El anillo mágico de Kalila

El funeral

Dione explicó rápidamente a sus hijos que Dafne había fallecido poco después de que la atendieron, pero que no quiso decirles nada a Felix y Rena hasta que sus tres hijos estuvieran presentes. Todo ese tiempo en el hospital había sido principalmente para llenar formas y arreglar lo necesario para incinerarla.

—¿Qué fue lo que le pasó? ¿Otro infarto? —preguntó Laerte apenas pudiendo hablar por el dolor y coraje, porque en el fondo sentía que era su culpa. Sus hermanos lloraban abrazando a su madre.

—No, tuvo un derrame cerebral —contestó Dione controlando las ganas de llorar que tenía, pues quería ser fuerte frente a sus hijos.

—Pero ¡¿cómo?! —insistió Laerte.

—El doctor no sabe cómo ocurrió. Normalmente hay síntomas 24 horas antes de un derrame pero si los tuvo, no nos dimos cuenta —contestó Dione sintiéndose culpable— Nos hemos estado quedando con ella estos días y no vimos nada.

Dione no pudo contenerse y echó a llorar y con un gesto pidió a Laerte acercarse de modo que la pequeña familia se dio un abrazo que terminó por derribar a Laerte que se había abstenido a llorar. Abrazados, lloraron un rato hasta que por lo menos Laerte y Dafne pudieron ser dueños de sí nuevamente.

Sin más, terminaron de arreglar lo necesario y dolidos volvieron a casa, pues no sería sino hasta el otro en día en que la funeraria se llevaría el cuerpo del hospital para velarlo y después incinerarlo. En ese tiempo la familia habló muy poco, de vez en cuando lloraban y durante el resto del día también se dedicaron a recibir a algunos familiares que se quedarían en la casa para la ceremonia.

Durante ese tiempo, Laerte no dejaba de mirar el anillo convencido de que todo era culpa de Kalila pues incluso para los médicos la situación resultó extraña. Así que decidió preguntarle a su madre lo que había pasado antes de que todo ocurriera.

—Estaba en la habitación con ella  para ayudarle a arreglarse, pues se acababa de bañar. Mamá se enojó porque decía que ella aún podía vestirse sola pero hablaba bastante claro, también la vi ponerse la blusa sin problemas —explicaba Dafne dolida de recordar lo ocurrido pero lo hacía porque quería saber si al repasar lo ocurrido, una distracción no le permitió ver los síntomas— Tu padre me llamó en ese momento y decidí bajar porque de nuevo ponía excusas con la pensión y no quería que tu abuela me viera pelear de nuevo con él —no miraba a su hijo, estaba perdida en sus pensamientos recordando— Abajo estaban tus hermanos viendo la TV y te juro que no llevaba ni dos minutos de haber bajado cuando mamá comenzó a gritar.

—¿Qué gritaba? —preguntó Laerte seguro de que habría pasado algo similar a lo que Dafne le contó cuando tuvo el infarto.

—Nada, sólo gritaba de dolor. Me asusté mucho cuando la oí y tus hermanos también. Ni siquiera le dije adiós a tu padre y los tres subimos corriendo. Ella comenzó a decir algo cuando se dio cuenta que entramos, pero no le entendíamos. Sólo supusimos que le dolía la cabeza porque se la sostenía mientras gritaba y enseguida llamé a emergencias.

—¿Qué pasó después?

—Para ser honesta, no sabía qué hacer, así que le pedí a tus hermanos que fueran a traer agua y el botiquín para distraerlos. Lo único que se me ocurrió hacer, fue  cerrar las cortinas, en caso de que la luz pudiera causarle migraña e intenté tocar su frente para sentir su temperatura. Por fortuna la ambulancia llegó rápido y enseguida la atendieron para llevarla de prisa al hospital —explicaba la mujer que sentía como si reviviera el momento— Les pedí a tus hermanos que se quedaran en la casa y fueran a recogerte a la hora prevista para no alarmarte, esperaba que la situación se pudiera controlar y no preocuparte en vano, pero poco después de llegar al hospital....

Dafne echó a llorar nuevamente aún cuando luchaba por no hacerlo. Aún cuando Laerte era el hijo mayor y siempre había demostrado su fortaleza, ella no quería verse débil, pero era difícil contenerse cuando ella misma se culpaba por lo sucedido.

Por otro lado, Laerte estaba seguro que la falta de síntomas habían sido causadas por Kalila, o mejor dicho, que le había hecho algo a su abuela y lo hizo parecer un derrame. Al oír la historia de su madre, él subió corriendo las escaleras hasta su habitación y se encerró en ella buscando frenéticamente la forma de quitarse el maldito anillo así fuera rompiéndolo. Sin embargo, conforme los intentos pasaban, venía el cansancio, así como la aceptación de que no podría quitarse la joya tal como se lo habían advertido.

Haciendo una pausa para recuperar el aliento, ignorando la promesa que se había hecho, decidió que llamaría a Kalila para reclamarle y sin tener muy claro el cómo, también le haría pagar lo que le había ocurrido a su abuela, pero justo antes de pronunciara su orden, llamaron a la puerta.

—¿Laerte? Valerio y Alysa están aquí —se oyó la voz de Dafne, a lo que Laerte no pudo mas que respirar hondo para tranquilizarse y aceptar abrir la puerta.

Apenas Laerte pudo distinguir a sus amigos al abrir su habitación, Alysa se lanzó a abrazarlo sin darle tiempo de reaccionar.

—Lo siento mucho —decía Alysa afligida— Sabes que nos tienes a nosotros.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Valerio en tono comprensivo.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Laerte confundido pues no había mencionado nada a sus amigos al respecto.

—Tu madre nos llamó para darnos la noticia —contestó Valerio— No podíamos...

—¡¿Cómo que qué hacemos aquí?! —gritó Alysa empujando a Laerte— ¡Somos tus amigos! ¡Claro que venimos a consolarte!

—¿Qué te parece si dejamos el reclamo para después? —sugirió Valerio con tal seriedad inusual en él, que Alysa quedó desconcertada, momento en que Valerio aprovechó para dirigirse a su amigo— Sé que ya lo sabes, pero nunca está de más oírlo en palabras: ambos estamos aquí para apoyarte.

—Lo sé, gracias —contestó Laerte aún en su postura de dureza.



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En el texto hay: genios, magia, ifrits

Editado: 30.03.2020

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