El Angel de su alma gemela

Capítulo 52: decisiones.

James llegó a su apartamento y, al igual que siempre cuando volvía de trabajar, se metió a bañar. Ya había comido en el club, así que después de una larga ducha fue a su cama y se introdujo entre las sábanas para descansar hasta pasada la hora de almuerzo. No obstante, a diferencia de los otros días, no pudo dormir.

Estuvo una larga hora con los ojos bien abiertos y el corazón en la garganta. Su cuerpo descansaba sobre el colchón y su mente revivía el pasado, desde el momento en que conoció a Julia hasta que acabó. De nuevo comenzó a tratar de encontrar alguna razón por la cual ella lo hubiera dejado, pero no encontraba ninguna. James juraba que ella era feliz, solo de vez en cuando tenían una pequeña disputa como, por ejemplo; debido a la impresión que había causado una película, cuando a Julia le gustaba una canción y la escuchaba tantas veces que él se volvía loco, o cuando elegían algo para comprar, como un juego de sábanas o una alfombra. Nada grave, pequeños detalles que, incluso sumándolos todos, no producirían un efecto negativo en su relación.

James quería volver a ver la foto de Julia, pero resistía lo más que podía. Entonces se preguntó: «¿Por qué estoy tratando de evitarlo?, de todos modos, no puedo dejar de pensar en ella».

Buscó su teléfono. Anna le había enviado una gran cantidad de fotografías en donde se le podía ver en el parque del Palacio Imperial. James sonrió al ver que Anna ponía caras graciosas de mucho asombro. Entre la cantidad de imágenes, vio un par en donde claramente se veía que alguien le había hecho el favor de tomarlas, ella estaba con Julia y un hombre japonés. A James se le aceleró el corazón con solo pensar que tal vez era el novio de su ex, o peor, el imbécil por el cual ella lo había dejado. Al final de las fotos sintió un enorme alivio, seguido de un sentimiento de curiosidad al leer que el hombre era Dai, el chofer.

Tenía tantas ganas de llamar a Anna y hacerle muchas preguntas, comenzando por saber si Julia salía con alguien, pero terminó por quedarse dormido, a fin de cuentas, estaba muy cansado, aunque solo logró conciliar el sueño unas cuatro horas.

James se levantó de la cama y deambuló en su propio apartamento, cocinó, escuchó música, vio televisión, incluso limpió el baño para tratar de distraerse, y fue en vano.

«Esto es una locura», pensó. Buscó su teléfono y redactó un mensaje con los dedos temblorosos:

James:

Anna, necesito un favor.

Solo eso escribió, esperaba que de un momento a otro contestara, pero pasaron unos minutos y nada. Entonces decidió llamarla.

El teléfono repicaba una y otra vez, mientras tanto, él se arrepentía por haber dejado pasar tanto tiempo.

—Tuve que haberla llamado antes, ahora ya es muy tarde —se decía.

«Vamos, Anna por favor, despierta despierta despierta ¡Despierta!», gritaba en su mente mientras caminaba sin rumbo en su habitación. No despegaba el teléfono de su oreja, oír cada sonido de repique lo inquietaba. A veces le parecía escuchar que dejaba de sonar y creía que había contestado, pero no era así.

A la sexta llamada, Anna contestó con voz ronca.

—¡Vaya que tienes el sueño pesado! —reclamó alterado.

—¿Quién es?

—Anna, soy yo, James. Despiértate, es una emergencia anda al baño, lávate la cara cómete algo, brinca, baila, haz lo que sea, pero despiértate y ¡llámame! —exigió sin hacer ni una pausa y sin respirar— Necesito que estés lúcida para lo que te voy a pedir. —Se despegó el teléfono de la oreja y con un brinco en el corazón volvió a hablar—. Por cierto, no es una emergencia médica, no ha muerto nadie.

James colgó después de soltar esa cantidad de información en apenas doce segundos. Eran las tres de la madrugada en Tokio.

En menos de diez minutos Anna llamó, y estuvieron hablando durante casi una hora.

Luego de colgar el teléfono, James se dijo que no había vuelta atrás, así que empezó a organizar todo.

Tres horas más tarde cepillaba sus dientes mientras se duchaba, fue entonces cuando el timbre de la puerta sonó con insistencia.

«¡Rayos, pero ¿quién será? No tengo tiempo ahora, que crea que no estoy», pensó mientras se cepillaba las muelas.

Unos segundos después, el timbre volvió a repiquetear repetidas veces, entonces comenzó a dudar en si abrir la puerta o no.

Casi un minuto después, tres timbrazos y fuertes golpes en la entrada lo hicieron salir apresurado con el cepillo de dientes en la boca al tiempo que intentaba amarrarse una toalla en la cintura.

—¡Diablos! Estoy mojando todo —dijo para él mismo mientras caminaba con cuidado de no resbalar, pues no llevaba calzado— ¡Ya voy! —gritó como pudo, y un poco preocupado, no fuera a ser una emergencia.

Por poco se cae al estar a pocos metros de la puerta. Al abrirla, la expresión en su rostro cambió por completo, tenía los ojos muy abiertos, aunque pronto los entrecerró, pues le entró una gota de agua en el ojo izquierdo.

—¿Alex? —preguntó pasmado mientras que se secaba con la palma de su mano.

—¿Por qué siempre tienes que tardar tanto tiempo en abrir la puerta? —reclamó Alexander.

—¡Porque siempre vienes sin avisar!, ¡me estaba bañando! —explicó sacándose el cepillo de la boca.




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