El cuadro de la puerta ya no era solo pintura.
Taehyung lo sabía.
Podía sentir el calor que emanaba de él, y a veces, en la penumbra, juraría que escuchaba algo al otro lado.
No siempre era Jungkook.
A veces, el susurro era demasiado grave, demasiado frío.
Como si alguien estuviera aprendiendo a imitar su voz… y casi lo lograra.
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En el Umbral, Jungkook se acercaba y se alejaba de la puerta, como un animal que ronda un río envenenado:
sediento, pero consciente del peligro.
Sabía que Taehyung lo sentía.
Pero también sabía que aquella otra cosa había encontrado un modo de deslizarse por las grietas, siguiendo las fibras invisibles que unían sus almas.
La sombra no tenía rostro fijo.
Se moldeaba según lo que Jungkook recordaba temer.
Un niño sin ojos.
Un reflejo que sonreía un segundo demasiado tarde.
Una figura que parecía él mismo… pero muerta.
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Esa noche, Taehyung no pudo dormir.
Los trazos que había pintado en días anteriores empezaron a moverse en sus sueños, como lombrices vivas.
Lo despertó un ruido en su estudio.
Al entrar, vio algo que le heló el alma:
La pintura de la puerta tenía ahora una mancha negra en el centro.
No recordaba haberla hecho.
Al acercarse, sintió un aire helado salir de ella.
Y entonces lo escuchó:
—Tae…
Era Jungkook.
O al menos, sonaba como él.
Pero había algo en esa voz que lo hizo retroceder.
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En el Umbral, Jungkook sintió su nombre rodar por una boca que no era la suya.
La sombra lo estaba usando.
Corrió hacia la puerta, pero se detuvo justo antes de tocarla.
Si la abría ahora, no sabía quién saldría primero.
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Taehyung, aún temblando, apoyó su mano contra la pintura.
Quiso preguntar si era él.
Pero antes de poder hablar, algo más habló desde el otro lado, sin disfraz:
—Ya casi sé mas de ti.
El cuadro se enfrió tanto que su piel ardió.
Se apartó, con el corazón en la garganta.
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En el Umbral, Jungkook observó cómo la sombra se pegaba a la puerta, sus dedos grises acariciando el marco invisible.
No la empujaba.
No la forzaba.
Solo esperaba.
Y lo peor era que ahora… ya sabía cómo llamarlo.