El avión donde viajaba Anna aterrizó en la pista del Aeropuerto Internacional de Haneda en la mañana en Tokio, ocho de la noche Nueva York. Había sido un vuelo tranquilo sin ningún tipo de complicación para los demás pasajeros, pero para Anna fueron horas de tortura, no pudo dormir lo suficiente, y las últimas las había pasado con los ojos bien abiertos. Los nervios ligados con el miedo a volar se mezclaron para hacer de esta otra mala experiencia en el aire. No era solo la ciudad desconocida lo que la aterrorizaba, sino la gran barrera del idioma lo que la hacía sentirse tan perturbada, el miedo que experimentó cuando se mudó a Nueva York quedaba muy pequeño en comparación a este.
Mientras estaba en las alturas, intentó varias veces leer los libros que James le había obsequiado, pero, a pesar de que eran muy interesantes, no lograba concentrarse. También quiso repasar los apuntes sobre el idioma, los estudió una y otra vez, aun así, su cerebro no retenía la información, sentía que la única forma en que eso pudiera entrar en su cabeza era comiéndose el papel.
Una vez que Anna puso un pie en el aeropuerto, comenzó la desesperación por encontrar a Natsuki cuanto antes, tenía que aferrarse a ella como una sanguijuela, aunque sin causarle repugnancia. Su tía no le había dado características que la definieran bien, y así sería difícil encontrarla.
Trataba de no aparentar mucha desconfianza, no quería que los habitantes de aquella ciudad se dieran cuenta de que era una turista, pero no era posible, su cabello rojo resaltaba entre los demás y ayudaba a que de lejos se le notara lo perdida que estaba.
Caminando entre la muchedumbre examinaba rápido a las personas que allí se encontraban recibiendo a los pasajeros; sin embargo, Anna no se había relacionado nunca con japoneses, tenía problemas para diferenciar los rasgos y para ella todo el mundo se veía igual.
«Acéptalo, Anna, estás perdida», pensaba mientras su cara empezaba a mostrar más signos evidentes de angustia.
Ya sentía que se iba a poner a llorar, cuando distinguió a una mujer que sostenía entre sus manos algo parecido a una cartulina blanca, con el nombre «Anna Johnson» escrito. Entonces se acercó a la desconocida, pero ella no pareció prestarle atención.
—¡Ho-la! —exclamó Anna con lentitud y abriendo bien los ojos. Hacía señas con las manos, tratando de hacerse entender—. ¡¿Có-mo es-tás?! ¡Soy Anna! ¡¿Eres Natsuki?! Qué bue-no en-con-trar-te —agregó repitiendo las mismas muecas.
—¿La sobrina de Elisabeth? —preguntó en un perfecto acento americano y con temor en la voz.
Anna se quedó boquiabierta. En definitiva, la mujer que tenía enfrente era Natsuki, era más baja que ella, tenía el cabello negro y liso, lo llevaba corto y con flequillo, era tan bella que parecía una muñeca. Anna estaba muy apenada por haberle hablado de ese modo, aunque más que eso, se hallaba impresionada y extrañada que de ella hubiera llamado a su tía por su nombre de pila. Anna asintió con la cabeza, se había quedado sin palabras.
»Mucho gusto en conocerla, señorita Johnson —dijo Natsuki y enseguida bajó el cartel para hacer una reverencia—. Sea usted bienvenida a Tokio.
Anna quiso responderle del mismo modo, pero no supo cómo hacerlo y se sintió torpe al intentar imitarla.
—Él es Dai —señaló Natsuki al momento de incorporase—. Será su chofer, señorita Johnson.
Anna no había notado que junto a la japonesa también se encontraba un joven japonés que vestía un traje negro al igual que ella, ambos estaban muy elegantes y sonrientes.
Dai hizo una reverencia también, y Anna volvió a sentirse torpe al imitarlo, sobre todo, porque estaba segura de que no lo hacía bien.
—Venga. Acompáñeme, por favor, buscaremos su equipaje y la llevaremos al hotel enseguida.
Anna obedeció sin preguntar nada.
Al recoger las maletas, Natsuki no pudo evitar observarlas con bastante asombro.
Anna se dio cuenta y rio nerviosa.
—Es mucho lo sé.
—No se preocupe usted, señorita Johnson —aseguró al tiempo que negaba con la cabeza.
Los tres salieron del aeropuerto. Natsuki y Dai se dirigieron a un automóvil negro muy elegante, Anna los siguió tratando de no parecer desorientada.
—El joven Dai no tiene problemas con el inglés —le informó Natsuki—. La llevará a dónde usted necesite. Me tomé la libertad de comprarle esta guía para que le sirva de ayuda en los momentos en que no estemos con usted.
—Muchas gracias —dijo Anna sorprendida por tantas atenciones, y tuvo el presentimiento de que debía de inclinarse para hacerlo, pero no lo hizo porque no estaba segura.
Pocos segundos después, Dai abrió la puerta del auto y le indicó a Anna, con mucha cortesía, que subiera. Así lo hizo y quedó maravillada con el interior del vehículo.
Durante todo el camino, Anna estuvo con el rostro pegado a la ventana, era un mundo muy diferente y estaba fascinada. Comenzó a imaginar cómo sería estar allí con sus conocidos.
«Mi madre de seguro no dejaría de hablar. Y las chicas, ¡ja!, irían de una vez a preguntar cuál es el mejor bar de la ciudad, incluso a pesar de la hora, al menos para conocer su ubicación. James, ¡vaya! Él sería el compañero ideal, no tendría que preocuparme por hacerme entender, aunque se supone que Natsuki me ayude con eso. Y Alexander..., bueno... —Suspiró—. Vamos, Anna, deja de pensar en él, tu propósito en esta ciudad es dejarlo atrás. Imagina en cómo sería estar aquí con Anthony», se decía mientras asentía con la cabeza e intentaba sonreír. «Sí, piensa en Anthony, eso es lo que debes de hacer».