Elizabeth
Todavía tenía una semana más por delante para poder reencontrarme con mi tía, mientras tanto, me habían dado la habitación prometida, la cual era muy bonita. Me proveían de ropa y comida y Kalina me visitaba a diario para asegurarse de que estuviera bien y para conversar conmigo.
Anour había desaparecido de escena, probablemente me evitaba, pues para ellos yo representaba la reencarnación de Ravenia, una mujer malvada. Sus hermanos menores, por el contrario, buscaban la forma de pasar tiempo conmigo y a veces traían amigos o conocidos y me preguntaban muchas cosas sobre mi mundo.
La excusa de Anour era que al ser él un nocturno no compartía mis mismos horarios, no obstante, bien podríamos vernos en la cena o el desayuno si él quisiera, al igual que hacían sus hermanos, pero era obvio que mi presencia le disgustaba.
Yo, por el contrario, tenía muchas ganas de verlo otra vez, oír su voz grave, sentir su aroma. Claro que la compañía que tenía no me molestaba, pues no podía decir que la mayoría de los hombres aquí no fueran atractivos.
Aunque me gustaba bastante este lugar, no era mi mundo y quería volver. No tenía nada que hacer más que conversar y pasear; me aburría enormemente. Lo bueno de este sitio era que incluso cuando aquí no hubiera tecnología, su cultura era muy interesante, las mujeres eran libres, tenían gran respeto por las tradiciones antiguas... Sin embargo, ¿qué podía hacer yo aquí?
***
Anour
— ¿Podemos hablar? — Preguntó papá introduciéndose en mi estudio.
— ¿Ha pasado algo? — Repliqué considerando que tal vez la humana había desaparecido.
— ¿Debe pasar algo para que quiera hablar contigo, hijo? — Él se sentó frente a mí.
— No, pero... es raro.
Me incomodaba su mirada reprobatoria, sabía que era lo que me venía a decir.
— Bueno, es rara tu conducta.
— ¿De qué hablas papá? — Fingir ignorancia era la mejor forma de escapar a los problemas...
— De Elizabeth, claro.
— ¿Qué hay con ella? Según sé, todos están al pendiente.
— Todos menos el dirigente de este reino.
— Justamente, porque soy el rey, tengo muchas cosas de las cuales ocuparme. Ella no me necesita para nada.
— Sugieres que no haces ninguna comida por estar tan dedicado a tu labor.
Suspiré pesadamente.
— Ella no me cae bien, ¿por qué quieres obligarme a verla?
Tenía una pluma en mis manos y no podía dejar de golpearla contra el escritorio, el interrogatorio de papá me ponía nervioso, yo no deseaba ahondar en la situación, ni siquiera para mí mismo, mucho menos con él, pero al mismo tiempo, mi padre era la única persona con la que me sentía libre de expresar cualquier emoción.
— Porque me mientes, y quiero saber por qué — declaró escrutándome con su mirada.
— Y no me dejarás en paz hasta que lo escupa — refunfuñé.
— Eres mi hijo, me corresponde hacerlo, sé que si no me lo dices a mí, no se lo dirás a nadie y eso te carcomerá por dentro.
Me tomé unos momentos para pensar al respecto, él tenía razón, estaba absolutamente en lo cierto y lo peor era que la situación ya me carcomía por dentro, tal como mi progenitor acababa de expresarlo.
— De acuerdo. La chica me gusta, pero no está en mis planes enredarme con una humana, y antes de que sigas interrogándome te diré los motivos: lo primero es que es la reencarnación de tu antigua amante, yo no quiero una persona traidora entre mis allegados, lo segundo es que es sobrina de tía Médora, por lo que le debo respeto, y lo tercero es una humana venida de no sé dónde y yo pretendo casarme con una princesa.
— Es decir, que te gusta tanto como para no solo querer un revolcón con ella.
— Ay, papá... ni lo digas — gruñí.
— Es lo que acabas de decir tú, no yo. Temes que te traicione, la debes respetar porque es la sobrina de Médora y no llena tus expectativas para una futura consorte.
— No es lo que quise decir, aún no llego a esa instancia, pero prefiero estar alerta.
— Ella no es Ravenia, aunque lo haya sido en otra vida. No está tan a gusto aquí, así que imagino que buscará la manera de regresar a su mundo; por otra parte, puedes ser claro y decirle que no pretendes nada serio y ya, así te quitarás por lo menos esa cara de amargado que traes desde que llegó.
— Lo he pensado, pero no es tan sencillo, yo... ¿Recuerdas que me preguntaste si sentía cosas? Pues, sí, algunas cosas siento y no sé si pueda con ellas, ya me conoces, estoy acostumbrado a tener el control de todo.
— ¿Cuáles son esos sentimientos?
— No es nada terrible, como lo que te sucedía con mamá, simplemente, me ha surgido un sentimiento de... ¿Protección? No sé... es extraño.
— Quizá celebraron el pacto antes, ¿por qué no le preguntas qué siente ella hacia ti?
— Porque buscaré una esposa que llene mis expectativas y, si compruebo que celebré el pacto antes con Elizabeth, no podré evitar querer casarme y se estropearán mis planes.
— Hijo, no puedes ser siempre tan mental, hay cosas que no tienen por qué ser controladas.
— Mientras pueda lo controlaré.
— De acuerdo, pero piénsalo bien, porque ya hay quienes intentan conquistarla, imagina lo que pasará si ella se casa con alguien cercano a ti. Tendrás que verla con otro por el resto de tus días.
Papá se fue y estas palabras se clavaron en mi pecho como un puñal.