El arte de amar.

Capítulo 6

Los días pasaron rápidamente uno tras otro, y tras de ellos también una borrosa semana llena de trabajo y salidas a comer con Ian, Diego y Tanía. Tenía que admitir que estaba pasando una semana realmente buena, no podía quejarme. —Por primera vez en mucho tiempo, yo realmente podía respirar—. Debo decir que Ian se mostraba muy amable y carismático conmigo, Diego no paraba de hacerme reír a cada instante, y Tanía aún me agradecía por haberle salvado de un día abrumador con el pesado de Kenji.

El trabajo era algo que me tenía realmente feliz, solo debía estar sentada alrededor de ocho horas tras una cabina con Diego, y poner música a todo volumen, esto lo podía hacer comiendo y riendo a carcajadas junto con el pelinegro, a veces incluso Ian se nos unía y terminaba bromeando junto a nosotros. —Él era un amor de persona. — Aquello lo podía asegurar a ojos cerrados.

En ese mismo momento, las risas llenaban la pequeña cabina de audio en donde retumbaba una fuerte electrónica por todas partes. Alrededor de Diego y yo, había varios sistemas de sonido localizados brevemente en el lugar de forma estratégica, para así lograr que el audio fuese más potente y claro, al frente de nosotros, había también una mesa oscura con dos altas estanterías repletas de CD con toda clase de música, y, para terminar, al fondo se situaba una pequeña computadora llena de remix y algunas canciones favoritas del público, la cuales eran sintonizadas al menos cada veinte minutos. 

Lo único que nos separaba a Diego y a mí de la bulliciosa pista de baile, era un grueso vidrio ahumado que no permitía ver a las personas hacia nosotros, pero, por el contrario, nosotros a ellos sí. —Aquello nos fascinaba— Desde nuestras sillas podíamos ver todo el chisme que se desarrollaba alrededor del lugar sin ser vistos realmente.

En ese instante estaba justo en una de las cómodas sillas mirando varios CD de diferentes géneros. —Un trabajo muy difícil…— Mientras hacía todo aquello, traté de no reírme de Diego y, aun así, fallé cómicamente en la misión. 

—Pensé que le gustaba —Se quejó él, mientras pasaba una mano por su oscuro cabello negro — ¿Viste cómo me miró?

Juro que no quería reírme, aun así, fallé de nuevo.

Días atrás una chica nueva había comenzado a visitar el bar frecuentemente y Diego había quedado “flechado” por ella, y por flechado me refería a que él la quería urgente en su cama, aun así, sus dotes de galán no llegaban a mucho, ya que la chica rubia solo se dedicaba a coquetearle descaradamente, sin embargo, de ahí no pasaba, y en efecto eso empezaba a molestarle. El sujeto no estaba acostumbrado a ser rechazado por nadie.

—Te miró con clara admiración —Bromeé y él se la creyó —Quizás deberías tratar de ponerle una canción romántica o algo así, ya sabes, para ambientar la situación. 

Miré de reojo a Diego, y bufé divertida cuando lo vi pensando en mi idea, el pelinegro era como mi más íntimo amigo en aquel lugar, sin embargo, debía decir que a veces su idiotez me sorprendía totalmente, él parecía que solo pensaba con su cabeza baja…

—Diego, ella solo está jugando contigo —Me incliné por mi vaso de jugo — Si quisiera sexo contigo, es obvio que ya la tendrías en alguno de los baños, aun así, no es la cuestión. 

Diego alzó sus estupendos ojos hacía a los míos, y me miró sorprendido como si yo acabara de darle alguna clase de respuesta divina.

— ¿Cómo sabes eso? —Movió su silla hacía la mía y me miró con el ceño fruncido.

—La experiencia, querido, la experiencia —Murmuré sonriendo y volviendo mi atención a los discos.

—Creía que a las chicas les gustaba los galanes.

Pensé por un momento en sus palabras, justo antes de hablar:

—A las chicas nos gusta todo, menos los imbéciles que se creen galanes y al final del día, son unos patanes.

Una de las cejas oscuras del pelinegro se enarcó.

—Auch. —Sonrió. —Me dolió tus palabras.

—Lidia con ellas, colega. 

Continué alistando las próximas canciones que iban después de la que estaba sonando, mientras Diego continuaba quejándose de fondo. —Así de llorica era—. Aun así, siendo sincera y sin duda alguna, comenzaba a amar mi trabajo, podía pasar horas charlando y escuchando música sin cansarme en ningún momento... En un instante me sentí realmente mal por Ian, él no debería estar pagándome por hacer aquello tan básico como poner música y reírme todo el tiempo con su amigo, pero tampoco era como que iba a devolverle el dinero que tanto necesitaba, era cuestión de supervivencia. 

Pensar en Ian siempre era algo supremamente nuevo para mí, no sabía como explicarlo y tampoco quería darle tantas vueltas, al final del día; mi gratitud por él iba más allá del límite. 

Debía admitir de que sentía un gran aprecio hacia él. Era un desconocido y no me debía nada ni mucho menos, sin embargo, me había ayudado más que cualquier otra persona en el mundo y a pesar de tanto… No quería nada a cambio. 

¿Qué clase de ángel era ese pelinegro? 

—Hoy es tu turno —Me avisó Diego, cuando una fuerte música comenzó a llenar la cabina y todo el bar una vez más. 

—De acuerdo —Dije suavemente mientras al tiro me ponía de pie. —Iré. 

Diego y yo durante una semana nos turnábamos para salir al local de al lado y comprar algo de comida chatarra, nos pasamos los días comiendo desde pizzas, hasta grasosas hamburguesas y saladas patatas llenas de queso y salsa. —Nada como taponar tus arterias de forma deliciosa y poco saludable—. Ya era algo tarde y en unas pocas horas volveríamos a casa y podríamos cenar, pero Diego y yo éramos lo suficientemente hambreados como para no esperar a llegar a nuestro destino, además, estaba el caso de que me sentía muy cómoda en comer junto a alguien, últimamente una de mis cosas favoritas era estar rodeada de alguna persona, estar sola jamás era algo bueno. No cuando se tenía mucho en mente y tan poco en el corazón.

Diego me entregó algunos billetes y tras repetirme nueve veces que quería una gran hamburguesa llena de todas las salsas inexistentes, logré salir por fin del lugar. Como era normal, la pista de baile estaba totalmente llena de cuerpos sudorosos bailando y saltando por todas partes, el ácido olor a sudor y alcohol llegó a mi nariz haciéndome atragantar con mi propia saliva. Algo que amaba de la bella y pequeña cabina, era que tenía aire acondicionado y por nada del mundo teníamos que aguantar aquel sofoco que rodeaba en ese momento el resto del bar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.