Anour
Los labios de Siena recorrían mi abdomen de forma descendente, su lengua era diestra y me encantaba. Entonces vi una luz que me distrajo de sus atenciones, un resplandor azul en el techo de mi recámara, no entendía de donde venía, quise dejar de prestarle atención, pero se empezó a agrandar.
— ¿Qué es eso? — Pregunté y Siena levantó la mirada, primero hacia mí y luego hacia el lugar donde ocurría el fenómeno.
— No sé, yo nunca había visto algo así... ¿Es... agua?
— No sé... parece un espejo o... algo líquido...
Entonces aquello se encendió en un fulgor cegador, que se apagó en el instante en que una mujer atravesó el círculo y cayó al piso, desnuda y desmayada.
— ¿Ha atravesado un portal?
— Eso parece...
— Ve a llamar al Principal Sanador y a mi madre — dije levantándome prestamente y la nocturna obedeció sin dudar.
Me acerqué a la chica, que se encontraba boca abajo en el piso. Su cabello negro y abundante cubría su espalda. La giré y acomodé sus brazos, que estaban sobre su cabeza, para poder levantarla y llevarla al lecho.
Ella se quejó cuando la tomé en mis brazos. Parpadeó despertando mientras yo caminaba hacia la cama. Sus ojos eran los más hermosos que yo había visto. Me detuve un momento para mirarla y ella hizo lo mismo. Su bello rostro cambió de una expresión pacífica a un gesto horrorizado y un grito espeluznante de sus labios llenó la habitación. Ella se retorció intentando apartarse de mí y yo la solté temiendo su reacción. Casi cayó al piso y de una manera muy rápida, pero torpe, se dirigió al otro extremo de la habitación y empezó a balbucear cosas que yo no comprendía.
Ella no quería mirarme, se había colocado en cuclillas, cubriendo su cuerpo y su rostro con sus piernas. ¿Qué podía hacer para que se calmara?
— Escucha — dije y ella rompió en llanto. — Por favor, no llores — me acerqué, pero otro de esos chillidos salió de su boca y volví a apartarme hasta el lado opuesto de la cama.
En ese momento entró el sanador Arles.
— ¿Qué sucede? ¡Oh! ¿Ella cómo llegó aquí?
— No sé, cayó de una luz en el techo y ahora grita de esa manera, creo que tiene miedo.
— Estás desnudo, cómo no va a tenerte miedo — me acusó.
— No es eso, te aseguro que ella ni se dio cuenta de mi condición — repliqué mientras me ponía unos pantalones.
— ¿Y por qué estabas desnudo?
— Tenía sexo, pero además es mi maldita recámara, puedo estar como quiera.
La chica había vuelto a su pose y aunque ya no gritaba ni balbuceaba, tenía temblorosos espasmos. En eso llegaron mis padres.
— Siena nos contó, ¿dónde está? — Preguntó mamá, apenas entró.
— Allí, no hemos podido acercarnos.
— Tal vez deberíamos hacer venir a la reina Médora.
— Tardará días en llegar, con esta nieve — me quejé.
— No se me ocurre otra cosa.
— ¿No puedes... dormirla con algo para sacarla de aquí?
— Anour, no es un animal — me reprendió papá.
— Lo sé, pero mírenla, está fuera de sí.
Mamá caminó hasta ella y aunque la chica se retrajo, no gritó.
— Querida... — la mano de mi madre se colocó en el hombro de la humana. — No te haremos daño.
Ella no se apartó y entendí que mamá estaba usando su don de diurna.
***
Elizabeth
Nunca imaginé que drogarse fuera tan horrible, me encontraba inmersa en un mundo de fantasía, con personas desconocidas y sobrenaturales. Lo que fuera que Alex puso en mi comida me había transportado directo al bajo astral.
Había demonios, y luego llegó esta mujer, que parecía una elfa. Ella me dio confianza, pero aun así, sabía que estaba dentro de una ilusión y no me podía permitir perderme en ella.
— Quizá podríamos enviarla a Annun, la madre de Etsian sabrá qué hacer con esta humana — habló uno de los demonios, aquel que me tenía en brazos cuando desperté. Era un hombre alto, de cuerpo bello, pero sus ojos... no lo quería ver...
— ¿Y cómo la llevarás? — Dijo otro de los demonios.
— No lo sé... — expresó con tono de frustración.
— Esperemos a que se tranquilice y después veremos qué hacer con ella.
— Déjenos solas — ordenó la mujer. — Y manda a una de las muchachas a que me traiga un vestido, no puede quedarse así.
Todos salieron.
— ¿Puedes entender lo que digo? — preguntó.
— Sí — musité, ella me transmitía una paz inexplicable.
— ¿Cuál es tu nombre?
— E... Elizabeth.
— El mío es Kalina. ¿Cómo llegaste aquí?
— No... no estoy aquí — negué también con la cabeza. — Estoy alucinando y... pronto despertaré en casa. Las lágrimas volvieron a manar por mi rostro.
— No creo que eso vaya a suceder, Elizabeth, pero, tal vez sea mejor que te acuestes y duermas, y así quizá despiertes en tu mundo. Pero si no es así, solo pide que me llamen, ¿está bien?
Ella extendía su mano hacia mí.
Asentí y tomé su mano, ella me instó a ir a la cama y obedecí. Me acosté y ella se sentó a mi lado. Era una mujer en extremo hermosa, de cabellos como el fuego y ojos de igual color.
— ¿Eres una elfa? — me atreví a preguntar.
— No lo soy, pero algunos de mis ancestros sí lo fueron.
— Este es el sueño más loco que he tenido en toda mi vida — dije sintiendo que me adormilaba.
— No es un sueño.
— Huele muy bien aquí — comenté al sentir un perfume almizclado que me envolvía. La mujer sonrió de manera misteriosa, pero yo pronto me dormí.