Los niños elegidos iban rumbo a Erks, Aldrick du Ruelant hacía su travesía hacia las entrañas de la tierra, y en un punto insospechado de la ciudad de La Paz un nuevo horror se preparaba para evolucionar.
Sentado en la sala de aquella lóbrega casa de Miraflores, en La Paz, Golab estaba listo para hibernar. Se hallaba cubierto por una túnica roja, parado sobre el dibujo de una estrella de seis picos. Estaba por recostarse cuando oyó insistentes bocinazos que venían de afuera. Pretendió no prestar atención, pero los bocinazos continuaron y entonces, alguien tocó la puerta. El rojizo muchacho sonrió de soslayo y, haciendo uso de su telequinesis, abrió la puerta.
Tres hombres altos, de cejas albinas y casi calvos ingresaron al recinto. Uno de ellos llevaba indumentaria rabínica; los otros dos vestían de blanco. Miraron a Golab y se arrodillaron ante él.
—Las tropas del Pueblo del Omnipresente están listas —dijo el rabino—. El Mossad ha reportado que las puertas dimensionales aún tienen fallas, pero estamos avanzando.
—¿Y ya hallaron a los chicos? —preguntó Golab.
—No mi se-señor —contestó el rabino, titubeante—, p-pero el Pentágono está haciendo todos los esfuerzos por dar con su paradero. El Gran Héxabor ha venido personalmente a buscarlos.
—Héxabor —murmuró Golab—. El Druida Cáster que Miguel envió. Es insultante que haya llamado a ese sacerdote para realizar una tarea tan sencilla... ¿Han buscado bien en esta ciudad?
—En cada rincón... —respondió el rabino—... se han esfumado.
Golab se acercó rápidamente a sus súbditos, tomando al hebreo con fuerza del rostro.
—No pudieron desaparecer —afirmó Golab, iracundo.
—¡Alguien borró todos sus registros! —respondió el judío con la voz ahogada—. ¡No existen documentos de identidad en el registro boliviano, ni rastros de su paradero!
—Pues busquen a las familias, despedacen este patético país si es necesario, ¡pero encuéntrenlos! —gritó el demonio y empujó con monstruosa fuerza al rabino. Los otros dos hombres estaban congelados, arrodillados y con la cabeza gacha—. Cuando hallen a Dianara —agregó Golab—, no quiero que toquen uno solo de sus cabellos: la traerán ante mí intacta y sin corromper.
—Sí, mi señor, lo haremos —dijo uno, con voz temblorosa—, pero sospechamos que Rowena Von Kaisser se los ha llevado por el Camino de los Dioses hacia Erks.
Golab miró al hombre postrado, y llevando su mano a su propia barbilla, exclamó:
—¡Así que Rowena vive y encima se lleva a mis víctimas a Erks! —dijo, con entusiasmo—. Señores, ¿qué posibilidades hay de recuperar a los chicos de Erks?
—No sería fácil, mi señor —respondió uno de ellos—. La ciudadela está protegida y su ejército es numeroso. Podríamos asediar Erks y llevarnos a los elegidos, pero costaría más de lo que el Tetragrámaton o el Bafometh estarían dispuestos a arriesgar.
—Entonces creo que ha llegado la hora de reconsiderar una invasión a Erks —respondió Golab—, no sería la primera vez que entramos en conflicto con esas gentes malditas y no creo que sea la última. Escúchenme: quiero que digan a los Hijos de Israel que no muevan un solo dedo hasta que esos mocosos sean capturados: si los ubican con certeza en Erks, informen que el Bafometh está de acuerdo con una acción militar. Den el mensaje también al Tetragrámaton. Ahora mismo necesito que reúnan la mayor cantidad de tropas posibles. También quiero que le digan a Héxabor que se aparte de mi camino... entre tanto, vigilen la Umbra y asegúrense que las operaciones para el asedio final estén listas antes del plazo marcado.
—Pero señor —dijo uno de los hombres—, las barreras de los Ingas son impenetrables y la Umbra está...
—¡Pues esfuércense más! Quiero total eficacia en esta misión, no podemos darnos el lujo de repetir el desastre de la Guerra Atlante —replicó Golab, regresando al círculo—. Ah, otra cosa: en este momento mis poderes casi se han restablecido, así que llegó la hora de cambiar de cuerpo. Quiero que hagan desaparecer todos mis datos de este país. Cuando llegué, la Cábala me registró con el nombre de Ikker L.M.: busquen ese nombre en el Registro Civil boliviano y háganlo desaparecer. Mientras hiberno, quiero que vigilen esta casa, ¿entendido?
—Sí, mi señor —respondieron.
—Bien, ahora, ¡largo! Debo dormir.
Los hombres se fueron, no sin antes recoger al rabino que Golab había arrogado por los aires.
Cuando el demonio se vio solo, cerró los ojos y empezó a levitar. En pocos segundos, la habitación donde se hallaba sufrió una dramática transformación. El piso se carcomió hasta convertirse en magma. Las paredes se convirtieron en rocas negras y ardientes. El techo se diluyó hasta mostrar una cúpula negra, llena de estalactitas. Golab, que hasta entonces había lucido como un adolescente, fue rodeado por dos alas vampíricas cubiertas de sangre. Una luz escarlata rodeó aquellas alas y el magma empezó a saltar, cubriendo el cuerpo de Golab como si fueran hilos de telaraña. Pronto aquel cuerpo adquirió la forma de una crisálida y Golab cayó profundamente dormido, produciendo el silencio del horror en el recinto.