Los frascos no debían aparecer.
No cuando el archivero ya no era archivero.
No cuando el sistema lo había silenciado.
Y sin embargo…
ahí estaba.
Pequeño, tembloroso, transparente.
El primer frasco nuevo desde su condena.
Creado no por la muerte,
sino por la memoria viva de alguien que no quería dejarlo ir.
Taehyung.
Su nombre era lo único que no se borraba en la sala blanca.
Jungkook lo sostuvo con manos que no deberían temblar.
Dentro, seguía el fragmento del cuaderno mojado…
la frase escrita con desesperación:
“Si alguna vez fuiste real… vuelve.”
Ese acto —ese deseo— había sido suficiente para burlar las reglas.
Una memoria no entregada por un alma moribunda…
sino por un alma que amaba.
Y eso, en el Umbral, era imposible.
Hasta ahora.
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Al otro lado, en la vida, Taehyung volvió a pintar.
No cuadros enteros.
Solo partes.
Un ojo.
Una mano.
El borde de una mandíbula.
El hueco donde debería estar alguien.
Y lo peor: no podía parar.
Su médico le dijo que era agotamiento.
Que debía descansar.
Pero Taehyung sabía la verdad.
Cada vez que intentaba olvidar…
algo volvía.
Un olor.
Una nota musical.
Un dolor en el pecho que no era físico.
Y cada vez que escribía en su cuaderno,
cada vez que pronunciaba su nombre en voz baja…
algo respondía.
No una voz.
No una imagen clara.
Sino una presencia.
Como si el aire a su alrededor se tensara.
Como si el mundo contuviera la respiración solo por un segundo.
“Vuelve, Jungkook.”
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En el Umbral, Jungkook dejó de llorar.
Empezó a caminar.
La sala blanca comenzaba a fracturarse.
Pequeñas líneas en el suelo.
Sombras en las paredes.
Recordar ya no era un castigo.
Era una puerta.
Cada vez que Taehyung pronunciaba su nombre,
una grieta se abría.
Cada vez que lo dibujaba,
una parte de su cuerpo volvía a sentirse real.
“Estoy hecho de lo que él no quiere olvidar,”
susurró Jungkook.
Y con cada palabra escrita por Taehyung,
con cada sueño compartido sin saberlo,
el mundo blanco se volvía menos perfecto.
Menos eterno.
Más humano.
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Taehyung empezó a hablarle en voz alta.
No por locura, sino por necesidad.
En su estudio, entre pinceles secos y tazas de café frío, decía cosas como:
—Si estás ahí, dime algo. —No quiero olvidarte. —No sé por qué te amo, pero sé que no me lo estoy inventando.
Y cada vez que hablaba,
una lámpara parpadeaba.
Una hoja caía sin viento.
Un escalofrío le recorría la piel.
No pruebas.
Pero sí pistas.
Esa noche, al cerrar los ojos, Taehyung soñó de nuevo con él.
Pero esta vez, no era un recuerdo.
Era Jungkook, temblando, de pie frente a una puerta que no sabía abrir.
Taehyung se acercó en el sueño.
Y le susurró:
—Estoy tratando de encontrarte. —Dame una señal.
Jungkook levantó el rostro.
Y por primera vez en todos sus sueños…
le respondió:
—Sigue recordándome. No me dejes ir.
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Ambos despertaron al mismo tiempo.
Separados por dos mundos,
pero más cerca que nunca.
Uno con lágrimas en los ojos.
El otro con un pincel en la mano.
Ambos con el mismo pensamiento clavado en el pecho:
“Te encontré una vez.
Y lo haré otra vez.
Aunque tenga que romper las reglas del universo para ello.”