El anhelo del alma

Capítulo 10

Anour

Después de dar vuelta el castillo buscando a la humana, preocupado pensando que tal vez le había sucedido algo, o peor, que hubiera regresado a su mundo, la encontré. Ella estaba en la biblioteca tomando un tentempié con mamá.

Mis hermanos venían conmigo, ya que se habían unido a mí en la búsqueda y deseaban conocerla.

— Vaya, es tan bonita como tía Médora — habló Adam con exacerbada alegría en su voz.

La chica nos dio una mirada sonrojándose y volviendo al té frente a ella, parecía haberse incomodado por la declaración de mi hermano.

— Adam — lo reprendió mamá.

— Pero es cierto — dijo Rory, sonriendo seductoramente, mis hermanos más pequeños estaban en pleno auge hormonal y todas las mujeres eran posibles candidatas para ellos.

— Pero sus ojos son diferentes — acotó Valkan.

Por algún motivo el hecho de que mis hermanos prestaran tanta atención a la humana, me molestaba, aunque evité hacer ningún comentario no podría asegurar que mi rostro no demostrara nada.

— Son como los de Ravenia — aclaró mamá.

— ¿Ravenia? — La chica se sobresaltó y se removió en su asiento, se puso tan nerviosa que la taza se tambaleó en sus manos. Además, palideció notablemente.

— ¿La conoces? — pregunté sin poder dejar de notar los signos de su nerviosismo.

— No... no... ella... se menciona en los libros, esos que cruzaron conmigo — habló con voz suave y temblorosa.

— ¿En verdad trajiste libros? Tienen que haber tenido una carga mágica muy grande, porque Médora, es decir, Marla, cruzó desnuda, como tú, solo con el anillo, y la Anciana Madre decía que todo se quemaba en el viaje, a menos que estuviera protegido o que fuera un portal realizado por los Dioses — explicó mamá sorprendida.

— Quisiera ver esos libros — la voz de papá resonó detrás de mí.

— Están... están en la habitación... — ella parecía amedrentada al ver a mi padre, era evidente que se sentía mal.

Por más que quisiera no involucrarme no podía dejar que ella estuviera pasando un mal momento sin intervenir.

— Se encuentran en mi recámara — hablé y me acerqué a ella. — Ven conmigo, creo que debes descansar — ordené cediendo sin pensar al sentimiento de protección hacia ella que me había embargado al verla tan compungida.

Ella asintió y al ponerse de pie se sostuvo de mi brazo, solo por un instante porque se desmayó. La tomé en mis brazos saliendo de la biblioteca.

— Llamen al sanador — ordené y la llevé a mi recámara automáticamente.

La metí en la cama y permití que mamá se ocupara de ella, mientras yo tomé los libros y, regresando a la biblioteca, se los enseñé a mi padre.

— Este es el diario de Ravenia — murmuró al abrir uno de los cuadernos. — Recuerdo que Médora mencionó haber pasado para aquí a través de él, pero tenía el anillo, todos pensamos que fue por eso que pudo llegar aquí.

— Sí, recuerdo haber oído esa historia — aseveré.

— Y el otro... — le dio unas vueltas y lo hojeó. — No puedo leerlo.

— Ella seguramente podrá, cuando despierte.

— ¿Por qué la has llevado a tu recámara? ¿No le habías hecho preparar otra habitación en el piso de las mujeres?

— Sí, pero actué sin pensar — respondí sinceramente.

— ¿Te gusta la chica? — Papá me miraba de manera analítica, como si supiera algo que yo no o hubiera visto en mí alguna cosa que lo hacía dudar.

— Como cualquier otra, es bonita. ¿Por qué lo preguntas? — Fue una pregunta retórica, porque de inmediato entendí que mi padre había notado mi actitud hacia Elizabeth.

— ¿No sientes nada diferente?

— ¿En qué sentido? — Fingí no entender, pues todavía no me sentía preparado para admitir ningún sentimiento hacia la humana.

— Sensaciones o sentimientos que no hayas tenido antes — aclaró sin dejar de estudiar mis expresiones.

— No lo sé, no he prestado atención.

En ese momento llegó mamá.

— Todavía duerme, pero quizás deberías quedarte con ella hasta que venga el principal. Yo iré a contactar a la modista para conseguir ropa de su tamaño.

Ellos se fueron y yo me dirigí a mi alcoba.

Una vez allí, tomé una de las sillas y la trasladé hasta el costado de la cama y me senté junto a ella. Elizabeth se veía preciosa dormida, con su cabello castaño desparramado sobre mi almohada.

Mi padre tenía razón, algo me estaba sucediendo con ella, pero yo no quería aceptarlo, no servía a mis fines, que eran una buena alianza matrimonial. Si Elizabeth era la mujer de mis vidas pasadas… ella había venido aquí por mí.

El sanador, Arles, junto a su asistente, Aisha, se presentaron. Los dejé junto a ella, puesto que no podía hacer nada más que esperar su diagnóstico y ellos me lo notificarían luego.

Me dirigí a mi estudio, mascullando sobre estas nuevas emociones que estaban despertando en mí. Yo no me había enamorado nunca antes, aunque había tenido algunas relaciones relativamente estables, jamás sentí ni de cerca algo parecido al amor.

El principal sanador pasó por mi oficina y me informó que la chica estaría bien y que solo dormía.

Siena me trajo la cena mucho más tarde.

— ¿Deseas compañía? — Me preguntó con intención sensual, la observé unos instantes y no pude evitar en caer en la comparación con Elizabeth.

— Lo siento, Sie, realmente no estoy de humor.

Ella se retiró sin decir nada, sentí un poco de culpa, pero realmente no podía hacer otra cosa.




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