Lo primero que vieron mis ojos al abrirlos fue una blancura cegadora, ya familiar a mi parecer. Aguardé unos segundos a que mis pupilas se adaptaran a su resplandor. Confundido, me senté en la camilla.
Recorrí con la vista el lugar. A un lado de la camilla se hallaba Sara, con una humeante taza de café en una de sus manos y un libro en la otra. Sonreí al verla, la admiraba por su férvida pasión hacia la literatura.
—Buenos días —saludé con voz quebrada.
—Buenos días, dormilón —correspondió al saludo luciendo una amable sonrisa.
Reflexioné un momento en cuanto a su respuesta, me resultaba tan familiar... Acabé por restarle importancia enseguida.
Observé el reloj, eran pasadas las diez de la mañana. Entonces, una idea insensata resplandeció en mi mente.
—Sara, ¿qué día es hoy? —indagué.
—Es jueves, ¿por qué? —respondió sin darle mucha atención.
—Curiosidad… —procuré evadir la pregunta.
Era imposible, no podía ser…
—¿Qué lees? —cuestioné en un nuevo intento por aclarar mis dudas.
—Una antología de pensamientos, se llama…
—«La Cara Oculta de la Luna» —la interrumpí, completando la frase.
—¿Si ya lo sabes por qué preguntas?
—respondió fastidiada—. Es buena, deberías leerla —añadió.
—Si… tal vez lo haga —asentí.
¿Era esto realmente posible? Entonces, ¿todo se había tratado de un sueño?
La cabeza empezaba a dolerme.
—Casi se me olvidaba —continuó Sara—, te tengo una buena noticia. El doctor dice que te harán una última revisión hoy y si todo sigue en orden te darán el alta esta misma tarde —comentó alegre, incluso más que yo mismo.
No. No fue un sueño, las similitudes eran demasiado exactas… ¿Cómo podría un sueño predecir tales sucesos?
Además, de ser un sueño, lo olvidaría enseguida. Pero no fue así, recordaba detalladamente cada momento en las salas del Gyän.
¿Tenía esto algún mínimo sentido?
—También hay una noticia… no tan buena —Añadió Sara devolviéndome a la realidad— mamá insiste en llevarte a un psicólogo y…
—Papá la apoya, ¿verdad? —volví a interrumpirla.
—Así es, hermanito. Estoy tratando de convencerlos de que no es necesario… pero ya sabes como son ellos —bajó la mirada, compadecida de mí.
«Si no encuentras un sentido a esto, otorgarle uno» —la frase mencionada por Mothreum resonó en mi mente.
Sin duda alguna, de todos los aprendizajes adquiridos, esta enseñanza era la más engorrosa de aplicar a la vida cotidiana.
¿Cómo dar sentido a algo que simplemente no lo tiene? ¿O es, quizás, ese el sentido lógico?
¿El darle el sentido de que no existe sentido alguno, y que procurarle uno carecería nuevamente de sentido?
—Me tengo que ir, debo volver al trabajo. Vendré por la tarde a buscarte —aseguró Sara.
»Y por cierto, tengo una sorpresa para ti que, sin dudas, te fascinará —comentó, volviendo a lucir su reluciente sonrisa.
—Ahórrate la sorpresa, dime, ¿qué es? —insistí.
—Lo lamento hermanito, pero tendrás que esperar hasta la tarde.
Era increíble como aún viviendo el mismo momento dos veces no lograba descifrar cuál era la sorpresa.
—Adiós, hermanito —se despidió.
—Adiós, Sara, gracias por venir —correspondí.
—Descansa —sugirió.
—Lo haré.
La observé mientras se retiraba de la habitación.
Los pensamientos confusos invadieron nuevamente mi cabeza. A estas alturas, ya desconocía que cosas eran reales y cuales no lo eran.
¿Cómo era posible volver a vivir ese día? No pudo haber sido un sueño, había sido tan increíblemente detallado todo lo que viví en esas salas y las predicciones confirmaban mi teoría.
Y, ¿si sigo aún en coma y lo que estoy viviendo ahora está aún lejano a la realidad? Todo eso era verdaderamente confuso.
¿Cómo hallar respuestas a preguntas que no la tienen? O peor aún, ¿qué poseen cientos de ellas?
Volví a mirar el reloj, la hora avanza con normalidad, lo que descartaba la posibilidad de estar soñando.
Entonces, ¿era posible retroceder en el tiempo? ¿Era esto obra de los maestros? ¿O no pasaba de ser parte de mi desequilibrada imaginación?
Dudas… incógnitas sin solución, sin razón de ser y carentes de importancia. Sus respuestas, nulas, o variadas. Todas acertadas y todas incorrectas.
Las cosas eran más complejas cuando se era consciente de que todo era posible, de que existía una línea plenamente delgada entre la realidad y lo ajeno a ella. De que el pasar de una realidad a otra dependía tan sólo de un paso, un gesto mental y prácticamente inconsciente.
Entonces, un doctor entró a la habitación interrumpiendo mi viaje a través de las ideas.
—Buenos días, Martin —saludó, más por profesionalismo que por amabilidad o tan siquiera simple cordialidad.
—Buenos días, doctor —correspondí instintivamente.
—Y bien, ¿Cómo te sientes hoy? —indagó mientras colocaba la punta del estetoscopio sobre mi pecho.
—Bastante bien, mejor de lo que esperaba —comenté.
—Correcto, latidos normales… veamos la presión —parecía hablar consigo mismo y no conmigo.
Tomó el tensiómetro de la mesa e inició con la medición.
El proceso total de las revisiones duró casi tres horas. El doctor me realizó radiografías de todo el cuerpo para certificarse que no haya problemas internos. Y luego un análisis psicológico completo para estar seguro que no hubo efectos secundarios por los golpes en el cráneo.
—Todo está en perfecto orden. Pero podrás marcharte solamente por la tarde. Ya sabes, política del hospital —explicó el médico.
Asentí, con un leve movimiento de cabeza.
Casi una hora después, una enfermera trajo el almuerzo hasta mí. La comida del hospital era pésima, casi no la toqué. Después de todo, tampoco tenía demasiada hambre.
Faltaban aún dos horas para mi salida. La única actividad disponible era el libro que dejó Sara en el sillón al lado de la camilla.