El arte de recordar tus besos.

Seis

–¿A qué hora crees que regrese? –le pregunté a Miguel luego de tres horas.

–Posiblemente no lo haga, o quizás llegue borracha, tal vez gritándome, o solo llegue y se encierre en su habitación.

–Yo que nunca imaginé que bebiera.

–No lo hace, al menos no seguido. En ocasiones culpo a su mejor amiga pero en el fondo estoy seguro que no lo hace por ella.

–¿Por qué sería entonces?

–Se lo he llegado a preguntar pero siempre evita contestarme. La verdad dudo que llegue ebria.

–Si llega en ese estado me das 500. 

–Bien.

Seguimos jugando otro rato, pedimos de cenar, nos dio la una de la mañana, no había señas de Catalina, dos de la mañana y seguía sin aparecer, 2:30 y se abrió la puerta principal. Ambos nos levantamos y la vimos entrar, sobria y consciente, con el cabello mojado y ropa diferente.

–¿De dónde vienes?

–De casa de Sarah.

–¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué traes otra ropa y vienes con el cabello húmedo?

–Al menos no bebió –le dije entregándole el billete a Miguel.

–¿Apostaste mi sobriedad?

Lo dijo tan pausado, en un tono enojado, viendo como el billete pasaba de mis manos a las de Miguel y luego al bolsillo del pantalón. De pronto explotó en gritos.

–¡Es que eres un idiota Miguel!

–Catalina yo no…

–¡Catalina nada! ¡No puede ser que cada que salga pienses que llegaré cayéndome de borracha! –se pasó la mano por la cara y continuó en un tono más bajo–. Me bañé porque antes de regresarme me caí y me llené de lodo, Sarah me prestó su ropa y me trajo porque ya era noche. Pero si crees que me fui a otro lado con no sé quién, adelante, júzgame lo que quieras.

–No Catalina, perdón

Ella le hizo una seña desde la escalera terminando su conversación y subió hasta que no la vimos. Quedamos en silencio por unos segundos hasta que escuchamos la puerta cerrarse.

–Soy un idiota –se dijo a sí mismo mientras caminábamos de nuevo al sillón.

–No, la culpa fue mía, no debí darte el billete frente a ella.

–No es eso, desde que nuestra hermana mayor se fue de la casa ha cambiado, se pone a la defensiva y a veces nunca quiere hablar. Siempre se hace la fuerte, la que no le duele ni siente nada. Sé que no lo hace con el fin de lastimarnos, pero sólo se lastima a ella misma. Incluso se me hizo raro que me preguntara por ti cuando…

Se tapó la boca con ambas manos como si en ese momento hubiera soltado un secreto.

–¿Te preguntó por mí?

–No se lo digas, por favor, me va a odiar más.

–Está bien. ¿Me puedo quedar a dormir?

–Sí, vamos para enseñarte la habitación de visitas.

Y subimos, en el pasillo había cinco puertas, supongo que una era la habitación de sus padres, otra el baño, las otras dos las habitaciones de Catalina y Miguel, y la quinta debía ser la de visitas, aunque quizás y en algún momento fue de la hermana mayor; pero no me detuve a preguntar. Miguel me dejó en la puerta y se metió a su habitación, yo entré a la mía y sin más, me dormí.

Alrededor de las 9 de la mañana desperté y bajé, porque me había llegado el olor a café. Antes de bajar por completo las escaleras escuché una voz en la cocina, me detuve un segundo para averiguar de quién era. Se trataba de Catalina que estaba hablando ¿sola? Tal vez por teléfono, era lo más seguro y lógico.

Me acerqué sin que ella me viera y efectivamente, estaba hablando por teléfono, sonaba algo confundida.

–Escucha, la manera en la que hayas conseguido mi número no me interesa –hizo silencio unos minutos escuchando lo que le decían del otro lado del teléfono– bien, mira, espera unos minutos, tengo que atender unas cosas y te regreso la llamada.

Colgó el celular, tecleó algo y se lo colocó de nuevo en la oreja, esperó un momento y luego habló.

–¿Cómo es posible que le hayas dado mi número a un desconocido? Sarah ya te dije que no me hicieras eso… no quiero cambiarlo de nuevo, ya van tres veces que lo hago. No puedo seguir con esto por favor… trata de solucionarlo… no sé cómo, dile a tu amigo que tuve problemas de señal, perdí mi teléfono o me fui del país, lo que suene más creíble.

Y colgó, reposó sus brazos en el mueble de la cocina junto a su taza con el café recién servido.

–Yo me creería más que te robaron el celular, pero sería mucha coincidencia –le dije entrando a la cocina.

–¿Estás espiando mis conversaciones? ¿Es que no te enseñan modales en tu casa?

–Ya te dije que no todo gira en torno a ti, pero esta vez te doy la razón, sí escuché a escondidas. ¿Qué es eso que tiene que arreglar tu amiga? Si se puede saber.

–Te lo diré porque necesito opiniones ajenas a las de ella. Comenzó hace año y medio, en ocasiones se acercaban chicos a pedirme mi número, invitarme a salir o cosas por el estilo, a todos les decía que no. Sarah a mis espaldas, comenzó a darles mi número, me llegaban mensajes y llamadas que no sabía de dónde eran, tuve que cambiar de número tres veces porque me sentía incómoda.

–Qué bonita forma de evadir asuntos.

–Cállate, era lo único que se me venía en mente. Cuando me enteré que era ella quien les daba mi número le pedí que se detuviera, y así lo hizo, hasta hoy.

–Tal vez no lo hace con mala intención, sólo quiere ayudarte.

–¿Dejarías que mi hermano te ayudara difundiendo tu número con la mitad de la escuela?

–Bueno eso sí da algo de miedo.

Hice silencio, observé a Catalina mientras bebía de su café, recorrí con los ojos su rostro, sus labios, su cuello, su espalda y me detuve en su cabello al ver algo que no coincidía.



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En el texto hay: juvenil, romance, novela romatica

Editado: 06.05.2022

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