El arte de amar.

PRÓGOLO.

Podría comenzar esta historia diciendo que la vida es injusta y que muchas veces no recibimos lo que merecemos, y en términos generales eso es casi cierto. —Y casi porque hay momentos o etapas en donde la vida no confabula a nuestro favor, sino que a nuestra contra—, entonces, existimos persona como yo que estamos lo suficientemente curtidas por tanto sufrimiento, que, a la hora de la verdad, ya nada nos duele y, por ende, ya nada nos afecta. Es necesario decir que todos tenemos un mecanismo de defensa diferente que nos permite sobrevivir en nuestro cruel entorno, en mi caso, mi mecanismo de sobrevivencia era el aparentar ser algo que no era, mientras que al mismo tiempo me comportaba como una total odiosa, hipócrita, tóxica y claramente dañina, con cualquier persona que habitara la preparatoria, era así de fácil y sencillo. No me importaba la clase, color o preferencia sexual de mis compañeros, todo lo que se movía alrededor mío, era objeto de burlas y humillaciones. 

Quizás en este punto, ustedes ya crean que soy una mierda, y que ciertamente no valgo nada, que al final simplemente soy una ricachona que tiene todo a sus pies y sí... No se equivocan en nada, siempre lo he tenido todo. —Casi todo—, excepto algo muy importante que siempre está presente en la vida de las personas. Ese algo siempre ha faltado en mí, y ni siquiera mis padres, hermano o chico con el que me enrollaba, pudieron darme aquello que siempre desee. Ese algo, es fuerte y sanador, mágico y poderoso, paciente y restaurador... Y eso; al final, simplemente es el amor. 

No recuerdo una sola vez en donde me hubiera sentido querida por alguna persona ni en lo mínimo, y estaba bien, no iba a morir por ello, pero siempre he llevado en mente que uno da lo que recibe, y si al final yo nunca había recibido amor, no entendía cómo había algunas personas a mi alrededor mendigándome algo que yo misma jamás había experimentado. —Una total hipocresía—. No estaba dispuesta a sumergirme en sentimientos que jamás serían recíprocos, al final, era mucho mejor que me quedara sola y no me malgastara preguntándome que había mal en mí como para que nadie pudiese fijarse en mi persona por lo que era y no por que aparentaba. 

Dejando un poco atrás el tema y hablando de la fuente principal de mis problemas. —Mi familia, — aquella era tan típica como cualquier otra podría serlo, el dinero sobraba en nuestras vidas, siempre había espacio para nuevos lujos, nunca hacía falta la cena y si queríamos podíamos darnos el lujo de repetirla, y con eso ya he dicho mucho...—¿Nunca han sentido como que no pertenecen a ningún lugar? ¿No? —, bueno pues yo sí. Desde que tengo uso de conciencia siempre he sentido que algo está mal, y no hablo necesariamente sobre el dinero. ¿Cómo creen? Siempre había sido una chica que amaba los lujos y, además, me encantaba el poder tener tanto cupo en mis tarjetas como fuese posible. A lo que quiero llegar, por más cliché que suene, es que hubo o más bien hay algo en el dinero que jamás pudo llenar ese gran y oscuro vacío que había en mi corazón, aquel ni siquiera pudo menguar la fuerte soledad que siempre me acompañaba y entonces, cuando por un instante no pude más conmigo misma, yo simplemente recurrí a la persona menos indicada para recibir algo de afecto, pero... ¿Saben qué? Como siempre, no obtuve nada y por nada, realmente digo nada, ni una pizca.

¡Qué suerte! 

En fin...

Como ya saben, me llamo Isabella Gibson, tengo diecisiete años y por suerte, estoy terminando mi último año en la preparatoria, aun así. Eso no significa que no hay o no tendré problemas, porque como podrán ver...

Yo simplemente soy la definición del jodido caos.

Así que ahí vamos...

Justo en ese mismo instante, me encontraba sentada en uno de los tantos asientos que había en la descomunal, perturbadora y fría casa de mi familia. Mi madre no paraba de parlotear sobre los invitados que llegarían esa misma noche, al tiempo que mi padre no dejaba de callarla con un seco moviendo de mano, y, por otra parte, mi hermano mayor solo se dedicaba a mirar por una de las tantas ventanas del lugar, mientras continuaba exhorto en sus propios pensamientos, él nunca llegó a intervenir aquí o allá, Blake era así, no decía jamás mucho sobre nada, para él, siempre era mejor callar y dejar que todo el mundo ardiera alrededor suyo. Y la verdad es que yo no era muy diferente, por muy por igual a él, simplemente me dediqué a ser una espectadora más de todo, no podía ni quería opinar sobre fiestas y demás cosas, no podría arriesgarme a recibir una de las tantas miradas de odio por parte de papá...

Como dije antes, hay algo un poco peculiar y raro en mi familia, por ello, voy a hacer una breve descripción de todos ellos, pero tengo la certeza que para cuanto termine de hacerlo, todos ustedes van a llegar a la misma conclusión que yo siempre llego, así que, sin más, empecemos...

Mi padre, el señor Adam Gibson. Era un fabuloso empresario del momento que tenía tantas acciones alrededor del país, que justo en ese instante, era uno de los hombres más privilegiados que estaba en la cima del poder, su influencia por todas partes era magnética e intimidante. Según lo que había escuchado de compañeras, mi padre era tan guapo como un señor de sus cincuenta y algo podría serlo. Cabello rubio, ojos grises, alto y de personalidad amable, pero al mismo tiempo seria. —Debía aclarar que su amabilidad solo estaba dirigida hacia sus socios—. Porque siendo sincera, en todos los años de mi vida, jamás lo había visto ser amable conmigo, aun así. —Nada estaba fuera de lugar con él—.

Mi madre, la señora Andra de Gibson. Era la típica esposa hermosa que hacia todo lo posible por dejar bien parado a su querido esposo en las fiestas benéficas. Y a pesar de que ella ya había entrado a su etapa de los cuarenta, debía admitir que mi madre era muy hermosa y seguía pareciendo una joven con varios años menos, pero aquello no era natural. —Claramente—, su belleza estaba ligada a los miles de cirugías estéticas que llevaba encima para evitar envejecer en un futuro cercano. Su cabello era rubio, ondulado y llegaba hasta el final de su pequeña cintura, sus ojos verdes siempre eran brillantes, pero carentes de expresión, tenía una figura alta, buenos ángulos, modales refinados, y entonces... —Nada estaba fuera de lugar en ella—.




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