Avenida del Ejército en la zona de Miraflores, La Paz. Una reunión se celebraba en la casa donde alguna vez vivieron los hijos de la familia Cuellar Luchnienko. Pero desde su partida su única habitante era la madre de Edwin, Diana y Jhoanna. Ella había convocado al resto de los padres de los muchachos que evacuaron de la ciudad; la razón: recibir noticias.
A la reunión habían asistido las madres de Rodrigo y Oscar. Los padres de Gabriel también se hallaban allí. La madre de Rocío llegó tarde. Frente a ellos estaba su único nexo con sus hijos, un hombre que había llegado no solo con noticias sino también con advertencias: Ursus de la Vega. Promediaban las tres de la tarde del domingo 9 de enero del 2000.
—¿Están ya todos los que deberían estar aquí? —preguntó Ursus.
—Todos —replicó la madre de Diana.
—Bien, entonces empecemos —dijo el informante a tiempo de encender un cigarrillo—. Sus hijos han llegado con bien a la primera parte de su viaje: el campamento de vigilancia al Camino de los Dioses. Partieron hace varios días y seguramente estarán por llegar a su destino. En Erks los estará esperando Qhawaq Yupanki y un guerrero maestro que les enseñará a sus hijos a pelear, su nombre es Aldrick Du Ruelant. Ellos, junto a Rowena, protegerán e instruirán a sus hijos. Pierdan cuidado por ellos, estarán seguros.
—¿Qué le hace tener tanta seguridad? —preguntó la madre de Rocío.
—La Ciudadela de Erks es un emplazamiento fuertemente armado en un mundo paralelo a éste. Sus enemigos jamás podrán alcanzar a sus hijos en ese lugar. Por ello ahora deben empezar a preocuparse por ustedes.
Los rostros de los asistentes estaban llenos de angustia. Desde que sus hijos partieran de la ciudad cada uno empezó a tener serios problemas en sus trabajos. Todos habían sido despedidos sin razón alguna, las quejas al Ministerio de Trabajo no habían tenido eco alguno y al padre de Gabriel le estaban siguiendo un juicio por una supuesta deuda impositiva que jamás contrajo. Sin duda todos ellos tenían razones de sobra para preocuparse.
—Como se les advirtió —continuó Ursus—, las fuerzas del Estado se ensañarán con ustedes. Sus vidas corren riesgo, no solo por lo que, haciendo uso de las leyes, la Sinarquía pueda hacer contra ustedes, sino que además existen fuerzas terribles que ya los han identificado y no descansarán hasta haberlos destruido.
—Ha sido así todas nuestras vidas —intervino la madre de Oscar—. Sabíamos que ésto podía ocurrir.
—Pero no estaban listos —replicó el informante, Ursus—. ¿Han cortado ya cualquier nexo con el resto de su parentela?
Todos asintieron silenciosamente.
—Bien, entonces es tiempo que también ustedes desaparezcan. Si tienen propiedades inmuebles es tiempo que las vendan. Si tienen cuentas bancarias, ciérrenlas y recojan el dinero. Traten de liquidar su situación financiera lo más antes posible. Todos ustedes serán llevados al Claustro de Santo Domingo. Allí se les proveerá todo lo necesario para su manutención.
—¿Nos pide que lo abandonemos todo? —preguntó el padre de Gabriel con gran alarma.
—Yo no les pido nada. Si ustedes no dejan sus vidas atrás, serán sus vidas las que los abandonarán a ustedes. Jamás conseguirán empleo, serán juzgados por crímenes que no cometieron y destruirán su vida civil hasta convertirlos en pordioseros sin más remedio que robar para comer. Serán llevados a prisiones donde conocerán tormentos sin nombre y todas las extorsiones del Estado pesarán sobre sus hombros. Sus vidas ya están acabadas.
—Pero —interrumpió el padre de Gabriel, pálido—, mi empresa, mis empleados...
—Declare bancarrota —respondió el informante—. No están enfrentando problemas que puedan solucionar.
—Es muy injusto todo esto —murmuró la madre de Rodrigo.
—El enemigo jamás es justo. La sombra de la guerra se aproxima y cosas terribles ocurrirán. Las Potencias de la Materia están dando un vuelco en las políticas de este país. Gobiernos caerán, muchos morirán, hay tambores de falsas revoluciones. Una nueva burguesía se levantará y tendrá el poder absoluto de esta Nación, y ustedes no tienen lugar en ese nuevo país que se fundará. Su herencia de sangre los ha convertido en proscritos de la democracia, del estado de derecho y de todas aquellas tonterías inventadas para darle legitimidad a gobiernos sin autoridad. Los tiempos de postmodernidad llevarán a este mundo al borde del abismo, la tecnología será la nueva dictadora; y es no es malo ni bueno, simplemente es el curso natural de las cosas. No tiene un valor positivo ni negativo, a no ser para ustedes, que pertenecen a un mundo y una era en extinción.
Nadie se atrevía a decir una sola palabra. Todos sabían en su interior que Ursus no mentía y sentían el peso de sus profundos temores convertirse en la palpable amenaza de la miseria.
—¿Qué ocurrirá con nosotros? —preguntó la madre de Gabriel. Ursus la miró fijamente.
—Los protegeremos todo el tiempo que podamos. La misión del Circulus Dominicanis es garantizar que sigan vivos hasta el fin de la guerra... No tendremos éxito, al menos no con todos ustedes.
—¿Moriremos? —dijo la madre de Diana, temiendo la respuesta que, de antemano, conocía.
—Todos moriremos, mi señora. La muerte es una liberación del encadenamiento que sufrimos en estas dimensiones infernales de la materia y la energía. El asunto es que todos tengan una muerte honorable para garantizar su huida de este mundo. Por eso deben vivir hasta saber cómo salir de aquí. El que muere sin morir, vive. Es la única forma de ser libres.
—Y esa muerte está cercana —intervino el padre de Gabriel—. Lo presentí desde el día que vino mi hijo con sus amigos para hablarme de sus experiencias paranormales.
—El enemigo se alimenta de su miedo y su dolor —agregó Ursus—. Por ahora solo deben ocuparse de mantenerse con vida el suficiente tiempo para aprender a morir. Si sus hijos se disturban por la prematura muerte de alguno de ustedes, su entrenamiento se complicaría y todo podría perderse.
—Esta es una pesadilla que ya vivimos —dijo la madre de Diana—. Aún me cuesta trabajo aceptar que todo vaya a terminar de esta manera.
—No se acongoje, mi señora. Todo tiene un porqué —respondió el informante—. Concluyan cualquier pendiente y reúnanse cuanto antes en la iglesia de Santo Domingo. Busquen al padre Bernardo Clementi, identifíquense y obedezcan sus instrucciones. En breve tendremos certificados de defunción para todos ustedes, tenemos que asegurarnos que sean invisibles ante las autoridades, para ello fingiremos la muerte de todos. Si al terminar esta fase de guerra hay sobrevivientes, les proveeremos de una nueva identidad. Por ahora la prioridad es que estén libres de ataduras. Que Kristos los ampare.