El Angel de su alma gemela

Capítulo 51: Los Hamptons.

Paul Blanchet, un hombre de seductores ojos verdes con cincuenta años recién cumplidos y muy atractivo para la edad, claro está, se encontraba en el jardín de su mansión en Los Hamptons en la celebración del cumpleaños de su nuevo hijastro, un pequeño de dos años. Tenía varios meses sin ver a su único hijo biológico, de hecho, la última vez que lo vio fue el día de su más reciente boda.

Caminaba observando a los que sin duda disfrutaban de la fiesta, no comprendía cómo el pequeño Alan tenía más espectadores que él en su cumpleaños pasado. Su nueva esposa había exagerado con las invitaciones, la gran mayoría eran personas que no había visto en su vida.

Cuando vio de lejos a Alexander salió apresurado a recibirlo y al estar cerca no pudo evitar preocuparse al verlo.

—Hijo, ¿estás enfermo? —preguntó son su voz ronca.

—Hola, papá.

—Yo te hago una pregunta, tú me contestas ¿Estás enfermo?

—No —respondió en seco— ¿Dónde está el cumpleañero?, le he traído un obsequio —agregó levantando una bolsa.

—Colócalo en la mesa de la entrada junto a los otros, allí...

—¡Alexander, cariño! ¡Qué gusto me da verte! —interrumpió Nicole plantándole dos besos, uno en cada mejilla— Alan se va a poner muy feliz cuando te vea ¡Ven!, ¡ven a saludarlo! ¿Y…, te encuentras bien? —Se mostró preocupada, observándolo con detalle—. Cariño, qué mal te ves, ¿estás enfermo?

—No pasa nada, estoy bien —respondió fastidiado y con la actitud fría con que siempre se había dirigido a ella.

—Pues, algo te sucede, estás diferente —aseguró Nicole sin quitarle los ojos de encima— ¿Estás comiendo bien? Voy a darte unos excelentes consejos de nutrición, tú comes mucha porquería, tal vez eso es lo que te tiene así, pero más tarde hablaremos, ahora ven a ver tu hermano.

Nicole, una rubia de ojos azules como el mar, alta y dotada de una figura envidiable, era la nueva esposa del señor Paul. Él sabía que Alexander no estaba de acuerdo con esa relación, incluso recordaba que le había dicho que encontraba disparatada la idea de tener una madrastra que fuera tres años menor que él. No obstante, el señor Paul no le hizo caso, cada vez tenía esposas más jóvenes. Bueno, en realidad las esposas no eran más jóvenes, era él quien estaba cada vez más viejo.

Una vez que Alexander hubo saludado a su pequeño hermanastro, quien lo miró como miraría a cualquier otro adulto, pues no tenía idea de quién era, le entregó el obsequio a Nicole y se dirigió a buscar algo de beber.

Lo más fuerte que pudo encontrar fue limonada, era una fiesta infantil y no había nada de alcohol. Se sentó un rato a ver cómo unos payasos hacían juegos a los niños en el enorme jardín, bailaban y realizaban muecas en un intento por hacerlos reír. Alexander observaba que a duras penas lograban sacar sonrisas, o los payasos carecían de talento o aquellos niños eran muy exigentes.

—Bonita fiesta, ¿no te parece? —preguntó una voz ronca a su espalda. Su padre se había acercado a él.

—Sí, Nicole lo planificó todo muy bien —respondió Alexander—. Es solo que pienso... —opinó moviendo la cabeza negativamente—, que esos payasos están pasando un mal rato.

—¡Sí!, así parece —expresó con una carcajada mientras que se sentaba a su lado.

Ambos estuvieron un rato en silencio, el señor Paul comenzó también a observar a los payasos y parecía dudar de sus habilidades.

—Entonces, hijo, a ver, ¿cómo vas en el trabajo?

Alexander hizo un gesto de despreocupación.

»Por cierto, gracias por apartar el tiempo para venir, pensé que por la hora sería casi imposible.

—Eso no fue un problema, papá, ya no estoy trabajando

—De acuerdo, eso es raro, ¿qué pasó? ¿Tuviste un problema en la compañía? —preguntó acercándose un poco para prestar atención a la respuesta.

—Yo era el problema —respondió Alexander con apatía—. Me despidieron.

—¿Cómo es posible eso?, ¿estás seguro de que fue un despido justificado? Sabes que puedo darte asesoría, no voy a cobrarte, soy tu padre —explicó preocupado.

Alexander rio, como buen abogado, el señor Paul siempre estaba buscando defender cualquier injusticia.

—Estoy seguro de que fue justificado, no te preocupes por eso.

—Pero ¿qué hiciste? —preguntó muy preocupado.

—Nada —se limitó a decir Alexander.

—¿Cómo que nada?, ¿entonces por qué…?

—No hice nada, papá. Por eso me despidieron, dejé de hacer lo que debía de hacer.

—¿Desde cuándo eres irresponsable?

—Desde hace unos meses, al parecer.

—Pero algo te está afectando —insistió—. Tú no eres así.

—En eso tienes razón —respondió Alexander que no despegaba su vista de los payasos.

—Hijo, ¿qué sucede? ¿Hay algo en lo que pueda ayudar? ¿Estás enfermo? ¿Ya viste a un doctor? ¿Qué te dijo? —inquirió alarmado.

—Demasiadas preguntas juntas, papá. —Suspiró—. No, no estoy enfermo.

—¿Entonces? —riñó impaciente

—Bueno, si de verdad quieres saberlo… —Suspiró de nuevo—. Es una mujer.




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