El anhelo del alma

Capítulo 8

Anour

Salí de mi habitación lleno de confusión. La humana era muy bella y sus ojos parecían puertas a su alma. Me conmovió que se sintiera tan asustada por estar aquí, y también me sorprendió que ella me hubiera visto en sus sueños. Esta sensación de empatía y afinidad inmediata me perturbaba, pues lo que menos quería yo en este momento era encontrar a la persona con quien hubiera celebrado pactos pasados, no deseaba ni pensarlo.

Cavilando en la breve conversación que habíamos tenido, me reprendí por la estupidez que le dije de hacerle un hijo, yo pretendía casarme con alguien de una casa real, y ella no se ajustaba a eso. A partir de este momento guardaría las distancias, no quería generar en ella ninguna expectativa que luego no podría cumplir.

Entré en la cocina, a desgano y con todo el cansancio de haber dormido muy poco este día. Ordené que nos llevaran la cena y que prepararan una habitación para la humana en el piso de las mujeres. No podía dejar de preguntarme cómo haría para relacionarme con ella de manera distante si la tendría todo el tiempo aquí, hasta que la comunicación con Annun se hiciera efectiva y pudiera enviarla lejos de mí. En realidad, esto no sería un problema, me internaría en mi oficina como siempre y delegaría el cuidado de la chica a mi madre.

Al regresar, ella estaba sentada a la mesa leyendo con ambos libros abiertos delante de sí, parecía estar estudiándolos en profundidad. Su mirada analítica recorría las páginas de uno y otro como si buscara en ellos algún secreto oculto.

— ¿Una literatura interesante? — Pregunté con suavidad, por más que quisiera no sentir nada ella no me era indiferente.

La humana cerró los libros y me miró con recelo.

— ¿Cuándo podré ir con mi tía? — Su pregunta y la forma en que la hizo, me recordaron a una chica muy joven, aunque era evidentemente adulta.

— Quizá un par de semanas — respondí sinceramente, considerando la distancia y las condiciones climáticas.

— ¡Un par de semanas! — Ella parecía pensar muy esforzadamente, pues se quedó en silencio y su mirada se perdió en la portada del libro frente así, mientras se mordía el labio inferior de una manera que me resultó muy sensual.

En ese momento, Siena y otra muchacha, llamada Isther, entraron. Ellas colocaron los alimentos en la mesa y se marcharon con rapidez pero no sin antes dedicarme una sonrisa.

— Imagino que has de tener hambre — expresé para llevar su atención hacia la comida.

Elizabeth observó los alimentos con expresión dubitativa.

— Esto... podría ser como el mito de Perséfone... — comentó.

— No sé a qué te refieres — le dije mientras me sentaba a la mesa frente a ella.

— Pues es una historia perteneciente a la mitología griega. Perséfone bajó al inframundo y no debía comer nada de allí o se quedaría en aquel lugar para siempre, pero como Hades insistía, comió… un grano de granada... Después de eso, los dioses tuvieron que hacer muchas cosas para que ella pudiera volver a la superficie aunque sea unos meses al año.

— ¿Y ella sabía que no debía comer? — Sonreí con diversión ante su inusitado pensamiento de quedarse aquí solo por ingerir alimentos.

— En teoría sí, aunque al ser una leyenda, nada es seguro.

— Pienso que esta... mujer, lo que comió fue a quien le ofreció el alimento. Un grano de granada podría representar un beso. Creo que se enamoró y ya no quiso volver a su lugar — reflexioné ante la perspectiva de que ella pudiera estar considerando quedarse aquí.

— En el mito se supone que él la secuestró, pero... quizás tengas razón — aceptó.

Elizabeth hablaba sin mirarme y también evitaba observar la comida, probablemente tenía hambre y no quería caer en la tentación, por miedo a este ridículo mito.

— En todo caso, esta comida no está envenenada ni nada — dije tomando un bocado. — Tampoco te quedarás anclada aquí por ella, según sé.

— ¿Por qué mi tía se quedó? ¿Es como lo que has dicho de Perséfone? ¿Ella se enamoró?

— No lo sé, sucedió antes de mi nacimiento — repliqué pensando en que no deseaba contar toda la historia de la guerra y la llegada de Médora aquí, aunque lo había oído miles de veces.

— Entonces... debes ser muy joven, aunque no lo pareces... ella... es decir... solamente pasaron…

La humana por fin me miró, ella se veía turbada, parecía que la mención del tiempo la había hecho notar algo que yo todavía no entendía.

— ¿Sí? — La insté a continuar hablando.

— ¿Que... qué edad tienes?

— Quinientos cincuenta y dos años.

— ¡Eso... eso no puede ser! ¿Cómo... cómo iba a vivir mi tía tanto? No entiendo…

Entonces comprendí su confusión.

— Nosotros vivimos mucho más que ustedes, pero al celebrar el… — preferí omitir la calidad de pacto en nuestra unión, pues supuse que esto la perturbaría aún más — matrimonio, ella pasó a vivir tanto como su esposo.

— Ella... en tanto tiempo... ni me debe recordar... yo era una niña cuando murió y...

La mujer palideció de repente y se puso de pie en un movimiento brusco que hizo caer los libros al piso.

— ¿Estás bien? — Me acerqué y tuve que sostenerla para que no se cayera. La ayudé a sentarse de nuevo.

— Si ella murió al venir aquí, entonces yo también — empezó a respirar agitadamente y las lágrimas brotaban a borbotones por sus ojos. — No, no, no es posible, yo tengo que volver, me dormiré y... y apareceré nuevamente en casa...

— Quizá deberías hacer eso justamente ahora, dormir un poco.

Ella solo asintió con la cabeza y sin dejar de llorar, me permitió ayudarla a llegar hasta la cama.

 

 




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