El Angel de su alma gemela

Capítulo 57: la verdad.

La tensión entre Alexander y Anna aumentó al estar solos de nuevo. Caminaron hacia la salida del aeropuerto, guardando distancia entre ellos, parecían dos desconocidos.

—Imagino que te vas a tu hotel —mencionó Anna una vez que estuvieron afuera.

—Sí. Es muy tarde ya, necesito dormir.

—Claro —acotó entre triste y enojada.

Alexander llamó a un taxi y le pidió a Anna que subiera después de preguntar si no le molestaba tener que compartirlo. Ella apenas movió la cabeza en negativa, y él no supo qué quería decir hasta que, cuando abrió la puerta del carro, ella se subió.

Los minutos que duró el recorrido hasta el hotel, donde se hospedaba Alexander, transcurrieron en silencio. Sentados en ambos extremos de la parte trasera del vehículo observaban por la ventana en un silencio tan incómodo que, si prestaban suficiente atención, podían escuchar la respiración del otro.

Cuando el taxi paró, Alexander pagó lo suficiente para que llevara a Anna hasta su destino. Luego de eso habló para despedirse de ella.

—Fue un día… no sé cómo describirlo —aclaró con voz cansada—. Pero espero que te decidas pronto, si quieres que nos veamos mañana, verás que será mejor.

Anna no contestó, y él resignado se dispuso a cerrar la puerta con lentitud cuando ella interrumpió a medio camino.

—¡Si quieres subo contigo! —gritó al tiempo que arrugaba el rostro como si estuviera arrepentida.

—¿De verdad? —preguntó Alexander muy extrañado y abriendo de nuevo la puerta.

—Solo si me dices la verdad —exigió.

—¿Ahora mismo?

—Puede ser en la habitación.

—Bueno…, lo intentaré —afirmó Alexander.

—Bien —respondió ella con un suspiro.

—De acuerdo.

—Solo si no hay problema, no quiero incomodarte.

—No me incomodas, si quieres subir... es tu decisión —aseguró Alexander y bostezó.

—¿Por qué? ¿Tú no quieres que te acompañe?

—Si tú quieres —respondió con indiferencia.

—Claro que quiero, pero ¿tú quieres? —insistió.

—Anna, creo que esta conversación se está haciendo un poco tonta. Voy a subir, si quieres vienes —aclaró, bostezando de nuevo y dándole la espalda.

Anna se bajó del auto y lo siguió enseguida.

Alexander apenas podía mantener los ojos abiertos mientras iban en el ascensor.

Al momento de entrar a la lujosa habitación se dejó caer en la cama, o se cayó sobre esta, la cabeza quedó lejos de las almohadas y un brazo sobresalía del colchón.

—Sabes.... —murmuró con dificultad—. Estoy feliz de que hayas… decidido acompañarme. Solo dame… —bostezó—, cinco minutos para que hablemos y…

Anna estaba de pie a pocos metros, y no escuchó muy bien lo que dijo. Quería estar molesta con él, mas no podía ser tan incomprensiva, era más de la una de la madrugada, ella también estaba muy cansada, había sido un día muy largo y lleno de emociones de todo tipo.

Cerró la puerta tras ella y se paró junto a la cama. Verlo dormir hizo que comenzara a frotarse los ojos mientras bostezaba; quería acostarse también, pero ¿al lado de él?

«No va a pasar nada, no se puede ni mover, —se dijo para justificarse—, me levantaré antes de que se despierte, solo dormiré un par de horas».

Anna, que estaba más que segura de que Alexander no se despertaría en cinco minutos como había dicho, acomodó su chaqueta y su bolso en una pequeña mesa que había cerca y se acercó a la cama. A pesar de que esta era lo suficientemente grande, se acostó lo más en la orilla que pudo, tratando de no estar tan cerca, sin embargo, se tuvo que parar de nuevo porque no se había quitado las botas que cargaba y no quería ensuciar las sábanas blancas, como sí haría Alexander si cambiaba de postura durante la noche. Se durmió antes de lo pensado y no colocó la alarma en su teléfono como lo hubo planeado.

Al amanecer, Alexander abrió los ojos debido a los rayos del sol que entraban por la ventana gracias a que la cortina se encontraba descorrida. Le dolía el brazo por tenerlo guindado tanto tiempo, intentó cambiar de posición, al menos girar la cabeza para que la luz dejara de estorbarlo, pero como consecuencia de no haberse movido en horas, el cuerpo no le respondió. Por segundos, dudó sobre qué hacía allí, no recordaba haberse acostado, aunque sí recordaba que estaba con Anna, y ambos subían a la habitación del hotel, ¿dónde estaba ella? Sin moverse la buscó con la mirada, mas no la encontró.

«Maldición. Me quedé dormido y se fue», se dijo.

Pocos minutos después, movido por unas desesperantes ganas de usar el baño, hizo un esfuerzo y logró sentarse en la cama, se pasó las manos por el rostro y no tardó en sentir una capa de sucio acumulado muy desagradable.

—Necesito un baño —murmuró.

Se puso de pie. Enseguida se asustó, pero fue un susto agradable al ver a su exnovia acostada y dormida profundamente. Se había quedado, eso era bueno, y no solo eso, estaba acostada a su lado, a pesar de que tenía disponible un enorme y muy cómodo sofá a escasos pasos.




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