Era un día como cualquier otro. Iba rumbo al trabajo, como todos los días. Nunca esperé que mi vida cambiaría en un solo instante... hasta que la vi.
Pero primero, comenzaré desde el principio.
Soy un joven de 27 años. Desde que era niño siempre fui muy solitario, pero no me desagradaba. Estaba bien estando solo. Nunca tuve amigos ni una relación amorosa verdadera. No entendía a qué se referían con "amor". Tuve dos relaciones, pero ninguna funcionó. Nunca pude experimentar eso que muchos llaman enamorarse. Lo veía como un fastidio más que como algo deseable.
Al final, me rendí por completo. Nunca hubo una chica que me hiciera sentir algo que pudiera llamarse amor.
Con mi familia no era tan distante, pero hasta cierto punto... Puse una barrera entre ellos y yo.
Un martes por la tarde, regresando del trabajo, vi un destello en el cielo. Pensando que era una estrella fugaz, cerré los ojos e intenté pedir un deseo.
Deseaba que esta soledad que sentía no se acabara, porque me sentía bien con ella. Pero el destino es raro. Tiene sus propios planes. Y esos planes, muchas veces, van en contra de lo que uno quiere.
Después de pedir mi deseo, seguí mi camino como siempre hacia casa. Pero esta vez algo se sentía distinto. A medida que avanzaba, una sensación incómoda me seguía, como si el aire estuviera más denso. Palpable. Extraño. No le tomé mucha importancia. Solo caminé más rápido.
Hasta que, en medio de la oscuridad... algo se movía entre los arbustos.
Estos comenzaron a agitarse. Intrigado, retrocedí lentamente, pensando que se trataba de un animal cualquiera. Pero entonces cayó algo entre las ramas... o más bien, alguien.
Una mujer.
Una mujer hermosa.
Su cabello blanco brillaba con la luz de la luna. Sus ojos, como dos cristales, resplandecían en la oscuridad. Su apariencia era delicada. Vestía un vestido blanco.
Pero lo que captó mi atención no fue su rostro ni su ropa.
Fueron sus alas.
En su espalda había un par de alas enormes, como las de un pájaro. Eran blancas, suaves, reales. Pensé que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Me froté los ojos una y otra vez, esperando que desapareciera.
Pero ella seguía ahí.
Parecía asustada.
Me acerqué con cautela, intentando ver de qué se trataba. Si era un truco, si era algún tipo de disfraz o montaje... pero cuanto más me acercaba, más real parecía.
Fue entonces que noté que uno de sus costados sangraba. Un líquido rojo se deslizaba desde una de sus alas. Ella intentaba moverse, alzar vuelo, pero el dolor era evidente en su rostro.
—Tranquila... no te haré daño. Solo quiero ayudarte —le dije con una voz suave pero firme.
No me gustaba la gente, eso era cierto. Pero no podía dejar sola a alguien que necesitaba ayuda, mucho menos a alguien como ella.
La chica pareció calmarse un poco, aunque el miedo aún estaba en su mirada. Me acerqué más, observando esas alas... y sí, eran reales. Estaban completamente unidas a su espalda. Una de ellas estaba malherida; parecía una herida profunda, grave.
La tomé entre mis brazos. Ella se agitó levemente, pero no se resistió.
Con gentileza, la llevé hasta mi casa. No fue fácil. El peso de sus alas era considerable. Pero pude soportarlo.
Al entrar, ella miraba todo a su alrededor, asustada pero a la vez con una profunda curiosidad. No decía ni una sola palabra. No sabía si podía hablar o no. No sabía qué era exactamente. Pero algo era claro...
Lo primero que se me vino a la mente fue: "Es un ángel."
Como los que describen en la religión. No soy muy creyente, pero esto... esto no era algo que podía ignorar.
La noche fue larga. Revisé sus heridas, intenté tratarlas, le ofrecí comida... pero no comía. Parecía no entender qué era aquello que le ofrecía. Le mostré que no era dañino, pero ese no era el problema. Lo que vi en sus ojos no era miedo... era curiosidad.
La llevé a mi cama, la recosté con cuidado, y esperé a que descansara.
Me quedé despierto, vigilándola. Ella tampoco dormía.
Mi cabeza no dejaba de dar vueltas.
¿Esto era real?
¿Estaba soñando?
Era difícil creerlo cuando tenía a un ángel acostado sobre mi cama.