El Arco de Artemisa - Segundo Episodio, Los Doce Misterios

4. Inicia la aventura...

El agonizante siglo XX había hecho prevalecer sus profecías del fin del mundo; mas los profetas jamás predijeron tal mordaza de ironías trianguladas como la que ocurrió durante los días del último año de la humanidad. Y es que 1999 no era solo un número, era el inicio del fin.

Los gestores del Apocalipsis no serían cuatro jinetes o una legión de ángeles, ni un dragón tratando de comerse al recién nacido de una mujer parturienta. Los que llevarían al mundo al Armagedón habrían de ser un grupo de niños cuyas vidas jamás habían estado manchadas con los oscuros tintes de la muerte, la desgracia o la guerra.

Armand Rodrigo Torrico Michelle, conocido como Lycanon entre los dioses, tenía trece años cumplidos al concluir el siglo XX. Había llegado de forma abrupta a la adolescencia por mediación del sufrimiento y su despertar sexual. Su sangre francesa de milenarios avatares había sido runificada por lobos a inicios de la propia Francia, convirtiendo al lobo en el tótem familiar. Nacido por estrategia de los dioses en Bolivia un 21 de agosto de 1986, Rodrigo jamás imaginó que sus deberes heredados de Europa habrían de alcanzarlo. Aquellos ojos dormilones y nostálgicos, de un verde líquido que parecía venir de otros mundos, no expresaban más que una infinita incertidumbre. Su cabellera corta era un marco perfecto para un muchacho que exhibía la estética élfica de un ser extrauniverse caído al mundo de los mortales. Su esbelto cuerpo, totalmente proporcionado, exhibía un extraño desarrollo muscular para un chico de su edad. Rodrigo era el perfil perfecto de un niño espartano destinado a convertirse en guerrero. Y más allá de toda esa gallardía heredada de la Europa perdida, se vislumbraba el talento de un músico sin par en la historia, un pianista que había perdido su inspiración el día que una de sus manos fue herida de muerte. Mas sus palabras despeñadas contra el derrotero de su infancia emasculada no eran sino el reflejo de su verdadero valor, un coraje que ni el propio Rodrigo conocía aún.

Aquel 1º de enero del 2000 Rodrigo abandonó la ciudad de La Paz junto a una Compañía de siete personas: cuatro mujeres y dos varones, aparte de él. El destino de la Compañía era uno de los lugares más extraordinarios conocidos por ojos humanos: la Ciudadela de Erks.

Aquella fortaleza se hallaba en un plano dimensional paralelo al septentrión estelar del tercer planeta del Sistema Solar. Su ubicación había sido un secreto celosamente guardado por los Amautas del Bonete negro, quienes heredaron el sello de la umbra por medio de los hierofantes del Imperio Vikingo de Tiwanaku, los Señores de Skiold, eones previos a la fundación de Cuzco.

El viaje para llegar a Erks siempre fue un complicado laberinto que difícilmente se podía resolver sin un conocimiento total de la Sabiduría Hiperbórea. Por esa razón la persona que encabezaba la caravana era Rowena Von Kaisser, una mujer de grises ojos acerados. Sus cejas y cabellera eran tan rubias que el sol las emblanquecía cual canas cuando sus rayos las tocaban. Su piel estaba dibujada por algunas venas azuladas que se trazaban sobre aquella magnífica figura traslucida, suave y firme. Su gran altura le daba un porte imponente, siendo que sobrepasaba por una cabeza al más alto varón de la Compañía. El escultórico cuerpo de Rowena podía engañar a cualquiera, pues a pesar de la juventud que reflejaba, ella tenía, en realidad, casi 60 años; solo las arrugas de su cuello y las estrías que bordeaban sus ojos podían confirmarlo. Sin embargo, sus ojos casi jamás eran visibles pues ella siempre los protegía con gafas.

Sin desear mirar atrás, pero sin poder evitarlo, la joven caravana y su madura guía dejaron la ciudad de La Paz, abandonando sus antiguas vidas en las arremolinadas aguas del pasado. Los elegidos: un joven universitario que no terminaría su carrera, una jovencilla que no se graduaría de la escuela ese último año de Promoción, dos niñas que no conocerían el bachillerato y dos niños que no volverían a jugar con sus patines en las calles empedradas de los barrios paceños, se marcharían para convertirse en guerreros; atrás, los padres de todos aquellos constreñían sus corazones, debatiéndose entre el alivio de tener a sus hijos lejos de las garras del demonio y la angustia de no volverlos a ver nunca más.

Allí iba la Compañía de seis y su guía, Rowena Von Kaisser, quien era la peor pesadilla de las jaurías del cielo, era la "Eva" pecadora que Jehovah-Satanás odiaría hasta el fin del tiempo.

Frente a Rowena y sus pupilos, se abría el Camino de los Dioses y ella sabía perfectamente el valor de su equipo. La mujer se sentía inusualmente inquieta por la responsabilidad que le habían cargado a sus hombros, pues llevaba lo mejor de Francia, Rusia, Egipto y Alemania en su caravana y no había margen de error. Si algo les pasaba, si la muerte o las tentaciones del fuego los alcanzaban, cualquier esperanza estaría perdida. La responsabilidad era descomunal.

Avenida del Maestro en la zona de Alto Obrajes de la ciudad de La Paz: una enorme vagoneta negra, diseñada por la desaparecida General Motors, esperaba a sus pasajeros. Su conductor, un hombre de raza blanca, abundante bigote y cabello desordenado, esperaba dentro del vehículo mientras un cigarrillo se consumía entre sus labios. El hombre miró a través de la ventanilla y vislumbró a los muchachos que Rowena llevaría. Hizo una leve mueca mientras le daba una larga calada al cigarrillo. Era notorio que ninguno de los chicos había tenido una noche reparadora, sus ojeras delataban desvelo. Aquel hombre dibujó una sonrisa: "son solo unos niños", pensó.

La noche previa a la partida fue un desconsuelo resquebrajado de ilusiones para los muchachos. Una de los miembros de la caravana había cumplido años ese 31 de diciembre de 1999 y no hubo mayores festejos aparte de los abrazos. Desde luego, tener trece años cumplidos hacia el final del año no es más curioso que el viaje que iban a realizar ese 1º de enero del 2000, pero las circunstancias eran totalmente ajenas a la cotidianidad de una vida normal.




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