A la hora acordada, James subía las escaleras hasta el apartamento de Anna.
—¿Estás lista? —preguntó al verla.
—No —respondió Anna, que se mostraba nerviosa.
—¿Qué te falta?, puedo ayudarte si quieres —se ofreció James.
—Me refiero a que psicológicamente no estoy preparada para este viaje —dijo con voz temblorosa.
—No lo pienses mucho, te encantará Tokio —aseguró James con optimismo—. Ahora dime, ¿dónde están las maletas? —preguntó observando el interior del apartamento.
—Están en mi habitación.
—Iré por ellas —dijo y se encaminó hasta allá.
James no pudo contenerse cuando vio tanto equipaje, miró a Anna que estaba a pocos pasos de él y le hizo una pregunta en un tono muy serio.
—¿Estás segura de que empacaste lo suficiente?
—No lo sé, ¿crees que necesite más?
—¿Es en serio? —preguntó arrugando el rostro—. No tengo idea de que metiste allí adentro, pero estoy bromeando. Vamos, tienes que relajarte un poco —aconsejó y examinó el equipaje.
James tuvo que hacer tres viajes, cuando estuvo listo, sudaba y resoplaba.
—Bueno…, ya están bien acomodadas en el auto, solo faltamos nosotros…
James dejó de hablar porque Anna, que parecía no haberlo escuchado, miraba por la ventana con la cabeza apoyada en el cristal.
—¿Estás bien? —preguntó una vez que se acercó hasta ella.
—Sabes... —suspiró—. La razón por la que mi tía me envía a Tokio, además del trabajo, es para me olvide de Alexander.
—Entonces te quedarás allí para siempre —expresó enseguida en un tono burlón.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Anna entre curiosidad y risas.
—No parece que quieras hacerlo —dijo después de recordar la gran cantidad de fotografías en su computadora.
—Sí, sí quiero…
—No, no lo creo —la interrumpió James con una sonrisa. Anna lo miró curiosa.
—¿Cómo está él? —preguntó ella.
James no sabía qué decirle, no podía contarle toda la verdad.
—Bueno, supongo que debe estar como tú, dolido por lo que pasó. —Anna soltó una risa incrédula.
—¿Dolido? Eso no es posible.
—Yo sí lo creo.
—James, él no quiere estar conmigo, créeme.
—¿Qué te hace estar tan segura? Sé que aquella noche en el club… bueno, él no estaba pensando bien las cosas.
—Eso no importa, yo no puedo perdonarlo, de ninguna manera puedo hacerlo —dijo con firmeza y enojo—. Incluso si llegara a disculparse por lo que hizo yo… no, no podría.
—Anna, tal vez no sea asunto mío, pero ¿qué fue lo que pasó entre ustedes dos con exactitud? —preguntó con curiosidad, había muchas cosas que no comprendía.
Anna se quedó en silencio unos segundos, y James estaba casi seguro de que no le iba a contestar.
—Bueno… —dijo dispuesto a decirle que se marcharan.
—Te mostraré —le interrumpió Anna y fue a su habitación.
James esperó ansioso, ¿qué iba a enseñarle Anna? No podía imaginárselo, pero tampoco tuvo mucho tiempo; ella regresó casi enseguida, sostenía algo en su mano.
Anna se detuvo frente a él y alargó la mano para entregarle un papel arrugado.
James lo tomó, las letras no se veían muy bien entre las arrugas de la hoja y la caligrafía era torpe, pero a pesar de eso pudo leer el contenido. Por un momento no quiso ver a Anna y se quedó con los ojos clavados en aquella nota.
—Eso fue lo que me dejó —explicó Anna, que pareció comprender que ya tuvo que haber leído el papel—. En la mañana cuando desperté, se había regresado.
—¿Regresado?
—A la ciudad, yo estaba sola en Hawái cuando encontré la nota.
—Anna, yo... lo siento… no, no sabía —dijo James con la voz entrecortada—. No tenía idea de que te habías devuelto sola.
James quiso preguntarle más detalles, pero la expresión en su rostro indicaba que estaba pasando un muy mal rato.
—No preguntes por qué guardo la carta, porque no lo sé —pidió Anna.
—No iba a hacerlo —aseguró él, todavía conservaba el anillo de compromiso que era para Julia, por lo que podía entenderse como prácticamente lo mismo.
Hubo un largo silencio, Anna observaba por la ventana. James, que había dejado la nota sobre una pequeña mesa que se encontraba cerca, estaba recostado de la pared, esperando a que el mal momento pasara.
—Bueno, vámonos —dijo al ver que Anna no reaccionaba—. Necesitas ese viaje urgente —agregó en un tono gracioso.
Anna rio un poco. Guardó la nota, buscó las llaves y ambos salieron del apartamento.
—Si me va bien en Tokio, tendré una cita al volver —dijo Anna cuando ya estaban saliendo por la puerta que daba a la calle, ya se notaba más animada.
—¿Con quién? —preguntó James con mucha curiosidad.