sacaba de la bolsa uno para él también.

—Gracias, James —dijo Anna con sinceridad—. Has hecho mucho por mí, de verdad, eres una buena persona.

—Lo sé —respondió él mientras le quitaba el envoltorio a su sándwich.

—James… —comenzó a decir Anna en un tono preocupado, se sentó en la silla y se quedó mirando el café.

—¿Qué ocurre? —preguntó después de tragar un bocado.

—Me voy a Tokio.

James no dijo nada. Anna alzó la mirada para ver su reacción, la noticia pareció afectarle, incluso se podría decir que palideció un poco.

—James, ¿me escuchaste? Me voy a Tokio.

—¿Cómo es eso? —preguntó, se veía muy afectado.

—Mi tía me transfiere para Tokio a trabajar allá, pero solo será un mes, volveré — explicó con una sonrisa forzada.

—¿Y quieres ir?

Anna movió la cabeza de forma negativa.

—¿Y no tienes opción?

—No lo sé, sí quiero ir, pero me asusta la idea, sobre todo porque es mucho tiempo y no conozco nada allá.

—¿Y cuándo tienes que marcharte? —preguntó James que no había vuelto a tocar su desayuno.

—Mañana —respondió con dificultad.

—Es muy pronto, ¿cuándo lo supiste?

—Ayer —respondió Anna. No había dado ni un sorbo al café, la voz casi le temblaba—. James, estoy aterrada.




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