El Angel de su alma gemela

Capítulo 49: una consulta de emergencia.

Al salir del local, Alexander siguió caminando sin dirigirse a ningún lugar específico. Cruzó la calle una y otra vez, iba de aquí para allá, hasta que se sentó en un banco en el Central Park. Estuvo allí un par de horas, solo y en completo silencio mientras veía a los que pasaban, pero sin pensar en ellos.

Se puso de pie porque quiso, no lo pensó, se paró y continuó recorriendo la ciudad que creía que tan bien conocía, se sorprendió al ver cosas que no había notado por andar siempre en auto.

Observaba a las personas, la mayoría parecía estar apurada, los turistas tomaban fotos encantados y radiantes de felicidad por encontrarse de visita en la gran ciudad. Otras personas se veían preocupadas; y algunas más felices. También miró a una pareja discutiendo mientras que la mujer lloraba, un par de niños armando un berrinche, y un señor de edad avanzada que se encontraba tirado en el suelo con aire de derrotado quien, después de que Alexander le diera una buena cantidad de dinero para que comprara comida, le dijo unas palabras que él no entendió.

Continuaba caminando mientras que se decía a sí mismo que debería de salir a pie más a menudo.

«¿Será verdad que estoy enamorado?», se preguntó mientras que veía cómo una pareja se besaba de forma apasionada.

«Maldición, desearía recordarla».

Alexander desvió la mirada y observó su reloj, eran pasadas las once. Se detuvo para prestar atención al lugar en el que se encontraba, a pocos pasos se hallaba una librería.

Tuvo unos raros deseos de echar un vistazo, como si de pronto se interesase en la lectura. Se encogió de hombros al darse cuenta de que no le haría daño entrar, así que se dirigió hasta allá.

Fue extraño para él sentirse cómodo en ese lugar, sentía una especie de tranquilidad. Le daba la impresión de que necesitaba comprar un libro, y caminando entre los estantes encontró casi sin querer uno que llamó su atención. En ese momento recordó que al día siguiente habría un evento, al cual estaba prácticamente obligado a asistir, y escogió un obsequio; un libro para niños muy grande y colorido.

De camino hacia el mostrador, para pagar, pasó por una pequeña sección de libros de lectura de cartas, magia y ocultismo, y se quedó unos segundos observándolos pensativo. Luego siguió, escogió una bolsa muy linda para el obsequio y pagó por todo. Retrocedió hasta volver a estar frente a los libros de ocultismo. Lo pensó otra vez y sacó su teléfono e hizo una llamada con la esperanza de conseguir esa misma noche una respuesta más clara que las fotografías.

Una vez en la calle se decidió a tomar un taxi.

—¿Hay algo en que pueda ayudarlo, señor? —preguntó el taxista unos cinco minutos después. El rostro de Alexander reflejaba tal angustia que el conductor debió haberlo notado.

—Sí, apresúrese en llegar —se limitó a responder.

—Sí, señor —contestó el hombre y aceleró la marcha.

Se dirigían a una de las casas en Greenwich, una gran área residencial en el lado oeste de Manhattan.

Al llegar, le pidió al taxista que lo esperara y le advirtió que no sabía cuánto tiempo podría tardar. Dejó en el asiento los libros que había comprado y se bajó decidido.

Caminó hasta la entrada, estaba tan nervioso que sintió dolor en las rodillas mientras subía las cortas escaleras.

Tocó la puerta y de inmediato le abrió una mujer alta, regordeta, de piel oscura y con cabello muy abundante.

—Vaya, vaya, ¿con que tú eres Alexander? —dijo observándolo de pies a cabeza—. Ven, pasa a la cocina, es donde mejor podemos hablar. Hubiera preferido que hicieras una cita, pero mi hermana me dijo que esto es una emergencia.

—Le aseguro que lo es —afirmó cerrando la puerta.

—Eso espero, es más de media noche —dijo ella bostezando.

Alexander caminó detrás de la mujer y no pudo evitar observar con desagrado que la bata blanca con lunares azules, que ella usaba en aquel momento, estaba un poco rota por la parte del trasero y dejaba ver su ropa interior de color roja.

¿Quién era esa mujer? Alexander esperaba que fuera la respuesta a sus problemas. Molly, que así se llamaba, era la hermana de Mary. En más de una ocasión, Alexander escuchó hablar a su secretaria de que tenía una hermana que era médium y poseía una serie de poderes que él nunca entendió ni creyó, pero más de una de las mujeres de la oficina acudieron a verla en momentos de desesperación y, por lo que sabía, habían quedado muy complacidas.

Molly dirigió a Alexander hasta la cocina, que nada tenía de particular, y le señaló una silla de madera junto a una mesa para que se sentara, y ella se sentó frente a él.

—Antes que nada, quiero aclarar que yo no creo en ninguna de estas cosas —dijo Alexander acomodándose lo mejor que pudo.

—Pero igual has pedido mi ayuda —observó Molly con una sonrisa de deleite.

—Sí, pero es solo porque estoy desesperado, créame que he tratado de evitar esto a toda costa.

—No es la primera vez que veo un caso como el tuyo, muchos se resisten a creer, pero es imposible que una persona viva su vida sin llegar a pensar, al menos una vez, en que hay algo más allá.

—Si usted lo dice —dijo Alexander solo por llevarle la corriente.




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