Anna estuvo toda la tarde del sábado empacando lo necesario, no sabía qué llevar, o, mejor dicho, no sabía qué dejar, sentía que tenía que llevárselo todo.
Sin darse cuenta se hizo la hora de cenar, revisó su refrigerador y al ver su contenido se alarmó, debía de comerse todo lo que había allí para que no se dañara. Era imposible, tenía casi media docena de huevos, dos litros de yogurt, varios vegetales y un poco de queso. Revisó en la despensa y tenía mucho pan integral. De haber sabido que viajaría no se hubiera molestado en ir de compras hace dos días. Sacó cuentas mentales y apartó la comida que sobraría, mientras lo hacía recordó a su vecina, una mujer anciana y muy agradable que vivía sola. Organizó todo en una bolsa y decidió llevárselo, aprovecharía para informarle que estaría un mes fuera, no quería preocuparla, a menudo se la encontraba en el pasillo y siempre la saludaba con emoción.
Cuando Anna regresó, vio que su teléfono, que estaba sobre la mesa de la cocina, tenía la lucecita encendida. Lo tomó para revisarlo y leyó un mensaje, era de Anthony, el hombre rubio que había conocido en el restaurante hacía unos días. Desde aquella vez solo se vieron dos veces, ambas en el parque después de salir del trabajo, solo habían caminado y charlado, consideraba que era agradable. En el mensaje la saludaba y le preguntaba si podían verse la mañana siguiente. Enseguida le respondió que no podría, puesto que saldría de viaje por varias semanas. Anthony le dijo que quería verla para despedirse. Ella no tenía intenciones de decirle que sí, debía apresurarse a acomodar todo, pero entonces vio a su alrededor el desastre de ropa y maletas que había en la pequeña sala y se convenció de que necesitaba un descanso y dejar de empacar, así que le preguntó si podían verse esa misma noche.
Anna dejó el teléfono de nuevo sobre la mesa, fue hasta el refrigerador, y en poco tiempo tuvo lista su cena.
Se sentó frente al televisor y comió sin prisa mientras que se actualizaba con las noticias.
Media hora más tarde continuaba frente al televisor, apoyaba el plato vacío en sus piernas. Sentía una pesadez en todo el cuerpo, quería dormirse allí donde estaba, pero no podía, aún le faltaba mucho por organizar.
Se puso de pie para llevar el plato a la cocina y se dio cuenta de que Anthony le había contestado diciéndole que sí podía reunirse con ella, se distrajo tanto viendo la televisión que no notó cuando sonó.
No quería quedarle mal, además, necesitaba despertarse. Corrió a darse un baño y en pocos minutos salió de su apartamento.
Anna caminaba con prisa hacia el parque, se había retrasado y pensaba que Anthony tendría ya rato esperándola.
Cuando estaba a punto de llegar al lugar acordado, observó que, en efecto, él la esperaba sentado en uno de los bancos del parque.
—¡Perdona la tardanza! —se disculpó Anna con voz agitada.
—Está bien, yo acabo de llegar —contestó, y ella supuso que lo decía para no hacerla sentir mal.
Después de que Anna recobró el aliento, hablaron un poco sobre lo que les había ocurrido los últimos días. Anthony no tenía grandes historias como la de la repentina partida de Anna o la despedida que le hicieron sus amigas, de la cual solo supo lo que ocurrió en la cena; ella no quiso revelarle los detalles vergonzosos.
Ambos continuaban sentados en el banco observando a las personas pasar frente a ellos, era una noche muy agradable. Anna no tenía ganas de volver a su apartamento, prefería estar con Anthony que buscando la manera de meter sus pertenencias dentro de las maletas y repasando la lista cien veces para asegurarse de no olvidar algo.
—Entonces, ¿un mes? —preguntó Anthony veinte minutos después, desviando por completo el tema del que estaban hablando.
—Sí —afirmó Anna en un tono trágico.
—Es mucho tiempo.
—Pues, sí, puede ser, supongo que con los días me acostumbraré —dijo pensativa.
—Me refiero a que es mucho tiempo para mí.
—Es decir, ¿cómo si fueras tú el que tuviera que viajar? —preguntó Anna tratando de comprender.
—No exactamente.
Anna lo miró confundida, de pronto parecía triste, como si de repente le hubieran arrancado toda la felicidad. Notó que su respiración cambió, se veía nervioso.
—¿Estás bien?
—Anna, me gustas. Me gustas mucho —respondió en voz baja.
Anthony la miraba, sus ojos azules, que parecían más oscuros por la noche, brillaban de emoción.
—Me dijiste que…
—Lo sé —interrumpió Anthony—, quería que me conocieras mejor, pero ahora que te vas… —Suspiró—. En fin, solo quiero que lo sepas.
Anna no sabía cómo reaccionar, pero le dolió en el alma aquella repentina e inesperada confesión. Todo lo referente al amor le parecía una tragedia. Era cierto que Anna encontraba al hombre rubio, frente a ella, muy atractivo, amable e incluso interesante, sin embargo, no podía imaginarse teniendo sentimientos románticos hacía él, no con Alexander todavía metido dentro de su cabeza. Entonces recordó que se había prometido a sí misma que lo olvidaría costara lo que costara, si eso significaba tener que salir con otra persona, incluso acostarse con un hombre, tal vez lo haría; varias de sus compañeras habían tenido sexo sin compromiso, ¿por qué ella no? Al parecer era algo más normal de lo que creía. Lo pensó varias veces, Anthony la miraba como esperando una respuesta, a pesar de que no le había preguntado nada. El cerebro de ella trabajaba a toda velocidad, pensaba en tantas cosas, que le dio un repentino dolor de cabeza.