–¿Qué te hiciste en el cabello?
–¿Eh?
Se sobresaltó, dejó su café y se volteó hacia mí.
–No te caíste anoche, ¿cierto?
–¿Por qué lo dices?
–Cuando te seguí antes del entrenamiento tenías el cabello castaño, ahorita se te ve casi azul.
–Vaya, me impresiona la atención que pones a las cosas.
Sonreí y ella dio otro trago al café.
–Pues sí, anoche dejé que Sarah me pintara el cabello negro, ya estaba harta del castaño, además de estar enojada y actuar por impulso.
–¿Qué otras cosas no harás por impulso?
–Nunca subestimes las cosas que puedo llegar a hacer.
–Me gusta, el negro te sienta bien.
–Gracias, ahí hay café por si quieres servirte, las tazas están en ese mueble y si lo quieres endulzar aquí está el azúcar.
Le agradecí y me preparé una taza, la acompañé hasta la barra que separaba la cocina del comedor. Nos sentamos quedando frente a frente. La casa seguía en silencio a pesar de la hora.
–Ya son casi las diez y nadie se ha levantado –dije viendo hacia las escaleras.
–Mi papá está de viaje y mi mamá tenía unas vueltas, supongo que vuelve después de mediodía. Y Miguel –hizo silencio mientras bebía– nunca suele levantarse temprano los sábados.
–¿Tú que haces despierta temprano?
–Son las diez, las personas productivas suelen aprovechar las mañanas para hacer deberes.
–Me sigue impresionando lo planeada que tienes tu vida.
Me miró seriamente, tal vez enojada, harta de los comentarios que yo le hacía.
–Al menos déjame disfrutar mi desayuno –me dijo segundos después.
–Bien, podemos quizás hablar de otra cosa.
–¿Qué quieres hablar?
–No sé, tal vez decir cosas sobre nosotros, tu cumpleaños por ejemplo.
Suspiró negando con la cabeza y riéndose muy bajo.
–Cumplo 18 años el 23 de octubre.
–Ah, faltan dos meses entonces. Yo cumplo 20 el 15 de enero.
–¿Perdiste año?
–No quise entrar a la universidad luego de graduarme.
–¿Qué te gusta hacer? –dijo cambiando de tema después de lo que le había dicho.
–Entrenar es de las cosas que más me gustan, lo segundo es leer.
–No, ¿en serio? –alzó las cejas en señal de asombro– no te imagino con un libro por gusto.
–Soy una caja de sorpresas.
–Ya veo.
Nos quedamos viendo fijamente por un minuto creo, ella seguía sonriendo sin mostrar los dientes y yo sólo movía la boca a modo de juego. Miguel bajó y entró a la cocina tallando sus ojos, nos saludó y se sirvió café. Se acercó a la barra por el lado de Catalina y se le quedó viendo tratando de descifrar algo.
–¿Te cortaste el cabello?
Ella rodó los ojos y se paró, Miguel me miró con cara de duda y yo sólo alcé los hombros haciendo como que no sabía nada. Catalina dejó la taza en su lugar después de lavarla y salió de la cocina.
–Supongo que no está enojada –habló Miguel cuando ya no la vimos.
–Supongo que lo está contigo.
–Cállate –me arrojó un pedazo de pan que estaba comiendo, lo recogí y me paré a tirarlo– tal vez puedas hacerte su amigo, si es que deja de odiarte algún día.
–No me odia, sólo que nuestras personalidades chocan entre sí.
–Claro, porque se parecen tanto.
No dije nada más, cerca del mediodía me fui hacia mi casa para ducharme y hacer algunas tareas de la escuela. No salí en todo el día de mi habitación, mi madre me llevó algo de comida y salió de nuevo hacia la sala. A las 8:40 de la noche recibí una llamada de Carlos.
–¿No piensas venir a la fiesta?
–No me dan ganas.
–Ni aunque te dijera quién está aquí.
–Que recuerde no tengo a nadie que ver ahí.
–¿Cómo se llamaba la única persona que te odia? ¿Catalina?
–Ella no está en esa fiesta.
–Revísalo tú mismo.
Me llegó un mensaje de Carlos, lo abrí y era una fotografía tomada por él, era Catalina, estaba junto a otras dos chicas, sonriendo y sosteniendo unos vasos rojos.
–Ahorita te veo.
–Te mando la dirección.
Colgué y marqué el número de Miguel, mientras me contestaba me puse los zapatos y busqué mi chaqueta de mezclilla. Tomé mi cartera, las llaves del auto y salí hacia donde estaba la fiesta.
–¿Qué pasó, Eduardo? –me dijo al otro lado de la línea.
–¿Tu hermana iba a salir hoy?
–Sí, creo que había una fiesta de uno de sus compañeros de preparatoria, no le entendí bien, la verdad. ¿Por qué preguntas?
–No, sólo… Luego te cuento, te dejo porque tengo cosas que hacer.
Colgué y llegué hasta la casa, entré buscando a Carlos por la sala pero terminé chocando con Catalina.
–¡Hola! –Sonaba algo alegre y sus ojos lucían diferentes –no sabía que ibas a venir.
–No pensaba venir pero Carlos me insistió.
–¿Carlos? ¿Tu amigo de cabello negro como de esta altura? –Hizo un ademán con la mano alzándola por encima de su cabeza.
–Sí, él.
–Ah, estaba con una de mis amigas en el patio, o por ahí lo vi hace media hora.
–¿Qué estás tomando?
–No sé, sólo lo trajo Sarah, sabe a cereza pero más amargo –se le quedó viendo al líquido que contenía el vaso– ¿quieres?
Me lo tendió y lo tomé. Bebí un poco y se lo regresé.
–¿Miguel sabe que estás aquí?
–Miguel sabe la mayor parte de las cosas que hago, aunque si te soy sincera, a veces pienso que ni siquiera le importa. No te portes como él ahorita por favor.
–Bueno creo que ya bebiste mucho.
Traté de quitarle el vaso pero ella movió la mano alejándola de mí. Sonrió cuando vio que no logré quitárselo.
–Creo que deberías dejarla que termine este vaso, soy Sarah –me tendió la mano y la estreché a modo de saludo.
–Eduardo un gusto, voy a buscar a mi amigo, ya vuelvo.
–Adiós.
Salí al patio a buscar a Carlos, cuando lo encontré me acerqué para hablar con él.