Catalina
Me fui caminando ignorando todo lo que él me gritaba, entré a una cafetería y me senté a leer un rato. No sé qué tenía él que me sacaba siempre de mis casillas. Recibí una llamada de mi hermano diciéndome que había terminado de entrenar y que pasaba por mí a la cafetería.
No tardó ni 10 minutos cuando su coche estaba afuera del local. Estaba comenzando a llover cuando me subí, avanzamos un par de cuadras cuando la lluvia aumentó. No sé en qué momento de mi boca salieron tantas palabras que jamás imaginé decir.
–Miguel, ¿cómo se llama el chico de cabello ondulado con tatuajes en los brazos que entrena contigo?
–¿Eduardo? ¿De dónde lo conoces?
–Va a la universidad, solo coincidimos en dos clases.
–Y si están juntos en clase ¿por qué no sabes su nombre?
–Digamos que gracias a mi orgullo no lo quise saber.
–Si te llega a hacer algo no dudes en decirme, sabes que por más amigo mío que sea, siempre estarás primero tú.
–Gracias hermano.
Siguió conduciendo hasta que llegamos a la casa, me bajé corriendo para tratar de no mojarme. Mi mamá estaba preparando la cena, subí a mi habitación a dejar mis cosas y cambiarme porque resultó que sí me había mojado con el agua. Bajé, cenamos, mi madre subió a su recámara y yo me quedé ayudando a Miguel a limpiar.
–Catalina creo que te tengo que decir algo antes de que pase y te enojes conmigo.
–¿Qué pasó?
Antes de que me contestara tocaron el timbre, ambos fuimos hacia la entrada para ver quien había llegado.
–Olvidé decirte que invité…
–A Eduardo –dije quitándole la palabra a mi hermano cuando abrí la puerta y lo vi.
–Ahora es que sabes mi nombre, pensé que no te interesaba –me dijo del otro lado de la puerta.
–Y sigue sin hacerlo, Miguel ¿por qué no me dijiste desde antes?
–Perdón Catalina pero pensé que no te molestaría.
–Con que no solo yo te llamo Catalina. ¿Y por qué no eres amiga de tu hermano? —dijo Eduardo interrumpiendo la conversación.
–Quieres por favor no meterte en conversaciones familiares. Ya me voy a mi cuarto Miguel, terminas de lavar los platos.
Me subí y cerré con seguro la puerta. Mi cabeza cada vez me punzaba más y era más que claro que era gracias a los enojos que Eduardo me hacía pasar.
Durante media hora estuve avanzando a mis tareas mientras platicaba con Sarah por mensaje.
¿Quieres que vaya por ti?
Al recibir ese mensaje dudé en aceptarlo pero no quería estar en el mismo lugar que él, así que solo le respondí que sí. Veinte minutos después ella estaba afuera esperándome.
–Ya me voy –dije una vez que bajé con mi bolsa y una chaqueta de mezclilla en la mano.
–¿Qué? ¿A dónde? –me preguntó Miguel dejando de lado su videojuego.
–Voy a salir con Sarah.
–¿Por qué no me dijiste?
–Tú tampoco me dijiste que él vendría.
–¿Todo esto lo estás haciendo sólo por Eduardo?
–¿Tan importante soy en tu vida? –dijo interviniendo en nuestra conversación.
–Mira tú no compliques más las cosas por favor, ahorita ya me basta con lidiar con Catalina.
–Ya me voy.
No dejé que ninguno de los dos pudiera hablar antes de cerrar la puerta. Me subí al auto de Sarah y fuimos a su casa. Pedimos de cenar y terminé la última tarea que me faltaba mientras llegaba la comida.
–Me parece que le estás dando mucha importancia a tus diferencias con él.
–Ni siquiera hay diferencias entre nosotros, el hecho de que se haya portado grosero desde un inicio ya le da un punto extra para odiarlo.
–Que yo recuerde me contaste que te habías golpeado con su barbilla por tu culpa –dijo Sarah con un tono de burla.
–Pero que me haya interrumpido a mitad de presentación hizo que no me cayera bien.
–Creo que haces un drama por una cosa que cualquier otra persona pudo haber dicho, ¿o acaso esto es porque te gusta en realidad y no lo quieres admitir?
Esas palabras, esas sencillas palabras que crearon una revolución en mi cabeza, que Eduardo me gustara y no lo quería admitir, era una total mentira, no niego que era atractivo cuando lo veías, que su cabello ondulado y despeinado lo hacía ver bien, que sus ojos cafés, su nariz delgada, sus labios junto a una sonrisa encajaban perfecto en su cara, que sus tatuajes te llamaban la atención, pero aun así yo negaba que me gustara.
–Sabes que nunca me he interesado en nadie –le dije a Sarah una vez salí de mis pensamientos.
–¿Por qué no puede ser la excepción?
–Sarah simplemente no.
–O simplemente tienes miedo. Recuerdo aún ese día que tomaste y tomaste hasta que comenzaste a hacer ridiculeces, entre ellas me dijiste que siempre tuviste miedo de enamorarte y salir lastimada, que te sentías cobarde por huir y esconder tus sentimientos. Incluso me dijiste que por eso tratabas diferente a los hombres. Lo noté cuando un chico se te acercó para pedirte tu número y le diste mil y un excusas para no dárselo.
Y todo era verdad, siempre construí muros para evitar cualquier tipo de relación sentimental con alguien, era verdad que le temía al desamor, a un corazón roto. Era muy infantil de mi parte tal vez, pero de esa manera logré enfocarme en mi vida y mi futuro, logré llegar a la universidad con estabilidad y no podía creer que Eduardo me la estaba quitando.