Los días siguieron pasando. Los dos estábamos cada vez más cerca. Aunque era una amistad donde no se decía ni una sola palabra, nos entendíamos a la perfección.
Pasaron ya cuatro semanas. Una noche, al regresar del trabajo, no la encontré en casa. La busqué por cada rincón, cada cuarto, incluso abrí los armarios por impulso. Estaba vacío todo.
Hasta que, por la ventana, la vi.
Allí estaba ella, de pie, contemplando la luna.
Me acerqué despacio. Su expresión era distinta… había en su rostro algo que no había visto antes: tristeza.
Parecía que quería regresar al lugar al que pertenecía. O, al menos, eso pensé, porque no dejaba de mirar el cielo. Y entonces, por primera vez, escuché algo: un suspiro escapó de sus labios.
No sentí tristeza. Tampoco alegría. No sentí nada. Y eso me inquietó más que cualquier emoción.
Los días continuaron.
Seguíamos jugando por las noches. Por las mañanas, yo revisaba sus heridas. Una vez, por curiosidad, intentó ayudarme en la cocina, pero fue un desastre total. Al final, terminé pidiendo comida a domicilio.
A veces la encontraba en el patio, mirando hacia el cielo, pensativa.
A las seis semanas ya parecía completamente recuperada. Extendía sus alas con una expresión de alegría, aunque de vez en cuando, aún hacía una mueca de dolor por la vieja herida.
Una noche, por casualidad, conseguí unos fuegos artificiales. Lo primero que pensé fue: "Quiero mostrárselos a ella."
Llegué a casa emocionado, la saqué al patio y, bajo el cielo nocturno, encendí los fuegos. Al principio, el sonido la asustó. Pero pronto, su atención se centró en el cielo. No apartaba la mirada de los destellos. Sus ojos brillaban con una luz que no había visto antes. Estaba feliz… y eso me hizo feliz a mí.
La noche siguiente, un sábado, noté algo diferente en ella.
Su expresión era distinta. Más intensa. Me preocupé, pero mantuve mi distancia, como siempre.
Entonces, se levantó de la cama, tomó mi mano y me llevó afuera. Me sorprendió. Nunca había iniciado el contacto entre nosotros. Siempre tuvimos nuestra distancia, aunque nos habíamos hecho cercanos como amigos. Nunca cruzamos esa línea.
Intenté detenerla. Afuera llovía. Pero ella no se detuvo. Seguía tirando suavemente de mí.
La lluvia no era fuerte, así que accedí. Caminamos juntos hasta el patio. En el cielo, una gran luna llena colgaba sobre nuestras cabezas. Ambos la observamos… tomados de la mano.
Entonces, de pronto, extendió sus alas.
Me sorprendió. En un instante, se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza. Sentí el calor de sus brazos. Y, por primera vez, la escuché hablar.
Sus únicas palabras fueron:
—Gracias.
Me soltó lentamente. Luego, alzando el vuelo, se elevó hacia el cielo. Mientras se alejaba, volteó a mirarme una última vez. Con un gesto de la mano, me dijo adiós.
Mientras más se alejaba, algo en mí se rompía. No sabía qué era exactamente. Gotas cálidas caían por mi rostro. Al tocarme… entendí. Eran lágrimas.
Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando.
Y entonces, una palabra invadió mi mente:
Amor.
Esto era amor. Por fin lo experimenté.
Preguntas giraban en mi cabeza mientras observaba su figura perderse entre las nubes:
"¿Esto es el amor? ¿Realmente fue amor? ¿Por qué siento que la perdí sin tenerla?"
Caí de rodillas, empapado por la lluvia. Lloré. Por primera vez en toda mi vida, había amado… y también había perdido.
Pasaron los días. La soledad volvió.
Pero yo ya no era el mismo.
Una tristeza se alojó dentro de mí. Era difícil de contener. A veces pensaba que, tal vez, habría sido mejor no haberla ayudado… así no habría sentido este dolor. Pero otras veces, me preguntaba:
"¿Y si no la hubiera ayudado…?"
Los recuerdos de ella me visitaban. A veces me hacían sonreír.
No comía, no bebía. No salía a trabajar. Me encerré en mí mismo.
Hasta que una noche, en plena oscuridad, un ruido me sobresaltó. Salí rápidamente, con la esperanza absurda de que fuera ella.
No había nadie.
Pero, al darme la vuelta, vi una pluma blanca en el suelo.
Volví a llorar.
Pero esta vez… entendí. Ayudarla fue lo mejor que me había pasado.
Recordé aquella estrella fugaz a la que le pedí un deseo. Pedí que mi soledad no se acabara… pero ahora me alegraba de que ese deseo no se hubiera cumplido.
Porque si se hubiera cumplido…
nunca la habría conocido.
Y en ese momento comprendí algo más profundo:
La soledad no me daba todo lo que necesitaba.
Eso me permitió.Seguir.Con mi vida de una forma distinta.No estaba mal.Como la vivía.¿Pero esta experiencia?Me hizo cambiar.De perspectiva.