El Angel de su alma gemela

Capítulo 58: una nueva vida.

Fue poco el tiempo que se necesitó para que Alexander y Anna recuperaran su relación. Estar en un hotel de lujo en Tokio, libres de trabajo y preocupaciones ayudaba bastante, pero para ellos que estaban tan enamorados, todo lo demás restaba importancia.

Pasaron los días y visitaron muchos lugares turísticos de la ciudad, comieron todo tipo de cosas desconocidas; algunas podían resultar poco apetecibles a la vista y al paladar para quien no estaba acostumbrado, incluso Alexander dudó en probar ciertos platillos, y Anna se reía al ver que su estómago sí tenía un límite después de todo.

Caminaban siempre tomados de la mano, igual que antes, y hablaban todo el tiempo. El tema de lo recientemente ocurrido era tocado con frecuencia y en pocos días lograron aclarar muchas cosas. Había detalles que no se contaron con anterioridad, como por ejemplo el hecho de que Alexander llegó a ver unas enormes alas negras durante la noche en Hawái, y la vez que Anna se quemó la muñeca en un sueño. Ambos se asustaban por todo lo ocurrido, pero no duraba mucho el sentimiento, pues ambos estaban seguros de que todo había acabado, y que él no sería perseguido de nuevo.

Para Alexander fue muy fácil sentir que estaba enamorado. Opinaba que Anna era una mujer fascinante y no quería dejar de estar con ella, cada día sentía que la amaba más, y ahora, como un romántico, pensaba que el amor era la fuerza más poderosa del mundo y que podía sobrepasarlo todo. Jamás hubiera podido imaginar que, en tan poco tiempo, su vida daría un giro tan drástico y maravilloso.

Pronto el deseo entre ambos se hizo difícil de controlar, y su trato se volvió cada vez más íntimo hasta que compartieron la cama como planearon hacerlo aquella noche en la isla. Para Alexander fue todo un descubrimiento estar entre las sábanas con una mujer que sí amaba.

Cuando llegó el fin de su estadía, ambos prepararon las maletas con emoción, les había fascinado Tokio, sin embargo, deseaban volver y continuar su vida juntos en Nueva York.

Anna decía con frecuencia que no podía esperar a volver al trabajo, sería un mundo nuevo estar en la oficina sin tener el corazón roto, ahora podría disfrutar sus horas laborales. Además, volver a trabajar con Julia sería genial, la consideraba una excelente compañera y estaba segura de que Amanda y las chicas la encontrarían muy simpática.

Por su parte, Alexander había estado en contacto con James y ambos hicieron planes para vender el club y abrir un restaurante. Era perfecto, su amigo amaba cocinar y él amaba comer.

En el avión de regreso, Alexander pudo descansar al igual que lo hiciera durante los últimos días, sus problemas de insomnio dejaron de ser un inconveniente, dormir con su enamorada era más efectivo que las pastillas.

Cuando el avión aterrizó, ambos almorzaron juntos en el aeropuerto. Después se fueron en taxis separados, volverían a encontrarse en unas horas.

Anna se dirigía a su apartamento, iba a desempacar y a hacer una nueva maleta, esta vez más pequeña, para pasar el fin de semana con Alexander antes de volver a su rutina de trabajo el día lunes.

Llegó al edificio donde vivía y procedió a buscar las llaves, mientras el taxista cargaba con cuantas maletas podía, había adquirido dos más que terminó llenando de obsequios y recuerdos.

Anna, quien no se dio cuenta de que la observaban desde una distancia no muy lejana, subió las cortas escaleras hasta la entrada.

Al abrir la puerta de su apartamento sintió que, aunque el lugar era el mismo, un nuevo comienzo iniciaba para ella, ¿qué le depararía el futuro? Estaba ansiosa por saberlo.

Lo primero que hizo al estar sola fue darse una larga ducha para recargar energías, opinaba que era divertido viajar y conocer nuevos lugares, aun así, lo encontraba agotador, sobre todo, cuando se está tanto tiempo lejos.

Salió envuelta en una toalla de baño y fue a la cocina a buscar agua, al ver el refrigerador vacío, agradeció haber almorzado.

Salió a asomarse por la ventana para observar el paisaje, que hace un mes no veía. Había cambiado; el invierno se acercaba, continuaba siendo una bonita vista, pero no podía esperar a ver la ciudad cubierta de nieve, en especial el Central Park, sería espectacular salir a caminar y disfrutar el hermoso paisaje.

«Navidad en Nueva York, debe ser asombroso», pensaba. De pronto, vio a lo lejos una mujer que caminaba con una niña pequeña y recordó algo pendiente.

—¡Oh!, ¡por Dios!, mi mamá —murmuró.

Corrió a vestirse y buscó el teléfono, supuso que su madre estaba angustiada porque no le había avisado que ya estaba de regreso.

Anna no se equivocaba, al sacarlo de su bolso, vio una cantidad considerable de llamadas perdidas. Marcó enseguida y, después de una larga disculpa, procedió a contarle su viaje. No había hablado con su mamá casi nada durante el mes pasado, y la señora Samantha estaba deseosa por saberlo todo.

—¿Estuviste comiendo bien?, ¿no te hizo daño la comida extraña de allá? Mira que esa dieta es muy rara ¿Tardaste mucho tiempo para adaptarte al cambio de horario? ¿Pasaste frío? ¿El trabajo era muy pesado? ¿Conociste mucha gente? ¿Tomaste muchas fotos? —Eran algunas de las numerosas preguntas que le formulaba.

—Me acostumbré muy rápido, mamá, de hecho, más rápido de lo que pensaba. En realidad, mi estómago fue el que tuvo las mayores consecuencias; el cambio de dieta me tuvo ligeramente enferma los primeros días —contaba Anna.




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